Doce Minutos Para Enamorarse

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  Una plaza. Un banco. Una chica allí sentada.
—¿Te querés enamorar de mí? — le preguntó el joven a la chica.
—¿Disculpa? — preguntó ella extrañada.
—¿Que si te querés enamorar de mí? — le preguntó nuevamente. Está vez sentándose cerca suyo en el banco.
—Vos estás loco — rio. Y comenzó a alejarse por el camino que cruzaba la plaza.
—¡Espera! No te vayas — le gritaba el jóven, cuando ya había comenzado a seguirla.
  Ante la insistencia del joven la chica comenzó a apurar el paso. En poco, el tacón de su zapato derecho se rompió.
—Por fin te detuviste — le dijo él, llegando hasta donde estaba ella.
—No me detuve. Bueno, sí, me detuve. Pero porque se rompió mi zapato.
  Él se acerco a ella.
—Dejame que te explique.
—No me expliques nada. Andate o voy a gritar.
—Grita si querés. No hay nadie en esta plaza. Solo nosotros, y no me voy a ir hasta que dejes que te explique.
  Desbordó el silencio por un momento.
—Bueno... explica — cedió ella, disgustada y con miedo.
—¿Vos me amarias ahora?
—¿Amarte? No te conozco. Y seguro sos algún loco.
—No no no... Necesito saber si es posible que me ames y que yo te ame a tí.
—Eso no es difícil supongo, aunque no creo que está sea la manera de lograrlo.
—Quiero saber si es posible que nos enamoremos en solo doce minutos.
—Jajaja — rio ella.
—¿Porque ríes? — le preguntó él.
—¿Por qué doce minutos?
—¿Por qué no?
—Porque son doce minutos.
—De hecho serían doce minutos desde que nos conocimos. Y dado que escapaste, solo quedan ocho minutos.
—¿Y ocho es mejor? Hay personas que necesitan años para enamorarse. Y vos pretendes que nos enamoremos en ocho minutos.
—Ahora ya son siete. Pero sí.
—Si así lo quieres. Decime tu nombre entonces.
—Encerio creés que necesitas nombres para enamorarte.
—Sí, de hecho sí.
—Eso saca un poco el misterio.
—La verdad estás haciendo difícil que me enamore de tí — reprochó ella.
—Puede ser... Etiquetar las cosas por lo que los demás esperan es muy simple.
—No entiendo eso.
—Por ejemplo. Tus ojos.
—¿Mis ojos?
—Sí. ¿De que color son?
—Celestes...
—Eso es lo que los demás ven. Si todos vieran las cosas como yo, tus ojos solo serían hermosos. Sin color. Solo radiantes de brillo.
—Es algo raro — dijo la chica. Mientras parecía seguir sin entender, pero complacida por el comentario.
—Ya casi quedan cinco minutos. Pero puedo darte otro ejemplo ¿Si te parece?
—Adelante.
—¿Qué sos vos?
—¿Qué soy yo?
—Si siempre repites mi pregunta creo que no nos alcanzará el tiempo.
  Ella rio.
—Soy... Una chica... — dijo la muchacha, temiendo su respuesta.
—Te equivocas otra vez. Vos sos...  la belleza. Sos los suficientemente hermosa para ser admirada en un  radiante campo de estrellas.
—Eso sigue siendo raro — dijo ella. Sonrojada.
—¿Pero entiendes a que me refiero?
—Creo que sí.
—Cuatro minutos — dijo él, mirando su reloj.
—¿Por qué yo? Hay otras chicas.
—Ya te lo dije, sos hermosa.
—Hay otras chicas igual de hermosas.
—Talvez. Pero no son iguales a vos.
—¿Qué me hace diferente?
—No mucho la verdad. ¿Vos sonreis?
—Sí.
—Igual las demás... Pero no tienen una sonrisa tan hermosa como la tuya. Y yo me aseguraría de que nunca dejes de sonreír.
  La muchacha sonrió involuntariamente.
—¿Vos lloras?
—Si...
—Igual las demás... Pero cuando las demás lloran... El mundo no llora con ellas. Y yo me aseguraría de que de tus ojos no caigan otras lágrimas que no sean de felicidad o emoción.
  La chica se sonrojaba cada vez más.
—Quedan dos minutos — dijo él.
—Y... ¿Ya estamos enamorados? — preguntó ella.
—No sé. Deciemelo vos.
  Ambos se quedaron mirando a los ojos. De sus labios no salía palabra. El mundo pareció detenerse. Pero ya solo quedaba un minuto.
  Cortando la mirada, él preguntó.
—¿Ya me amas?
  La chica contesto luego de un momento.
—No lo sé. Creo que no te amo... Pero puedo fingir que sí.
  El chico puso una cara de desepción.
  Ella le preguntó.
—¿Vos me amas?
  Él respondió.
—Yo siempre te amé.
  Ella no supo que decir. Y no le alcanzó el tiempo. La alarma de un reloj empezó a sonar.
—Doce minutos — dijo él. Y se alejó corriendo en dirección al centro de la plaza.
  La chica, desconcertada, y sin saber que había pasado, se sacó ambos zapatos, y comenzó a correr en dirección a dónde se había ido el muchacho.
  La plaza era grande, y ella seguía corriendo.
—¡No te vayas..! ¡Si te amo..! — Gritó ella a la nada del camino. Y siguió repitiendolo hasta que su vos casi se apagaba.
  De tanto correr había llegado al centro de la plaza. Se sentó en un banco a esperar. Con la esperanza de que él volviera.
  Al cabo de un tiempo la muchacha escucho un grito ahogado que se dirigía hacia donde estaba ella.
  A medida que el grito se acercaba, más claro era lo que decía. “Si te amo” repetía una y otra vez. Hasta que ya no se oyó más, y frente a la muchacha estaba de pie otra chica. Parecía de su edad. Sumamente hermosa. Y al igual que ella llorando.
—¿No viste a un chico pasar corriendo por acá? — le preguntó la chica recién llegada a la que estaba en el banco.
  Pasaba el tiempo, y así cada catorce o quince minutos, de todas las direcciones de la plaza llegaba una nueva chica...
¿Es posible enamorarse en doce minutos?

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