Debido a las acusaciones penales contra Denny, los Gemelos obtuvieron una orden de
alejamiento temporal. Ello significaba que hasta que la justicia no se pronunciara
sobre su reclamación a ese respecto, quizá dentro de muchos meses, Denny no podía
ver a Zoë en absoluto. Minutos después del arresto de Denny, Maxwell y Trish
iniciaron acciones legales para quitarle el derecho a todo tipo de custodia, pues era
evidente que no era un padre adecuado. Se trataba de un pedófilo. Un delincuente
sexual.
Bueno. Todos jugamos con las mismas reglas. Pero algunas personas se pasan
más tiempo estudiándolas para ponerlas a su servicio.
He visto películas donde aparecen niños secuestrados. Muestran la pena y el
terror que abruman a los padres cuando un desconocido se lleva a sus hijos. Ése era el
dolor que sentía Denny, y yo, a mi manera, también. Aunque sabíamos dónde estaba
Zoë. Y quién se la había llevado. Pero no podíamos hacer nada.
Mark Fein dijo que hablarle a Zoë de la batalla legal sería contraproducente, y
sugirió que Denny inventara una historia sobre carreras en Europa para justificar su
prolongada ausencia. Mark Fein también negoció un intercambio epistolar. Denny
recibiría notas y dibujos de Zoë, y además mi amo podría enviarle cartas, si aceptaba
que fuesen censuradas por los abogados de los Gemelos. Te diré que todas las
superficies verticales de la casa estaban decoradas con las obras de arte de Zoë. Y que
Denny y yo pasamos largas noches pensando las cartas para Zoë, en que le contaba
sus hazañas en los circuitos europeos.
Aunque me hubiese gustado mucho ver a Denny actuar, desafiar a los poderes
establecidos de una forma atrevida y apasionada, respetaba su capacidad de
contención, su autodominio. Denny siempre admiró al legendario piloto Emerson
Fittipaldi. «Emmo», como lo llamaban sus colegas, era un campeón de gran estatura
y consistencia, conocido por su pragmatismo. Correr riesgos no es una buena idea si
una mala maniobra basta para hacer que te estrelles contra un muro, lo que
convertiría tu coche en una ardiente escultura metálica, mientras las llamas invisibles
del etanol incendiado te desprenden la piel y consumen la carne y los huesos. Emmo
no sólo nunca perdía la cabeza, sino que jamás se metía en una situación en la que
ello pudiera ocurrirle. Como Emmo, Denny no corría riesgos innecesarios.
Bueno, aunque yo también admiro a Emmo y procuro emularlo, creo que me
agradaría más ser un piloto como Ayrton Senna, lleno de emoción y osadía. Me
habría gustado cargar nuestras maletas con lo más esencial y echarlas al BMW.
Luego, pasaríamos por la escuela a buscar a Zoë y pondríamos rumbo a Canadá.
Desde Vancouver, conduciríamos hasta Montreal, donde tienen estupendos circuitos y
un gran premio de Fórmula 1 para los veranos. Allí viviríamos en paz por resto de nuestras vidas.
Pero quien decidía no era yo. No estaba al volante. Mi opinión no le interesaba a
nadie. Y por eso fue por lo que todos sintieron pánico cuando Zoë les dijo a sus
abuelos que quería verme. Es que nadie se había encargado de atribuirme un papel.
Como los Gemelos no sabían qué lugar darme en sus complicadas ficciones,
telefonearon de inmediato a Mark Fein, quien a su vez llamó a Denny para explicarle
la situación.
—Ella se lo cree todo. —Mark no hablaba, gritaba en el teléfono, a pesar de que
Denny tenía el auricular apretado contra la oreja—. Así que dime, ¿dónde le diremos
que está el jodido perro? Podríamos decirle que te lo habías llevado contigo, pero
existen las cuarentenas. ¿Ella sabe algo de eso?
—Dile que por supuesto que puede ver a Enzo —respondió Denny, sereno—.
Hay que decirle que Enzo se queda con Mike y Tony mientras yo estoy en Europa; a
Zoë le caen bien y lo creerá. Haré que Mike le lleve a Enzo el sábado.
Y así fue. A primera hora de la tarde, Mike me recogió y me llevó en coche a la
isla Mercer. Pasé la tarde jugando con Zoë en el gran jardín. Antes de la cena, Mike
me vino a buscar y me llevó de regreso a casa de Denny.
