Liz no podía dejar de mirar a Max. Él le dirigió una leve sonrisa, una sonrisa privada, sólo para ella. ¿Qué me hiciste? pensó. ¿Cómo... Sentía que el cerebro le zumbaba, vibrando en una frecuencia muy baja? Le costaba pensar. El paramédico se arrodilló delante de Liz, bloqueando a Max de su vista. ¡No! Pensó Liz, esforzándose por ponerse de pie. Tenía que tener a Max a la vista en ese momento. La hacía sentir... segura. Tirada en el piso, había tenido la sensación de alejarse, de ser forzada a alejarse de la cafetería, de su padre y María, de todo y de todos los conocidos. Y de alguna manera Max la había traído de regreso.
― No trate de moverse todavía. ― El paramédico agarró con firmeza a Liz por los hombros. Liz trató de concentrarse en la historia que se suponía que debía contar. Pasó los dedos por la parte frontal de su uniforme, y luego levantó la mano para que la mujer pudiera verla.
―Es salsa de tomate, como le dije. Sé que parece sangre, mucha sangre...
Y había sangre debajo de la salsa de tomate, mucha sangre, pensó. Estaba sangrando hasta morir. Me estaba muriendo. Un escalofrío recorrió a Liz. Envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo, pero no sirvió de nada. Todavía sentía frío.
― Sé que es kétchup, puedo olerlo. Tengo antojo de un buen plato de papas fritas. ―bromeó la mujer y sacó una pequeña linterna y alumbró los ojos de Liz.
Luego cogió la muñeca de Liz y comprobó su pulso.
― ¿Está bien? ―preguntó el Señor Ortecho. Pestañeando súper rápido, como siempre hacía cuando estaba a punto de desmoronarse.
Liz sintió un arrebato de sobreprotección con su padre. Él había estado desbastado cuando Rosa había sufrido una sobredosis. Durante varios días después del funeral había permanecido en el sofá cubierto por una colcha de punto, aunque era pleno verano. Y sin importar cuántas veces Liz había ido a la habitación, siempre lo encontraba en la misma posición. Debe de estar aterrado, pensó. Soy la única hija que le queda. Deseó que eso le hubiera sucedido en su día libre.
― Estoy bien, papi. ―respondió ella. Oyó un pequeño temblor en su voz, pero pensó que había hecho un buen trabajo en sonar normal. Excepto por el hecho de que había llamado a su padre Papi. No había utilizado ese nombre desde que era una niña.
― No te pregunté. ― Dijo de pronto su padre― ¿Es usted un profesional? No. No sé si estás bien o no.
― Soy profesional, y digo que está bien, también. ―respondió la mujer― Pensé que podría estar en estado de shock. Yo estaría en estado de shock si alguien me hubiera disparado a mí. Pero ella está muy bien. ―La mujer miró por encima del hombro a su compañero ―Supongo que debemos irnos. Gracias. ―Liz se puso en pie y su padre la envolvió en un abrazo tan apretado que le dolieron las costillas.
― No le contaremos a mamá lo que ocurrió, ¿de acuerdo? ―susurró.
― ¿Estás bromeando? No hay manera de que el radar de tu madre se lo pierda. Al segundo de que uno de nosotros entre en la casa, sabrá que algo anda mal. ―El dio una risa ahogada cuando la soltó.
Liz escaneó del café, buscando a Max. Tenía que hablar con él. Tenía que averiguar lo que le había hecho. Pero se había ido, al igual que Michael.
Max había sonado tan intenso cuando le pidió que mintiera por él, como si fuera algo realmente crítico. Si alguien le echaba un vistazo de cerca al piso, sabría que su historia del kétchup no podría ser cierta. Las salpicaduras de sangre en el suelo embaldosado se veían rojas brillantes y líquidas y no rojas y grumosas como el tomate.
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The Outsider
ParanormalÉl no es como los otros chicos. Liz lo ha visto. Es dificil perder a Max -alto, rubio, ojos azules. Se destaca entre sus compañeros de la escuela. Entones, ¿Por qué es tan solitario?, Max esta enamorado de Liz. Le encanta la forma en que sus ojos s...