Christophe

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Dicen que hay veces en que el enamoramiento llega como un flechazo, que las reacciones químicas en el cerebro de pronto golpean como un puñetazo, que se sienten mariposas  en el estómago  y que hasta la perspectiva de las cosas puede cambiar.

Pero a Christophe Giacometti  nunca le había pasado algo así. Es decir, era uno de los más grandes íconos de la sensualidad dentro y fuera de la pista de patinaje con una orgullosa reputación de conquistador y ardiente amante. Sin embargo, y él mismo lo aceptaba, consideraba la seducción  todo un arte, casi una ciencia. En la que cada parte del proceso estaba absolutamente bajo su control y siempre obtenía lo que esperaba.

¿Pretencioso? Por supuesto, podía darse el lujo. ¿Cómodo? Claro, mental y físicamente. Después de todo su única devoción estaba en la pista, y su único ideal correspondía a cierto patinador ruso. ¿Aburrido? Sólo a veces, por lo regular cuando la pareja en turno era inexperta o esperaba demasiado de él. En cualquier caso tenía practicado magistralmente el modo de poner fin a una relación  inconveniente, o demasiado conveniente que pudiera resultar peligrosa .

La sonada noticia del retiro temporal de Victor, sin embargo, resultaba amenazante para sus ideales. Pero ese temor que sólo había entretenido su mente algunas veces durante los entrenamientos como un fantasma, se materializó al encontrarse frente a frente con su modelo a seguir pero esta vez no como un rival sobre las aspas, sino ejerciendo con toda entereza su nuevo rol de entrenador al lado del chico japonés en todo momento.

Su ejecución del programa corto en la Copa de China se vio opacada por la sombra de incertidumbre propia ante la decisión de Victor. Había tantas cosas en qué pensar, la pérdida de un formidable rival, su inspiración en la pista, la posibilidad del retiro, y a dónde pertenecería cuando llegara el momento. Intoxicated no lució como debía y la puntuación fue baja.

Terminando las presentaciones varios de los nuevos  competidores se acercaron a él para expresarle lo maravillados que estaban al poder apreciar su mundialmente famosa rutina en vivo. No les prestó mucha atención, estaba agotado e insatisfecho consigo mismo. No había estado en sus planes terminar en quinto lugar en la primera fase, no eran momentos para darse el lujo de pensar sólo en Victor, había  otros rivales reales a su alrededor. Se dirigió en seguida al hotel, estaba seguro de que una noche de descanso reparador le vendría bien para afrontar el nuevo panorama de las competencias.

Tal cual, el desempeño que mostró posteriotmente al ritmo de Rapsodia Española elevó su puntaje y lo llevó al tercer lugar. La meta ahora era clara, debía patinar como nunca  para hacer recapacitar a su eterno rival, hacerlo regresar a la pista y tener el honor de derrotarlo limpiamente.

A final de cuentas la Copa de China había puesto las cartas sobre la mesa y el patinador suizo esperaba con ansias lo que estaba por venir. Su mente ya se encontraba en el siguiente campeonato, visualizando el pase a la Final del Grand Prix.

Llegó el momento de la premiación y sólo lo sintió como parte del protocolo. Vio a la producción colocar otro podio sobre el hielo, una alfombra roja más era tendida. La audiencia estaba preparada para el emotivo momento y la prensa lista para capturar cada instante. Los murmullos en el enorme recinto cesaron de momento al escucharse por el micrófono la melódica voz del maestro de ceremonias presentando la premiación de la categoría varonil.

"Bronze medallist, Christophe Giacometti, from Swiss Confederation." Con un salto al hielo saludó al público que emocionado, como siempre, al verlo se des vivía en aplausos y porras. Dio una vuelta pequeña pero llena de sensualidad, mandó  besos a todos sus seguidores y miradas que derretirá a cualquiera, sabía que tenía que mantener la sonrisa, y así se dirigió a la alfombra y luego al podio a tomar su lugar.

Hicieron lo propio los medallitas de plata y oro, otra ceremonia más. Un saludo y abrazo entre los ganadores, como siempre.

Se acercaron solemnemente los representantes de la Asociación China de Patinaje y los de la Unión Iternacional después  de ser presentados. Los pajes con las medallas y flores estaban listos formando una fila. Comenzaron a galardonarlos. Felicitaciones, saludos, medallas, ramos de flores. Giacometti  había visto tanto de eso desfilar ante sus ojos que especialmente en ese momento no llamaban su atención. A lo lejos distinguió vagamente la figura trajeada que, a contra luz, permanecía tras la valla, el ahora coach que se regocijaba por el medallista de plata.

Las banderas se elevaron, como en toda competencia internacional, y comenzó  a retumbar en el lugar la melodía de un Himno Nacional alegre. Muy pocas personas entre los espectadores cantaban suavemente una lírica acerca de orgullo y dedicación hacia su país, de cómo derramarían  aún su sangre por verlo prosperar. La inmensa mayoría  guardó un silencio respetuoso.

Un leve suspiro casi imperceptible llegó a los oídos del experimentado patinador que, de reojo, giró la mirada a la derecha por instinto.

Y fue la primera vez.

Si le hubieran preguntado qué vio, su vocabulario no hubiera alcanzado para describirlo acertadamente. Si hubiera tenido que explicar qué sintió, tampoco hubiera encontrado las palabras ni la ubicación. Tal vez fue en el cerebro, el estómago o incluso el corazón, aunque se negara  rotundamente a aceptarlo.

Aunque comenzó a pensar que fue en los ojos, porque desde ese momento no pudo apartar las orbes verdes de encima del joven de piel morena que sonreía de la manera más sincera y hermosa que alguien pudiera hacerlo sobre la tierra, mientras brillaba con los reflectores una lágrima que recorría su mejilla.

La Primera VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora