El cuerpo humano es como una obra de arte: maravilloso, cuidadosamente elaborado, sorprendente pero misterioso al mismo tiempo. El corazón de una persona puede sentir miles de cosas y aún así, seguir latiendo dentro de uno. Un corazón, un órgano muy especial que fue lo único que siguió luchando para mantenerme en este mundo, aún cuando todo parecía perdido. Jamás se rindió y es que simplemente no podía hacerlo, ya que sabía muy bien que si dejaba de palpitar, abandonaría aquí en la tierra su bien más preciado. Quizás yo no podía saberlo en esos momentos, pero el si. Ese corazón sabía cuáles eran mis secretos y temores más profundos, sospechaba de donde provenía aquella cálida energía que me llegaba noche tras noche por constantes oraciones y súplicas, conocía perfectamente quien era esa persona que me aferraba la mano suavemente aún en la oscuridad, después que los demás se hubiesen marchado. Recordaba aquella triste sombra que pocas veces se alejaba de mi lado, alguien que acariciando mis dedos y jugueteando con mi cabello, mientras yacía en aquella cama del hospital, guardaba la esperanza de que despertara pronto. Y fue aquella cálida mano lo que sentí primero al recobrar la consciencia. Mis ojos no podían abrirse aún, pero su presencia era muy fuerte, podía escuchar su respiración agitada por la emoción que lo embargaba junto a susurros, de seguro continuaba orando a pesar de todo. En eso mis. dedos se movieron lentamente después de muchos días, semanas tal vez, no lo sabía, pero en vez de ir a buscar a las enfermeras para avisarles sobre aquello, me sujetó fuertemente, como si por medio de ese contacto pudiera transmitirme toda su vitalidad para que me recuperase pronto.
Sin embargo, cuando pude abrir los ojos, débilmente a causa de mis golpes y heridas, al principio no pude distinguir su rostro. Todo era borroso y confuso, pero poco a poco mi visión se fue acostumbrando a la luz blanquecina de aquella habitación. Entonces pude verlo, el rostro de un hombre joven, de cabellos castaños con rizos y ojos verdes que no dejaban de
contemplarme fijamente. Su mirada era penetrante, algunas lágrimas rodaban por sus mejillas en silencio, pero él permanecía ahí conmigo, aferrando mi mano, mirándome como si fuese la joya más preciada en el mundo. Y yo lo miré también.
Pero...No tenía la menor idea de quien era aquella persona. Mis recuerdos habían sido arrancados violentamente de mi cabeza, mi mente se encontraba como un papel en blanco. Cuando quise decir algo sentí mi garganta completamente seca, el paladar amargo y un dolor insoportable en el cuerpo que hizo que mis ojos se empezaran a humedecer ante todo
aquello, sobre todo, porque no recordaba ni mi propio nombre. Busqué ayuda en aquellos ojos verdes, pero no duró mucho el contacto visual, ya que al verme una de las enfermeras llamó al doctor con cierta voz nerviosa, haciendo que aquel hombre soltara mi mano y saliera inmediatamente de la habitación.