61: Agonía

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Cuando La Reina terminó su relato estuvo al pie de la ventana, aguardando por la gran noticia. Quiso salir, pero notó que sus hijos seguían, no solo despiertos, sino también abismados con lo último de la historia.

Sus súbditos estaban igualmente fríos y abrumados ante lo escuchado, y apenas esbozaron palabras con aquella historia tan fantástica.

—Es hora de descansar. Mañana terminaré lo que queda de historia.

Las cortesanas lanzaron gestos impresionados, e inmediatamente los niños comenzaron a quejarse de aquella decisión. Los caballeros y demás hombres rumoraban uno superponiendo las secuencias de la historia, algunos imaginando lo que habría de suceder después, y el resto debatiendo entre quien o quienes prevalecerían en la última pelea.

La Reina no quiso ser injusta así que detuvo su marcha, esta vez para sentarse entre los cojines puestos para los acompañantes.

«Supongo que llegarán noticias a su debido tiempo.»

Sintió la mirada de una mujer nuevamente, pero se sintió mucho más insegura por no saber cómo concluir el relato. Fue así que bebió otra copa de hidromiel entera, se acomodó el vestido y respiró profundamente. Luego dijo:

"He llegado a saber, ¡Oh hijos míos! Sobre aquel momento al que muchos temían, ese fragmento de la historia en el que los designios de la magia habían delegado bien y mal a partes iguales. La noche en la que por fin El Príncipe Egoísta, ahora proclamado rey, debía pelear contra el cuarteto imperante que pasó a ser conocido como Las Elegidas.

Los Dioses estuvieron al pendiente de la contienda, El Oráculo estuvo al pendiente de la contienda, y hasta la humanidad entera estuvo al pendiente de esa violenta, peligrosa y determinante contienda. ¿Quién habría podido saber su final mejor que el destino mismo? Si es que sus peleadores estaban igual de inseguros, igual de nerviosos e igual de aventajados a los ojos del futuro.

Y la realidad se centró en ellos a pesar del reino en llamas, y las armas se redujeron a sus facultades a pesar de las espadas, y los bandos fueron solo dos, a pesar de los muchos que peleaban a merced de la luz de luna. De Castleland a Snowalls, y de Pandemónium a Shadowheart, todos sus habitantes, sus reinos y sus tierras reducían su futuro a la conclusión de tan esperada pelea.

Las Elegidas estaban más temerosas que nunca, pero El Príncipe Egoísta se vio decepcionado y marchito. Incluso sus enemigas notaron que había llorado, y pensaron por un momento que quizás había comenzado a arrepentirse de sus imperdonables actos.

Nathanielle mimetizó su espada de colmillo se sable y caminó hacia ellas, quienes empuñaron con fuerza y determinación.

—Este es el final, no importa para quién. Pero un final, al fin y al cabo —les dijo.

Levantó el arma, tomó un respiro profundo y se lanzó sobre las cuatro, pues podía con ellas, si se concentraba como era debido.

Las doncellas le hicieron frente, y cada una blandió su espada lanzando cortes para matarlo. Habían optado por rendirse y no había funcionado, así que si debían morir; lo mejor era pelear por ello.

Cenicienta usó sus acrobacias para jugar, pero cada vez que intentaba agujerarlo, Nathanielle se convertía en humo para embestirla. Belle le hizo frente lanzando un par de cuchillos que había encontrado, y El Rey terminó regresándolos mágicamente.

Para Aurora la tarea se hizo un poco más sencilla al usar los portales del Reloj Dorado para transportarse, sorprender y atacar. Sin embargo, Nathanielle era un hábil espadachín, y sus premoniciones mágicas le permitieron propiciarle una golpiza consecuente.

Cuentos de Luz OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora