Todos se van

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29 de septiembre de 1888. Dejó escapar un débil sollozo, observando aquel viejo techo, mientras apretaba tembloroso el mătănii entre sus manos, pasando cada nudo para cada oración. Sentía náuseas, estaba demasiado angustiado. Echó la cabeza hacia atrás, reposándola sobre el asiento, y sin poder evitarlo cerró los ojos.

- ¡Vlad! 

Al oír la voz de aquella pequeña niña de ocho años que trotaba hacia él, emocionada con una enorme sonrisa en su rostro, no pudo sino detenerse  y darse la vuelta, esbozando una suave sonrisa mientras se agachaba para quedar a su altura.

- Buenos días señorita, está usted muy hermosa hoy~ - murmuró dulcemente, viendo como se la iluminaba el rostro a la pequeña al recibir tal cumplido - Las clases ya han terminado por hoy.

- Pero quiero que se quede un poco más... - se quejó bajando la mirada y cruzándose de brazos, abrazando aquel libro en griego que la había dado para que practicara dicho idioma - Por favor...

Al verla así no pudo sino ahogar una suave sonrisa, enternecido, para finalmente asentir. No era capaz de negarle algo a aquella pequeña niña superdotada, que con dos años ya había aprendido un idioma, pero que parecía haber aprendido aún antes el arte de hipnotizar a quienes la rodeaban. 

- Está bien. ¿Que quiere que la enseñe ahora? ¿Continuamos con el griego o empezamos el turco? - preguntó dulcemente, poniéndose en pie para no arrugar su levita.

- ¡Lo que sea! - exclamó dando un leve salto, feliz al oír aquello - Sabe mucho, así que enséñeme lo que quiera~

- Esta bien~

Tomó aire varias veces mientras pasaba de nuevo cada nudo de la pulsera.

- Señor Jesucristo, tenga piedad de Iulia...

Otro nudo, y repitió aquellas palabras.

- Observe.

Arrodillándose frente a la pequeña que observaba curiosa, estiró su mano hacia ella. Y entonces una pequeña rosa creció por arte de magia en su palma, maravillando a aquella pequeña niña.

- ¿Como lo ha hecho? - preguntó emocionada, cogiendo con cuidado la rosa, observándola detenidamente para finalmente olerla - Parece de verdad...

- Porque es de verdad~

Un débil quejido salió de su garganta mientras ahogaba las lágrimas, echándose hacia delante sin cesar las oraciones, apoyándose sobre sus propias piernas. No podía creer lo que estaba ocurriendo, no podía creer que el mundo fuera tan cruel. Cosas supuestamente peores había vivido, y sin embargo aquella situación las superaba a todas. Debía admitir que era egoísta.

Bogdan Petriceicu Hasdeu, padre de Iulia, observaba a su hija de once años y a Vlad tocar el piano con sorprendente facilidad, en especial ella. Pero lo que más le sorprendía no era la virtuosidad de la niña que ya bien conocía, sino la suave sonrisa que decoraba el rostro del chico, quien observaba de vez en cuando a la menor. Conocía bien aquella sonrisa, era la de un padre, la de un amigo, la de un amor. 

- Has tocado genial~ - murmuró Vlad cuando finalmente terminaron la pieza, provocando que a la pequeña la brillaran los ojos por la emoción - Bueno, siempre tocas genial~

Iulia sonrió ampliamente, y entonces sacó un pequeño paquete que tenía escondido en el dobladillo de la falda, el cual le tendió, emocionada, para sorpresa ajena.

- Una vez me dijiste que no tenías ningún mătănii, así que te hice uno~

Enmudeció sin poder evitarlo, aquello se lo había comentado años atrás. Se había acabado comprando uno cuando volvió del Imperio Otomano, y sin embargo el saber que aquella niña le había hecho uno le hacía perder todo significado al anterior. No pudo sino sonreír emocionado, cogiendo el paquete, y sin perder tiempo desenvolvió el papel con el que estaba envuelto, pudiendo finalmente ver aquella pulsera negra echa de doce bolas de lana con tres de madera alternadas, y una cruz de la misma lana que las bolas colgar de la unión.

Sonrisa dormida - {{Hetalia Fanfic}}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora