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El muchacho despertó poco a poco, la luz del Sol le molestaba en los ojos. Recordó al momento todo lo que había ocurrido, haciendo que inclinara su espalda hacia adelante con impulso. Notó un dolor en la cabeza muy fuerte, al tocarse, se dio cuenta de que tenía sangre seca en la cabeza, comenzó a recordar que se había golpeado. Se fijó en el árbol que había justo a su izquierda, allí había un rastro de sangre, la tocó para asegurarse de que sí lo era, y efectivamente, estaba en lo cierto. Pero al girar su mano hacia sí mismo, puso presenciar algo en su muñeca.

Un número 42 tatuado en su muñeca... ¿Qué significaba aquello? Él jamás había tenido ningún tatuaje ahí, ¿de dónde había salido? El chico se asustó, aquello no era un dibujo, ni uno de esos tatuajes que vendían en las bolsas de patatas... Estaba tatuado de verdad. Se levantó para ponerse en marcha y averiguar qué le había ocurrido al mundo, todo aquello estaba demasiado silencioso. Miró a su alrededor, el bosque seguía intacto, y la criatura que debería estar clavada en la rama saliente de un árbol de más arriba, tampoco estaba... No había rastro de nada.

Decidió salir del barranco, intentando escalar por donde había caído. En realidad, estaba aterrado, no sabía lo que podía encontrar una vez llegase arriba, por lo que decidió subir despacio y con los ojos bien abiertos. Una vez fuera del barranco, vio algún que otro trozo de bosque incinerado, algún pobre animal muerto y una ligera vista de la ciudad. Edificios apoyados unos con otros, escombros por todas partes, cadáveres, coches en llamas... La cosa había ido a peor. Llegó hasta la zona donde aquel avión se había estrellado, y allí seguía, o al menos lo que quedaba de él.

El chico pensó que podría pedir ayuda, o buscar a alguien que pudiera ayudarle, pero le aterraba la idea de atraer a esas cosas hasta él. De todas formas, el silencio duró poco, se escuchó algo venir de una de las calles. Una furgoneta de un verde similar al de los coches militares apareció, advirtió su presencia y se detuvo frente a él. El joven decidió no moverse y esperar a ver qué ocurría. Las puertas traseras se abrieron y comenzaron a bajar unos hombres con la ropa sucia y hecha añicos, pero estos tenían armas de fuego consigo, se acercaron al muchacho.

- Eh, chaval ¿Estás bien? – El que parecía ser el líder, mantenía el arma en la mano, pero no apuntaba al chico, al contrario, le había hablado en un tono tranquilo y amigable. Sus ojos eran azules y su melena rubia y sucia, tanto él como el resto de los que habían bajado estaban hechos un fiasco. Llevaba una barba bien recortada y una pequeña cicatriz en la ceja.

- Ah... Sí. ¿Quiénes sois? – Preguntó con el cuerpo menos tenso.

- Bueno, ah... Básicamente, supervivientes... Supervivientes que saben lo que está pasando – Dijo aquel tipo, seguro de sí mismo.

- Supervivientes... ¿E-esas cosas siguen por aquí? – Recordó el aspecto de esos monstruos carroñeros.

- ¿Qué? ¡No, no! Tranquilo, este lugar está vacío de esas cosas... Por ahora – Dejó una pausa. – Oye, chico sé que seguramente quieras ir a casa, encontrar a tus padres y desear que estén bien, pero, no es momento para eso.

- ¿Y de qué es momento? – Preguntó curioso.

- De luchar – Volvió a dejar una pausa. - ¿Cómo te llamas, hijo?

- ...Derek. M-me llamo Derek – El chico se dio cuenta de que era la primera vez que pronunciaba su nombre con tanto miedo en el cuerpo.

- Bien Derek... - Entonces aquel tipo fue interrumpido por alguien que aún permanecía en la parte trasera de la furgoneta, se bajó de inmediato y se acercó.

REFLEJO.42 (MUESTRA)  - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora