"Sufrir no es lagrimear. No es poner una mueca comprendida para el resto como la señal de tristeza. No es contarle al otro lo mucho que padecemos. No es hacer públicas las desgracias. No es dramatizar un momento. No es gritarle al cielo hasta cuándo seguirá poniendo semejantes trabas. Sufrir no es motivo para crear un poema. No es la excusa para programar una cita en el café más próximo con mis allegados pretendiendo que a éstos les importa lo mucho que me victimizo. Sufrir, entonces, no es eso que todos ligamos con la deformación del rostro gracias a la peor noticia.Sufrir es... lo digo yo y todos mis seguidores afanados en la lectura; a los que he mantenido hasta este momento consumiendo líneas y perdiendo el tiempo con algo que ni siquiera es de provecho; sufrir es... lo dice la persona que sonrió por mi sutil ironía; sufrir es... también lo dirá aquel que critique lo nunca dicho en este párrafo; sufrir es... y lo repetirá el desesperado que ha seguido aguardando por mi respuesta; sufrir es... lo cuestionará el que nunca comprende, pero se aferra sólo por morbo; sufrir es... o lo refutará el que se pregunte qué he querido decir desde que inicié; sufrir es... también lo dirá el que ya se haya cansado de seguirme; sufrir es...
Si eres listo descubrirás que el sufrimiento no tiene explicación. Tan sólo se sobrelleva día con día hasta llegar a los límites de la tolerancia y hasta que puedas preguntarte qué has hecho todo este tiempo. Años perdidos. Y así tendrás la respuesta: sufrir es existir.
No pretendas escapar de la mala suerte. Conforme el tiempo transcurre es más sencillo aceptar lo miserable que puede llegar a ser la existencia. Así, recibir lo poco que el destino pretende darte ya no duele tanto. Es parte de un proceso catártico en el que se van deslindando aquellas emociones que te hacen sentir vivo para que surjan las de la doblegación. Es decir, aquellas que hacen del hombre un ser más pasivo, quieto, calmado. Capaz de relacionarse con el resto sin necesidad de debatir; sólo llegando a mutuos acuerdos con todo un grupo dando por sentada una sola idea sin proponer más. Así, al menos si veo al resto puedo compartir mi malestar y hacer más liviana la estadía terrenal".
¿Me odiará? No importa. De hecho, ni siquiera es relevante lo mucho que está retorciéndose debajo de mí. Incluso puedo asegurar que los rasguños y patadas sobre mi cuerpo son sólo una extraña pócima sádica en la que pretendo adueñarme de un animal.
—Mierda... —.
Jamás imaginé que el cuerpo de un hombre fuese más cálido que el de una mujer. La princesita se rebajó a plebeya y yo sigo hundiendo las fuerzas en el estrecho abismo de su dolor. Qué tanto pueden confundirse un par de manos con las sábanas hasta casi parecer parte de ellas. Gracias a él me he dado cuenta que puedo llegar a ser tan indestructible como un titán y que a mi lado él sólo es el esclavo siendo sometido.
—Por favor... Detente —.
Si pudiera enumerar los momentos más enigmáticos de mi vida quizá éste encabezaría la lista. Ese viscoso sabor seco en mi boca era la sinfonía perfecta para darle la bienvenida a un comienzo de pesadumbre y decadencia en el que me rebajé a los más perversos y fructíferos sacrificios.
—¿Qué sientes? Te gusta, ¿cierto? —.
Pocas veces he llegado al orgasmo, pocas veces una chica ha sido lo suficientemente buena para dejarme venir aunque sea sólo una vez. Probablamente se deba a que la periodicidad con la que me dejaba llevar por el sexo ya comenzaba a tener malas secuelas. El "no sentir", por ejemplo.
—B-basta. Te lo suplico —.
Ah, qué maravilloso hubiera sido filmar algo como esto. Sentarme junto a la fogata y decirle: "hey, cariño. Ven aquí, siéntate. Ya casi va a empezar". Y entonces él, viéndome desde lo más recóndito de nuestro nuevo hogar, con las pupilas dilatadas por el miedo diría: "¿qué es?". Ese sería el momento más excitante de mi vida al responderle: "un video de nuestra noche de bodas. ¿Lo recuerdas? El día en que te hice mío".