Único

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Había estado deseando el sembrar en la tierra fértil su amor, en realidad no le había costado demasiado llegar a la firme convicción de que la semilla brotaría de la tierra húmeda, crecería y se transformaría en una hermosa flor. Él era una persona sencilla que no requería de mucho para ser feliz, todo lo que necesitaba se encontraba en él, de modo que las desdichas y la tristeza nublaban por poco tiempo su cielo. Al final siempre encontraba el arcoíris, el camino a casa.

Así pues, su amor tampoco necesitó demasiado, sonrisas rectangulares al alba, abrazos inesperados en los crepúsculos, manos tibias en sus mejillas a cualquier hora del día, oídos atentos para ser escuchado y una mente poco ortodoxa que buscaba a su manera hacerlo sonreír. SeokJin no necesitó más que eso para caer ante los encantos de Kim TaeHyung.

Por eso se preguntaba, qué le faltó a él para enamorar a TaeHyung. Al menos crisantemos sí brotaron de la tierra, justo sobre su corazón, el brillante color rojo resultaba vivaz al mirarlo en su reflejo del espejo. Cada latido que daba resultaba en una punzada dolorosa, algo a lo que lentamente Jin se fue habituando tras una semana y media de ver la flor creciendo en su pecho.

Un violento acceso de tos llenó su boca de pétalos que no pudo contener y terminaron desparramados sobre el lavabo blanco.

—Estoy muriendo — musitó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos —. Me estoy muriendo por un amor no correspondido.

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El viento era gélido, el vaho salía de su boca en forma de vaporcito blanco, tenía la cara roja y sentía las mejillas tensas, ni siquiera la gruesa chamarra que portaba servía contra el inclemente clima de Seúl. Mantenía las manos en los bolsillos de la prenda, incluso si estos estaban cubiertos por guantes, los dedos le dolían. Definitivamente no estaba hecho para los climas extremos, pensó Jin.

Sin embargo cuando vio la inconfundible figura de TaeHyung brincar de un lado para otro, agitando las manos junto a Jeon JungKook, su mejor amigo, parte del frío se desvaneció. Ambos chicos llevaban chaquetas más ligeras que la suya, llevaban vaqueros negros y zapatillas deportivas, estaban listos para pasar un agradable día en el parque Yeouido.

—¡Jinnie-hyung! — chilló emocionado TaeHyung, corriendo a su encuentro como de costumbre. Sus grandes manos se acoplaron a su rostro, contribuyendo a la cara roja del mayor —. Pareces un esquimal, hyung.

—¡Es que me estoy congelando! — se quejó Jin, apartando su cara del sonriente rostro de Tae. Pasando a saludar al pequeño JungKook. Aunque decir pequeño era relativo, Jeon tenía el cuerpo más trabajado de todos, una estatura para nada despreciable, un par de poderosos muslos y una sonrisa naturalmente tierna. El único detalle que continuaba siendo algo infantil en él, eran sus grandes ojos que rara vez podían ocultar lo que sentía. El chico extendió un brazo y lo colocó sobre los amplios hombros de Jin, en un gesto despreocupado.

—Es la edad, Jin-hyung. ¡Ya no estás hecho para la primavera! — bromeó el menor, sabiendo lo mucho que molestaba a Jin su edad. Con veintiséis años, lo último que quería era parecer viejo con sus amigos que recién salían de la segunda década.

—No molestes, bebé conejo — contraatacó Jin, golpeando el firme abdomen del menor. JungKook aprovechó para sostener por la muñeca el brazo de Jin, entrelazando sus dedos enguantados.

—Ustedes sí que se ponen melosos, ¿alguna vez han pensado en salir juntos? — inquirió Tae, sin pizca alguna de celos en su voz, ni en sus orbes claras.

—Bueno, no quiero que Jin-hyung me rompa el corazón — JungKook soltó la mano de Jin para llevarla dramáticamente a su pecho —, sospecho que nuestro hyung ya está enamorado. ¿Qué haría yo si me enfermo del Hanahaki? No quiero morirme.

BloodflowerWhere stories live. Discover now