Me desperté empapada por completo en sudor helado y con el corazón latiendo a mil por hora. El sueño, aunque más bien la pesadilla, es totalmente indescriptible, a la vez que confuso.
¿Por qué un lobo monstruoso y rabioso quería acabar conmigo?Nunca antes había experimentado algún tipo de contacto con los lobos y, mucho menos, recuerdo que hubiese vivido una mala experiencia que me hiciera temerlos y darles parte activa en mis pesadillas. Es un misterio el devenir del inconsciente.
Por otro lado, lo que de realmente me trastorna, es la aparición del lobo gris plata. Lo pienso y aún puedo sentir en mi interior fluyendo aquel calor, tan intenso que explotó y se extendió en lo más profundo de mis entrañas justo en el momento en que me atreví a tocar su espeso y ensangrentado pelaje.
Para añadir más misterio al asunto, sigue flotando en mi cuerpo semi-consciente aquella extraña sensación de que al fin había recuperado algo que hacía mucho tiempo había perdido o que, tal vez, me hubiesen arrebatado.
Pero por muchas vueltas que le dé, no logro encontrarle un sentido lógico a ese misterioso, a la vez que terrorífico, sueño y el dolor de cabeza no me deja pensar con claridad. Demasiadas cosas tengo en la cabeza últimamente.
Y creo que por ahora será más sensato dejarlo estar. Con la cabeza en frío y todas mis facultades mentales activas, intentaré analizarlo.
Uffff, las 07:30h. Se me ha echado el tiempo encima. Tengo apresurarme y adecentarme un poco porque si sigo remoloneando en la cama, lo más probable es que llegue tarde a clase. Antes muerta.
Nunca me perdonaría no llegar a tiempo a la presentación de las asignaturas de mi primer curso en la universidad. Sería la primera vez y la última, porque me moriría de vergüenza extrema si pasara, así que no habría una segunda vez.
Si cabe decirlo, soy la típica chica estudiosa, la empollona de clase. "Natasha , matrícula de honor" allá a donde vaya. No tener vida social ayuda bastante a la causa. Vaya cosas.
Desde pequeña ya me obsesionaban los libros y todo aquello que supusiese una fuente de conocimiento. Se puede decir que más que leer, engullía los libros. Era una lectoadicta, si existiese esa palabra. Creo que llegué a pasar hasta 6 horas leyendo y ni tomar resuello. Ni agua, ni comida. El mundo dejaba de existir, como si entrara en trance. Y gracias a eso, disfrutaba de mi ostracismo literario.
En mi infancia lo normal era que los niños jugaran en la calle a la pelota en verano o patinaran en el hielo cuando aparecía el gélido invierno, pero yo no. La verdad es que en ese aspecto soy un poco, como decirlo, antisocial.
No es que piense que soy mejor que nadie, ni mucho menos. Sino que sentía y, me corrijo, siento que las personas no me aportan tanto, o casi nada, con respecto a los libros. Son y serán mi compañía más preciada.
Únicamente me permitía a mí misma compartir espacio vital con mis abuelos, quienes me criaron desde que tengo uso de razón. Y ciertamente eran los únicos seres vivos con los que tenía algo de afinidad, sobretodo con mi abuela. Ella fue quien me enseñó la pasión por los libros, quien me guió.
La mayor parte de su vida la vivió siendo maestra de escuela y convirtió en su auténtica pasión la lectura. Invirtió parte de sus ínfimos ingresos en la adquisición de distintos libros de temas muy variados y, los cuales, he tenido el gran privilegio de tener sobre mis manos.
Pero claro, a cambio de una vida de devoción extrema hacia el papel y la tinta, no he tenido manera alguna de vivir la típica adolescencia.
No he encontrado a una mejor amiga con la que compartir mis confidencias, ni he suspirado por el típico chico de mis sueños. Tampoco he pasado vergüenza en el instituto ni me he comportado como una neurótica tras la típica explosión de hormonas juveniles.
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Mi luna
WilkołakiNatasha es una chica huérfana de 18 años, criada por sus abuelos maternos, que se desplaza a la ciudad rusa de Samara para comenzar sus estudios universitarios. Lo que para ella consistía en un inofensivo cambio de aires, significó ser un vuelco to...