Él, iba camino a la parada del bus, como todas las mañanas, y entre tarareos y silbidos, caminaba casi por inercia. Los pantalones azules ajustaban sus delgadas piernas, mientras que en el proceso marcaban sus muslos y gemelos.
Aquella tela áspera que hacía contacto con su piel, le era sofocante.
Su suave pullover celeste le llegaba hasta las rodillas, mientras que a la vez, su sedoso cabello rosa, se mecía al compás del viento otoñal de aquella fría mañana de finales de abril.
Los árboles cerca de allí hacía mucho tiempo habían perdido sus hojas, ya rojizas y marchitas, y éstas adornaban el suelo, simulando un inmenso colage de colores oscuros y apagados, logrando que sus pasos hicieran un crujido al caminar sobre ellas, las mismas que se hallaban secas bajo sus pies.
El frío acariciaba su fino rostro y se adentraba sin permiso entre sus ropas, causándole escalofríos y logrando que se encogiese cada vez más y más.
No tenía ninguna prisa, siempre tenía la buena suerte de llegar a tiempo para que no se pasara su único medio de transporte.Miró al frente, ya había llegado, y como siempre, allí no se hallaba nadie. Él era el único que acudía a aquella parada, ya que la mayoría de sus compañeros viajaban en auto junto con sus padres, lo que le hacía sentir un poco de envidia. Su madre no quería llevarlo, según ella estaba "muy ocupada con el trabajo."
Cada día la misma excusa sin sentido.
"¿Puedes faltar hoy al trabajo mami?" le había preguntado el pequeño niño de sonrisa infantil, con la vaga esperanza de que la respuesta fuera afirmativa, esperando no sólo pasar tiempo con su madre, sino también sentirse querido, corroborado que todas aquellas veces en las que él le hablaba y ella no respondía, era porque estaba realmente ocupada, y no porque le ignoraba cruelmente.
"¿De dónde mierda crees que saco el dinero para mantenerte, pequeño bastardo?" le había respondido ella.Nunca fueron muy unidos y, bajo la fría llovizna, entre charcos y delgada escarcha, recordaba perfectamente la razón de porqué siempre odio a su familia; sólo en ese momento, cuando su ropa era empapada, cuando el frío le acariciaba el rostro.
Paró en seco, estuvo a un paso de caer en alguna zanja que allí, junto a la empedrada calle de tierra, le miraba con recelo, con sus ojos de agua podrida.
Él sabía que aquellas pupilas acuosas que le observaban no eran reales,- no podían ser reales,- pero aún así les devolvía la mirada.
Le bastaba con voltear y ver hacia un costado para notar, que como todas las mañanas, el bus se acercaba de forma lenta, a no más de cincuenta kilómetros por hora.
Y allí paró, abriendo sus puertas, dejando ver al chico su interior, siendo una sorpresa para él, encontrar un nuevo hombre al volante.Un paso seguro al frente.
-Buenos días.
Caminó al fondo del bus sin esperar una respuesta.
-Buenos días.
Paró en seco, y pensó en lo rara que aquella voz era; una casi irreal para sus oídos, una voz que parecía provenir de algún lejano lugar fuera de su mundo, una ronca, que le cohibia bastante. Sonará raro, pero le pareció haberla escuchado antes. De seguro sólo era su imaginación, pensó inocentemente y siguió hasta los últimos asientos.
Tomó su celular, y como le es costumbre comenzó revisando su galería.
Nada nuevo, las mismas fotos de siempre, sin variaciones, sin cambios, todas iguales a las del día anterior; simples fotografías de la siniestra parada un día de espesa niebla, de sus manos quemadas, de pequeños moretones violetas adornando su espalda, haciéndole parecer una macabra obra de arte, de piel pálida y marcada en colores que sólo él podría describir.