San Petersburgo

21 2 0
                                    


—Yuuuuri, me voy ya. No llegues tarde al entrenamiento, Yurio se enfadará. ¡Makkachin, te dejo encargado de que no me decepcione!

—¿Te vas tan temprano?

—Sí, voy a correr. Soy un viejo, necesito más aguante para enfrentarme a tanto patinador joven.

—Victor... no digas eso —protestó Yuri mientras veía desde la cama cómo su prometido se ponía una gruesa chaqueta para protegerse de las bajas temperaturas.

—Haz caso a tu entrenador y no llegues tarde —insistió Victor antes de despedirse con un beso en los labios y salir corriendo del piso.

«Haciéndose el entrenador modelo otra vez. No le pega nada» pensó Yuri. Se cubrió la cabeza con la manta; en San Petersburgo hacía más frío que en Hasetsu y eso no ayudaba a que tuviese ganas de salir. Por suerte Makkachin vino al rescate y ladró varias veces hasta que se levantó. Yuri miró la hora y sonrió: iba bien de tiempo, esta vez no los haría esperar.

Pero cuando Makkachin y él salían del edificio se dio cuenta de que había olvidado el móvil en casa. «Oh, no, prometí ayudar a Phichit con el hashtag #PhichitOnIce. ¡Qué desastre!».

—Makkachin, espera aquí. Vengo ahora mismo —ordenó Yuri con una voz que intentaba ser firme.

El perro se sentó con toda la intención de obedecer pero entonces una bandada de gaviotas cruzó el cielo y extrañó pasear por la playa de Hasetsu. Desde que se habían mudado pasaba menos tiempo con Victor. Tampoco estaban los Katsuki para darle comida a escondidas. Ni Mari, ni Minato, ni Axel, Lutz y Loop. Pensó en todas las personas que echaba de menos y corrió detrás de las aves, en dirección a Japón.

Las gaviotas huían a través las nubes y el can iba en pos de ellas, camino a la playa. Esquivó varios coches y a unos niños con mochilas que intentaron acariciarlo, cruzó las vías del tranvía y al final, gracias al rastro del olor a salitre, llegó al mar. Makkachin inclinó la cabeza confundido. Había llegado, sí, pero estaba en el populoso puerto de San Petersburgo, rodeado de asfalto, cemento y hormigón. Llevaba demasiados meses fuera de casa y había olvidado que en la urbe rusa no había espacio para la arena y que las islas niponas estaban muy lejos. Levantó la nariz y olisqueó en busca de Victor o Yuri pero no los encontró. Desorientado, vagó un rato por calles ajenas y extrañas hasta que percibió algo conocido: ¡katsudon! Si seguía esa pista, seguro que los encontraba.

Persiguió el olor convencido de que cuando hallase el origen, sus amigos estarían esperándolo pero al llegar, comprobó que no había rastro de ellos en la puerta del restaurante japonés. Apesadumbrado, escondió la cara entre las patas delanteras sin saber muy bien qué hacer. ¿Dónde estaba Victor? ¿Por qué habían vuelto a un lugar en el que las gaviotas no llevaban a la playa? Hacía mucho frío y su nariz empezaba a congestionarse. ¿Cómo iba a volver a casa? Entonces levantó las orejas ante una voz familiar.

—Esto... No sabía a dónde ir, no conozco a mucha gente en la ciudad. Cenamos aquí hace un par de noches, si lo ven... —decía Yuri con voz insegura.

—¡Gavv, gavv! —ladró. Saltó encima del nipón, lo que hizo que ambos acabasen en el suelo.

—¡Makkachin! ¡Menos mal! ¿Dónde estabas? Si llega a pasarte algo...

Con lágrimas en los ojos lo abrazó y le rascó detrás de las orejas.

—Le diremos a Victor que me dormí otra vez y que por eso llegamos tarde. Esta pequeña aventura quedará entre tú y yo.  

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 15, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

¡Gavv, gavv! La gran aventura de Makkachin en San Petersburgo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora