About Two Friends

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Ahora que lo pensaba, quizás traerle un ramo de flores no había sido una buena idea. No era como en una de aquellas películas en las que el protagonista se despertaba en el hospital y veía un montón de ramos con sus respectivas tarjetitas, cada una de ellas con un mensaje a todas luces forzado. Además, que podría escribir: 'Que te mejores, de parte del tío que casi hace que te maten'. Bad idea, men.

No tenía ganas de ver a su amigo tirado en una camilla, vestido únicamente con una triste bata de hospital que le deleitaría con la vista de sus cuartos traseros.

Sin embargo, no fue eso lo que vio al entrar en la habitación.

Al principio pensó que se había equivocado de puerta, que su amigo no iba en silla de ruedas. Pero cuando esta se giró, lo vio claro. Aquel remolino en el largo pelo rubio, aquellos dos ojos azules, más grandes de lo que en realidad eran vistos tras las gafas de pasta, y sobre todo aquel porte, una actitud tal que hacía a aquel que se encontrase frente a él darse cuenta de que se encontraba frente a un hombre fuerte, curtido por la vida. Sólo que esta vez se había dado de morros contra ella.

De repente sintió miedo. Todos los músculos de su cuerpo se relajaron. Notó cierta tibieza en la parte anterior de sus pantalones, a la vez que se sorprendía del sordo ruido que hacían las flores al caer al suelo. Su instinto animal tomó el control. Tenía que salir de allí. En menos de quince minutos estaba de vuelta en su casa, encerrado en el cuarto de baño, gritando.

Gritando porque no sabía que había hecho mal. Gritando porque así dejaba de oír por un momento a aquella suave pero al mismo tiempo insistente vocecilla en su interior que le decía que todo había sido por su culpa. Gritando porque cuando estás confuso y no tienes nadie a tu lado, sólo sabes gritar.

Pero ¿qué había pasado? ¿Por qué, tras 10 años siguiendo la misma ruta a casa, cruzando el mismo paso de peatones, el destino había decidido que tenía que ser justo aquella moto en aquel preciso momento la que se llevase por delante la vida de su amigo, y con ella, también la suya?

'¿Qué he hecho mal?', se preguntaba.

Pero a veces no es tan importante el saber qué se ha hecho mal como el si se podía haber hecho algo para evitarlo. ¿Podía haber evitado que la mujer de aquel psiquiatra hubiera perdido a su bebé? ¿Podía haber evitado que la pobre mujer se tirase del balcón de su lujoso loft en pleno centro de Madrid? ¿Podía haber evitado que su viudo hubiera entrado en esa vieja taberna para empezar a pedir un whisky, y otro, y otro más? ¿Podía haber evitado que cogiera la moto, atropellando a su amigo y muriendo ya de paso en el accidente? No. Entonces ¿por qué le carcomía la culpa por dentro?

Ya en casa, atrancó las puertas, anunció a su jefe que lo dejaba y durante dos semanas nadie le vio salir a la calle. Desde el exterior, lo único que se podía escuchar era un viejo tocadiscos a todo volumen y, entre canción y canción, el llanto de un hombre arrepentido.

Una tarde lluviosa de enero, recibió una llamada. 'Le llamamos del tanatorio municipal', anunció una voz al otro lado del aparato, mucho antes de que tuviera tiempo a reaccionar. 'Lamentamos informarle del suicidio de su amigo...'

El teléfono se resbaló lentamente de su mano y cayó al suelo. A medida que las palabras iban siendo procesadas en su mente, el hombre lo vio claro. Colgó y tiró el móvil a un lado, dejando al pobre funcionario totalmente desconcertado.

¿Qué hacía todavía ahí de pie? A esa hora ya debería estar montado en su coche, ¿qué hacía que no venía a recogerle? Siempre iban a todos lados juntos, ¿qué había pasado ese día? 'Tiene que estar al caer... ¿Qué pasa, por qué no viene?' Cansado de esperar, fue a su habitación y abrió el armarito donde su padre solía guardar su antigua escopeta. 'Bueno -pensó-, si no viene él, tendré que ir yo', y disparó.

MicrocuentosWhere stories live. Discover now