"Ordena tu vida y dirige la del resto. Conduce un estrato y elimina al otro. Asesina tanto como puedas. Haz el amor tantas veces como te sea posible. ¿Qué más da si no razonas? Esta noche y otras más te quitarán el pensamiento. Lo llevarán hasta las últimas consecuencias. Darán por sentado que aquello que creíste bueno también puede lastimar a un tercero; que tu sonrisa es la herida de un hombre a kilómetros desangrándose por no tener tanta suerte como la tuya.Perversión, decoro, lujuria, vanagloria, envidia, egolatría, avaricia, cinismo, codicia, pereza. ¿No dicen los excelentísimos mandamientos que lo importante es estar bien con el prójimo? ¿Y si mi prójimo es quien tira el primer balazo? ¿Y si mi padre, el hermano intolerable, el tío al que nunca conocí, la puberta a la que me follé, un perro agonizando en la carretera, y si todos ellos atacan primero? ¿Qué puedo hacer si son mi esposa e hijos quienes me arrojan al abismo carcajeándose de los rasguños en mi rostro formados por el azar con un gran letrero de "estúpido" en la frente?
Pensar duele. Quiero dejar de hacerlo. Hoy y siempre quiero abandonarme a mí mismo. Huir a un mejor infierno. Quemarme allá abajo con los más malditos. Entonces yo también podría ser un desgraciado, podría burlarme de los dolores ajenos y pisotear el rostro de unas cuantas prostitutas. Me deleitaría con el dolor de mi viejo taladrándole la espalda y apuñalándole la entrepierna con el cebollero que la abuela solía usar cada domingo para la cena. Sonreiría en el sexo de mi madre; humedeciéndolo frente a los ojos de mi hermano. Violaría a la recién nacida que llora cual puta pariendo. Pero esta noche soy sólo un burócrata asalariado; masturbándome detrás del escritorio con la fotografía vieja de mi primer profesor de la universidad..."
—Mi amor, DongHae... —cerré el libro tan de golpe que por poco lo dejo caer a su suerte. Llevé una mano a mi pecho como si con ello pudiera controlar el acelerado latir de mi corazón. Vaya, sigue con vida. Soy consciente de la figura femenina masajeando mis hombros. Traté por algunos instantes de someterme a la relajación que con tanta vehemencia me pidió ella desde esta mañana en que abrí los ojos—. Ya es hora —benditas hormigas en las manos. Delicioso escozor en el labio. Infernal traje blanquizco. La apariencia de un ángel maldito en el espejo. Un hombre que esta noche estaba obligado a sonreír y derramar lágrimas dulces.
—¿Se han ido todos? —dejé el volumen de mi texto preferido sobre el tocador. ¿Alguna vez mis padres se habrán tomado la molestia de investigar un poco de lo que su hijo de veintidós años leía durante las noches? Quizá la servidumbre si conocía mi más recónditos secretos, pero qué más da: "estamos en pleno siglo XXI, estas cosas son normales", dijo mi padre alguna vez a pesar de que él mismo fue quien despreció mis gustos semanas atrás. ¿Por qué degradarme de tal forma?
—Están esperando a que bajes —aquí venía de nuevo. La imposibilidad de emitir palabra alguna cuando los sentimientos se agolpan en el pecho; por ahora intentaría recordar cosas buenas. Me llevaría aquello que tan feliz me hizo cuando fui sólo un niño adormecido por la infancia. Cuando todavía podía ser inconsciente y nada me dañaba al extremo de desear la muerte. Pensaría únicamente en el motivo que me llegó a aceptar todo esto.
Porque fui feliz. Hubo épocas en las que solía sonreír. En las que me sentía el héroe de cualquier novela caballeresca. Un principito explorando las calles de Bariloche. O sólo un animalillo conociendo el entorno. Hubo momentos en que mi casa era cálida. Despertaba cierta fragilidad y la sentía iluminarse cada vez que mamá y papá llegaban a después del trabajo. Toda una orquesta de risas en esos juegos dominicales en el jardín. Al inicio de mi existencia. Cuando yo no sabía nada de las apariencias.
—Cariño... —¿se habrá arruinado la ligera capa de maquillaje? Estoy seguro de que, por lo menos esa pequeña gota que resbaló por mi ojos, sí dejó rastro en el perfecto trabajo de la señorita que se encargó de hacerme ver mejor.