Capítulo 1

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Me movía apresurada por las calles de la ciudad en medio de la noche. Las farolas eran mi única luz, y el aire frío me congelaba los huesos. Pero sólo importaba una cosa: tenía que salvarlo.

Me paré antes de cruzar la siguiente calle. No quería tener que pelear contra el grupo de matones que siempre estaba ahí. Conté exactamente hasta veintitrés y volví a acelerar el paso.

Tenía el recorrido hacia su casa grabado en mi mente, de tantas veces como había ido. Miré el reloj. Quedaban cuatro minutos y diez segundos para que el escape de gas incendiara el edificio de Óscar.

Cuando llegué al portal me dispuse a romper el cristal de una patada. Después de tres intentos, finalmente se hizo pedazos. Atravesé el agujero con cuidado para no cortarme, y una vez dentro pulsé el botón de emergencia sin dudarlo. Inmediatamente una alarma estridente empezó a sonar. Comprobé el tiempo. Me quedaban tres minutos y medio.

Subí a máxima velocidad por las escaleras hasta el tercer piso. Toqué el timbre de su casa insistentemente. No contestaba, y los segundos iban pasando. La gente de los otros pisos bajaban rápidamente por las escaleras. «¿Por qué tiene que vivir solo?», pensé. Finalmente alguien abrió la puerta. Me encontré una vez más cara a cara con Óscar.

—Tienes que salir del edificio. Hay un escape de gas.

Por su expresión, Óscar no se lo acababa de creer.

—¡Deprisa! —dije y lo arrastré de la mano escaleras abajo.

Sólo quedaba un minuto. Bajamos corriendo las escaleras. Llegamos al vestíbulo cuando faltaban veinte segundos. Desde el exterior, vimos la explosión y el incendio. Entonces Óscar me preguntó:

—¿Y tú que haces aquí?

—Tuve un mal presentimiento —contesté. Esa excusa solía funcionar con él.

—Pues menuda intuición. Para la próxima me dices la lotería, ¿vale?

Me reí. Óscar seguía igual que siempre. Yo, sin embargo, había cambiado mucho en sólo un día. Mientras recordaba los numerosos momentos dolorosos, Óscar me dijo:

—¿Qué te pasa? ¿Tu presentimiento ha sido una pesadilla?

—Sí, pero no te preocupes. Estoy bien —mentí.

—¿Quieres ir a dar una vuelta? Después de este susto yo no creo que vuelva a dormir.

—De acuerdo —acepté, aunque sabía que me podía costar caro.

Las luces que antes había visto fugazmente mientras corría eran ahora luciérnagas estáticas que marcaban nuestro camino. Durante un buen rato hablamos de nuestros recientes avances en el laboratorio. «Supongo que es normal para estudiantes universitarios de ciencias», pensé. En un momento dado, Óscar me dijo:

—Por cierto, hace un rato casi muero. No sé cómo lo has sabido pero te doy las gracias.

—No hace falta. Sólo cumplo con mi promesa.

Este comentario provocó un brillo especial en su mirada. Quizá lo había entendido. Me quedé un rato preguntándome si debería haberlo dicho. Óscar empezó a caminar, y le dije que me esperara. Entonces lo recordé. Él estaba a punto de cruzar esa calle.

Corrí con todas mis fuerzas. Lo estiré hacia mí, pero fue demasiado tarde. Mientras lo cogía de la mano, un camión lo atropelló.

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