La mandíbula de Peeta se tensa mientras nos acercamos al ataúd. Sostiene mi mano y me mira fijamente. Los años han dejado algunas arrugas y manchas a su paso. Pero los ojos de mi marido siguen siendo igual que el cielo, llenos de ternura y esperanza.
Aprieto su mano preparándome para lo que estoy a punto de ver.
-Ella ya no está aquí.- susurra Peeta a mi oído.- No sufrió, no le dolió.
Sé que lo dice para hacerme sentir mejor, y aunque no lo logra, yo me siento bien si él se siente bien.
Asiento lentamente y entonces miro. El ataúd esta vacío, salvo por un antiguo vestido gris que mi madre usó por última vez hacia ya varias décadas, está también una fotografía suya de cuando Prim nació. La miro sin poder aguantar las lágrimas. En medio de todo, esta un cofre de plata que contiene lo que se cree son los restos consumidos de mamá.
Intento buscar las palabras que se supone debo decir, pero no las encuentro. Los Juegos rompieron muchas cosas en mi vida, pero nada me separó tanto de las personas que amaba como la rebelión.
Peeta, que siempre sabe lo que pasa en mi cabeza, me envuelve con su cuerpo y caminamos al fondo de la habitación. Me doy cuenta que no conozco a ninguna de las personas que vinieron al funeral de mi madre. La mayoría son mujeres mayores, enfermeras y una gran cantidad de niños huérfanos que mamá cuidaba en uno de los millones de albergues que existen.
Panem ha cambiado. Luego de más de dos décadas y cuatro presidentes sensatos, se logró establecer un sistema económico que ya no se basa en la esclavitud, un sistema educativo igualitario para todos los niños; la sociedad busca la paz y los valores, el gobierno estableció un impactante soporte social para las personas que más lo necesitaban. Se fundaron muchas escuelas y hospitales. Al final de la rebelión, los huérfanos comenzaron a llover. Si de por sí muchos niños habían perdido a sus familias en la guerra, los estragos que tanto la guerra como los juegos dejaron en nuestras mentes, provocaron miles de suicidios. Por eso es que hay albergues y orfanatos en cada ciudad.
Mi mamá era voluntaria en la reconstrucción de uno cuando explotó. Al parecer, muy debajo de los suelos del Distrito 2, aún habían bombas que el Capitolio había enterrado, uno de los trabajadores la tocó y todo a un kilómetro a la redonda voló en pedazos.
Una carta llegó a mi casa ayer con la información de que mi madre se había hecho polvo al instante. Aunque fue extraño, lo primero que pensé fue que a la vida le gustaba gastarme bromas, matando a mi padre, hermana y madre sin dejarme rastro de ellos. Me dio escalofríos pensar que quizás yo estaba destinada a morir de la misma manera.
Después de la ceremonia de despedida, Katharina la mujer que compartía casa con mi madre se acerca a nosotros.
Estamos, tanto Peeta como yo, acostumbrados a que la gente actúe así cuando nos conocen por primera vez. Algunos nos adulan y otros nos temen. Katharina nos abraza con más confianza de la que le tengo y saluda a nuestros hijos.
Nos dice que vallamos a casa de mi madre, en donde estarán sólo las personas "más cercanas". No imagino quien podría ser más cercana que yo, pero entonces me doy cuenta que no la había visto en siete años.
Peeta lucha con mantener a los niños quietos, mientras el auto se estaciona frente a la fachada de una casita muy pintoresca.
Al entrar, vuelvo a tener 16 años. Aunque no me lo hubieran dicho, con solo ver la decoración, los colores, y los muebles, sabría que aquí vivía mi mamá. Tomo la mano de Peeta muy fuerte.
Katharina nos lleva al jardín trasero de la casa, en donde hay algunos niños de la edad de mi Prim y de Máximo.
Los dejamos jugando allí. La casa es acogedora, pero al caminar hacia el salón en donde se llevará a cabo la reunión en conmemoración de mi madre, se vuelve fría.
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Cato y Clove.
FanfictionTeníamos que vivir. Que sobrevivir. Poder ganar los Juegos para poder estar juntos. Somos los verdaderos amantes trágicos del Distrito 2.