La boda

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Laura ama despertar después de un gran sueño; esos sueños en los que uno parece caminar entre nubes, casi flotar sobre ellas; que hacen hasta doler la mandíbula de tanto sonreír dentro de ellos. Esos sueños que pocas veces pasan en la vida, haciendo de ellos algo digno y necesario de recordar. Esos sueños que parecen sentirse demasiado reales, tanto que provocan que la rubia deje escapar una leve risita entre ellos; sobre todo en aquellas ocasiones, como ha paso en los últimos días, en las que comparte fantasiosas historias en las que Carmilla se encuentra a su lado, mirándola con esos profunda y tierna mirada, tomando su mano mientras repasan los viñedos entre risas, esa risa que pocas veces la pelinegra deja salir, pero que siempre le regala a Laura cuando se encuentran a solas. Esos inalcanzables sueños en los que Laura puede besar los labios de su prometida mientras intercambian dulces palabras para que después la pelinegra dirija su atención a la parte más sensible de la rubia, su cuello. Esos sueños en los que los delicados labios de Carmilla recorren y succionan a la perfección su piel haciéndola soltar un pequeño gemido de placer, que en la mayoría de las ocasiones la rubia detiene en su garganta.

No esta vez, no hoy.

El sonido que emana de su boca en esta ocasión no es para nada apagado, muy por el contrario, el ruido despierta a la misma Laura de su sueño solo para darse cuenta de que su entrecortada respiración es causada por acciones que son realidad.

La rubia entrelaza sus dedos por la suave cabellera de la pelinegra e intentando lo imposible la atrae más hacia ella. El siguiente gemido que sale de sus labios es aun más intenso y parece una invitación abierta para que Carmilla lleve su mano hacia la parte media del cuerpo de Laura que cierra de nuevo los ojos para disfrutar de los dulces movimientos alrededor de su ombligo y los delicados trazos a sus abdominales que su prometida hace con apenas las yemas de sus dedos, como si estuviera intentando grabarlos en su mente. No es hasta que la tersa mano de la pelinegra se acerca peligrosamente al destino, dónde la mente de la rubia parece rogar a gritos que vaya, que Laura recobra conciencia y la detiene poniendo una mano encima de la de Carmilla.

"Kitten, no." Dice la rubia con entrecortada voz.

La pelinegra detiene por completo todos sus movimientos y Laura se arrepiente de inmediato de sus palabras. Para remediar un poco el error, continua acariciando la cabellera de su prometida y poco a poco lleva su mano hasta el perfilado mentón de Carmilla para levantar su rostro y verla a los ojos.

"Hey." Saluda la rubia un poco desorientada de cuál en realidad debería ser la siguiente frase a decir. La noche anterior ha sido la más hermosa que Laura ha vivido en su vida y no hay nada en ella que le haga sentirse arrepentida de lo que ha pasado; pero algo en ella le hace sentirse algo confundida respecto a si la pelinegra se siente de la misma manera.

La pequeña mujer nunca ha sido de una sola noche; y es cierto que Carmilla anoche le confesó tener sentimientos por ella más allá de un simple gusto; o al menos es lo que su esperanzado corazón ha querido entender, pero Laura no puede dar nada por sentado, nada en su vida lo ha sido.

Carmilla responde con el mismo saludo y la rubia se derrite cuando ve la enorme sonrisa de la pelinegra como el acto de buenos días más bello que Laura ha visto en su vida. Lo único que puede pensar es que es el mismo que quiere tener por el resto de su vida, día tras día. Lo relajada y feliz que se ve su prometida en estos momentos desvanece por completo cualquier tonta duda que la rubia pudo haber tenido hace unos minutos.

La pelinegra sonríe complacientemente mientras intenta volver a sus demostraciones de cariño; pero la rubia nuevamente la detiene.

"Kitten, no podemos." Dice la rubia con voz temblorosa cuando su prometida posa sus labios tiernamente por encima de su desnudos senos para besar su piel lentamente.

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