Capítulo II

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II

La madrugada había estado poseída por un aura oscura. Aún era de noche, pero no todas las noches son oscuras; esta era especial, era como si algún yonqui hubiese reventado, sobre el rostro de la ciudad, una bolsa cargada con pintura negra.

Mientras que en los exteriores la lluvia cesaba, aunque siempre dejaba ese sabor de que regresaría—, tal y como lo había hecho durante los últimos dos días—, el interior del Pocito Feliz era magullado por el humo del cigarrillo de mala calidad.

—Seré exacto, ¿bien?

—Claro, estoy esperando—. Créeme que realmente me esforzaba en no mostrar más mi aburrimiento; estaba perdido, era imposible, incrementaba a pasos agigantados al ver a un insecto estrellarse, en repetidas ocasiones, contra los ardientes focos del lugar.

A esos seres, sí que les atrae la luz, aunque en ella se les revela la muerte; pensé, y pensar eso significaba que estaba todo mal. Pero realmente mal.

Creo que en aquel instante meneaba el vaso con ron que sostenía en la mano derecha. En la otra, llevaba un pequeño contenedor, bastante liviano; no lo sé, quizás, digamos unos veinte centímetros de longitud.

Hace tan solo unos instantes, una de las chicas malas[1] de por aquí, de esas con ropa de látex entrelazado con pliegues rojos, me había puesto la bebida en la mesa. Ella había dicho que ya estaba pagado; de igual forma, preferí no darle ni un sorbo. Ya sabes, siempre es bueno desconfiar en estos casos. Es como una regla para mí.

—Queremos que nos hagas uno de tus trabajos—mencionó, luego introdujo la mano entre sus prendas azules pesadamente opacas; yo le quedé mirando—. ¡Oh! Disculpa—, rió un poco mientras volteaba a mirar al resto de sus acompañantes. Ellos le siguieron el ritmo con carcajadas mariconas—, no quise darte otra impresión.

Por un instante corrió por mi mente, como un caballo tras una yegua en celo, la idea de que sacaría algún arma y me apuntaría… O alguna cosa loca como aquella.

De inmediato echó de golpe, sobre la mesa, una foto holográfica en 3D con una calidad que hubiera sido exquisitamente realista, si no fuera porque estaba bañada con un color amarillo-orín.

Tomé la imagen. La estudié en silencio. Él, en cambio,  no se cansaba de parlotear, era como alguien a quien se le ha atorado el botón de play:

—Un metro setenta y ocho, piel morena, aproximadamente treinta años; tiene, que conozcamos, una cuenta en Civir, allí está registrado con el nombre de Danny y algo más. Usa el nick de Trentor, pero es evidente que es falso, o quizás se trate de alguna identidad pirateada.

Levanté la mirada hacia él. Realmente no quería, pero no pude evitar que mi vista se estrellara contra la suya como dos camiones conducidos por  ebrios: No tenía ojos, en su lugar poseía unos visores[2] rojos, como sangre seca, muy oscuros. Eran bio-implantes, uno de esos muy de moda para navegar por Red.

Estaba seguro que en aquel momento sus ojos me apuntaban directamente, al igual que un asaltante novato que se ha puesto nervioso durante el atraco.

Agregué:

—Y la realidad es que... — Le dije. La intención era clara: Déjate de idioteces y escúpelo todo, creía que habías dicho que serias exacto. Pero no se lo dije, en realidad, nadie dice todo lo que piensa.

Y pues, claro que tampoco iba a decírselo así; a estos sujetos hay que hablarles como a las mujeres, así como con amor. Entiendes, ¿verdad?

—Es un cracker experimentado, suele penetrar bases de datos y extraer información, ya lo ha hecho en otras oportunidades y ha estado muy activo todo este año. Le ha robado a algunas empresas gubernamentales, pero últimamente lo ha intentado mucho con Paraíso… Suponemos que luego de extraer la mercancía, la vende… Más le vale que no, —renegó en voz baja—, creemos que también tiene un freno[3], pero desconocemos qué tan poderoso es exactamente. En fin, queremos que te lo revientes, que lo quemes, que sea rápido; y que nos traigas el “tesoro” de regreso.

Quemado RápidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora