El Verdugo

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Os veré más tarde.

Esa frase se repetía una y otra vez en la mente de Claus Durox. Él, quien siempre fue un hombre extraordinariamente estoico, se había dejado afectar por esa frase. No, no fue la frase sino esos ojos, aquellos orbes verdes que lo miraron y parecían reconocerlo bajo la capucha negra que todo verdugo portaba al cumplir su infame deber.

Como cada noche, desde hacía unos días, Claus se levantaba sobresaltado por una pesadilla. Un sueño que se repetía pero no en su totalidad, siempre cambiaba algo, la causa de su muerte. La primera noche soñó que era ejecutado en la guillotina, algo de cierta manera justificado tomando en cuenta que durante el día se llevó a cabo la ejecución de Jean Valarde y fue durante aquel acto que la dichosa frase se grabó a fuego en la mente del verdugo. No obstante, y como se mencionó antes, Claus Durox era conocido como un verdugo bastante fuerte de carácter y fue esa mano firme al jalar la cuerda para accionar la guillotina tantas veces que le forjaron una reputación como el diablo verdugo.

La siguiente noche, se soñó sufriendo una muerte menos rápida. En aquel sueño se vio frente a decenas de personas, cada una con el rostro de Valarde, amenazándolo con rocas para luego lanzárselas. Él pudo sentir cada uno de los impactos de aquellos proyectiles cuando golpeaban su cuerpo, sentía como sus brazos, piernas, torso y cabeza eran dañados por las piedras hasta acabar con su vida. A la mañana siguiente Durox tuvo problemas para caminar y una jaqueca lo acompañó por varias horas. La tercera noche no fue una ejecución sino un duelo de espadas pero mientras su oponente era un diestro espadachín que manejaba una brillante espada, Durox sufría para blandir una espada de madera desgastada que no duró ni diez segundos en romperse. La cuarta noche soñó con azotes. Látigos y fuetes que eran usados para lacerarle la espalda, con cada golpe el ruido que producía el látigo contra su cuerpo se hacía más y más húmedo debido a la sangre que iba manando de las heridas cual mórbida fuente. Se imaginarán que a la mañana siguiente, ya despierto, Claus sufría de irritación y ardor en la zona afectada por el castigo durante su sueño, a pesar de no presentar herida alguna.

Por último, esa noche se había despertado más agitado que de costumbre pues pudo ver dos llamas verdes refulgiendo en la oscuridad mientras su cuello era apretado con fuerza asesina por dos manos frías y huesudas.

Os veré más tarde...

A Claus le faltaba el aire. Se sentía como aquellas noches en las que tenía la nariz congestionada, culpa de un resfriado y se veía obligado a dormir con la boca abierta para no ahogarse mientras yacía horizontal sobre su lecho. Ahora, sentado, el verdugo no sabía que pensar.

—Valarde... —susurró a la oscuridad que dominaba en su habitación y fue silencio lo que obtuvo como respuesta.

—Valarde... —susurró nuevamente.

Esta vez el silencio fue interrumpido por un relámpago de locura. Fue el propio Durox quien estalló en una carcajada, no creía posible que aquel hombre, cuya cabeza se encargó el mismo de recoger del suelo por el que rodó segundos antes, estuviera acosándolo ahora.

—Los muertos no pueden hacer esto. —se dijo con un tono burlón poco creíble, todo con la intención de calmarse a sí mismo.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

La voz que resonó le provocó un susto tal al hombre que casi termina en el suelo por el sobresalto.

—¿Q-QUIÉN VIVE? —Demandó saber el verdugo girando la cabeza para todos lados, intentando inútilmente al intruso entre aquellas sombras tan negras como las capuchas que el usaba.

El desván de las ideasWhere stories live. Discover now