—¿Cómo está? —le preguntó Denny a Mike.
—Preciosa. Tiene la sonrisa de su madre.
—¿Se divirtió con Enzo?
—Mucho. Jugaron todo el día.
—¿A «buscar»? —Denny estaba ávido de detalles—. ¿Le tiraba un palo o
jugaban a perseguirse? A Eve no le gustaba que lo hicieran.
—No, casi siempre jugaron a «buscar» —dijo el bueno de Mike.
—A mí no me importaba que jugaran a perseguirse, porque conozco a Enzo, pero
Eve siempre...
—Fue hermoso —añadió Mike—, varias veces se tumbaban juntos sobre la
hierba y se abrazaban. Era muy tierno.
Denny se sonó la nariz, conmovido.
—Gracias, Mike —dijo—. De verdad. Muchas gracias.
—De nada —contestó Mike.
Aprecié los esfuerzos de Mike por tranquilizar a Denny. Pero no le decía la
verdad. Quizá no viera lo que yo veía. Tal vez no oía lo que yo oía. La profunda
tristeza de Zoë. Su soledad. Cómo me susurraba que ella y yo nos escaparíamos de
algún modo a Europa para encontrar a su padre.
Ese verano sin Zoë fue muy doloroso para Denny. No sólo no podía ver a su hija,
sino que su trabajo se resentía. No pudo aceptar la oferta de volver a correr con el
mismo equipo del año anterior, pues el juicio penal en su contra exigía que
permaneciese en el estado de Washington, so pena de que su libertad quedara revocada. Ello tampoco le permitía aceptar ninguno de los lucrativos trabajos de
instructor y ofrecimientos comerciales que le surgían. Después de su espectacular
actuación en Thunderhill, era muy buscado por la industria publicitaria, y el teléfono
sonaba con relativa frecuencia para comunicarle ofertas de ese sector. Se trataba de
trabajos que, por lo general, eran en California, a veces en Nevada o Texas,
ocasionalmente en Connecticut. Así que estaban prohibidos para él. Estaba prisionero
en el estado.
Aun así...
Se nos permite vivir nuestra existencia física para que aprendamos más acerca de
nosotros mismos. De modo que entiendo por qué Denny, en un nivel profundo, se
permitió caer en la situación en la que se encontraba. No diré que la creó. Sí que la
permitió. Porque necesitaba probarse. Quería saber cuánto tiempo podía mantener el
pie sobre el acelerador sin levantarlo. Había escogido su vida y, por lo tanto, también
aquella batalla.
A medida que el verano avanzaba, mis visitas a Zoë se hicieron más frecuentes. Y
me di cuenta de que yo también participaba de aquel sistema de vida. Era parte
integral de la situación. Cuando, al fin de esas tardes de julio, Mike me llevaba de
regreso a casa de Denny, después de que aquél contara los sucesos del día antes de
regresar a su propio mundo, Denny se quedaba sentado junto a mí en el porche
trasero y me interrogaba.
—¿Jugasteis a «tirar y buscar»? ¿A disputaros el palo? ¿A perseguiros? —No se
cansaba de preguntar. Y seguía—: ¿Os abrazasteis? ¿Cómo está? ¿Come fruta? ¿Le
dan los alimentos apropiados?
Yo lo intentaba. Con todas mis fuerzas, intentaba formar palabras para
responderle, pero en vano. Trataba de hacerle llegar mis pensamientos por vía
telepática. Procuraba transmitirle las imágenes que tenía en la mente. Ladeaba la
cabeza. Asentía. Alzaba las patas.
Hasta que, al fin, me sonreía y se levantaba.
—Gracias, Enzo —decía—. No estás demasiado cansado, ¿no?
Yo me incorporaba y meneaba el rabo. Nunca estoy demasiado cansado.
—Vamos, pues.
Tomaba la pelota de tenis y me llevaba al parque para perros y jugábamos a tirar
y buscar hasta que la luz disminuía y los mosquitos salían de sus escondrijos,
sedientos.
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El arte de conducir bajo la lluvia
De TodoEnzo sabe que no es como los demás perros. Él es un pensador de alma casi humana. A través de los pensamientos de Enzo, que en la víspera de su muerte hace balance de su vida y rememora todo lo que han pasado él y sus amos, se desarrolla una histori...