Como ella

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En la noche más fría, hasta el alma más cálida se congelaba,
y tras un estallido de zozobra, los faros, como última esperanza,
caldeaban estas almas hasta las entrañas de una manera tan apacible, tan idílica,
con vestigios taciturnos que arrasaban con cualquier melancolía,
perfecta e inmarcesible. Como ella.

En el punto más caluroso del verano, con un sol abrasador,
la brisa es como una ráfaga de frescura que libera un sentimiento de avidez,
el deseo de tener una bebida, o bailar bajo la lluvia, o simplemente tener algo helado.
O mejor aún, de tenerla a ella.

Y como ella, las rosas encantan a quien las posee, que sólo lo hace por su enigmática dádiva.
Pero todos olvidan que ella, como las rosas, tiene espinas que conservan una maldad inequívoca,
tan pura como la consternación de una muerte y el sabor a funeral.
Y ella lo lamenta, porque nadie entiende que encuentra consuelo en sus febriles púas,
y que amaría a quién la ame por sus ignotos pecados y su congénita crueldad.

Ella cortaba su cabello de la manera más abrupta y colérica, con desprecio, con enojo.
Y todos la veían igual que antes, pero ella ha cambiado. Siempre lo hace.
Y nadie parece darse cuenta de que es voluble, tan cambiante como la arcilla.
Pero es implacable, y no será moldeada,
porque conserva intacto su ofuscado carácter, que ninguna palabra lograría carcomer.

Ella contenía la pieza que me faltaba, y con la imperiosa idea de encontrarla,
me adentré en un viaje improcedente a su pasado furtivo, sus recónditas emociones
y un efímero sentimiento, para encontrarlo todo reducido a cenizas.
Fue como esos ciclones que llegan, arrasan y se van.

Pero el tiempo no curaba la pena,
y ahí entendí que no era cualquier idiota,
sino ella misma quien se cortó las alas.
Ella, que decía amar los días lluviosos,
pero se abandonó a sí misma cuando fue tormenta.

Me di cuenta de que la luz podía ser tan fría como la soledad,
que una fría bebida contenía las martingalas de un charlatán,
y que la rosa era inmensamente cínica, no porque no pudiera amar libremente,
sino porque preservaba un infinito odio hacia sí misma.
Tal cual lo hacía ella.

Fragmentos de una emociónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora