Capítulo VIII

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VIII

Pensé que había muerto, realmente lo creí; estuve tirado en ese lugar desangrándome, creo que por medio millón de horas— no, pero de verdad, fue toda una dolorosa eternidad. Y seguiría hasta ahora si no fuese porque en aquel momento la bendita dosis de Exa se ejecutó por fin. Ya sé que dicen que es adictiva o que te fulmina el cerebro; pero vivía, ¿no?, era lo que contaba.

El dolor se había ido del todo, y no es exageración; aunque aún sentía muy débil el cuerpo, después de todo había perdido mucha sangre.

Desperté, así como si se tratase de la bella durmiente; claro, que con la excepción de que estaba algo más magullado. No puedo explicar por qué todavía vivía, además nadie en mi caso se pondría a preguntarse a sí mismo, mientras mira las estrella, el porqué de todo.

La visión se me cortaba, y el cuerpo una vez más se me dormía. Aun así me sorprende el potencial del Exa, realmente no sentía dolor; aunque estaba un poco atontado, ¿comprendes, no? La droga me tenía cojudo; pero de igual forma sentía que mi existencia se acababa con la dosis. No permanecería mucho tiempo con vida.

Llovía y yo ahí, como escupido en el suelo; las gotas se estrellaban contra mi rostro y un charco se había formado bajo mi espalda—, no sé si era agua o sangre; igual no regresaría la vista para averiguarlo. Si se trataba de agua, no valdría la pena el esfuerzo; y si era sangre, pues aquellas cosas me producirían dolor de estómago… Si aún tenía uno.

Nuevamente la visión se me cortó. Debía estar en marcha; pero de verdad, ahora mismo. En cambio permanecí en aquella posición unos minutos más. Era como el retrato artístico de un borracho dormido sobre un desagüe rebalsando. El agua o la sangre—, o una mezcla de ambas, qué sé yo—; me hacían como flotar. No me hagas caso, debe ser la droga que me tiene así.

Después de un rato me paré; me sorprendí otra vez al no sentir ni la más leve incomodidad. Es de esperarse, estamos hablando del Exa, ¿comprendes? El Exa.

Tras ponerme de pie me volví a marear; ahora sí era obvio, la dosis no me mantendría inmune al dolor por mucho tiempo. Debía encontrar a algún médico, y tenía uno en mente, pero lo que me preocupaba era la inmediatez. ¡Rayos!, tenía que ir a uno de las habitaciones de aquellos rascacielos. Lo que era un quemado rápido, ahora era un proyecto de supervivencia.

Vaya hora la que se me ocurrió quemar a aquel ser, maldita la hora en que pensé hacerlo desde las afueras de la macrópolis. En fin, el punto es que me alejé como pude, dejando huérfanas de mi compañía a mi sangre y a mis brazos hechos pedazos.

Quemado RápidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora