Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 32

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CAPÍTULO 32

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CAPÍTULO 32

A pesar de mi escaso inglés, pude comprender la descripción de cómo aquel hombre había muerto. Lo habían golpeado en la parte de atrás de la cabeza, lo habían ahorcado y lo habían dejado boca abajo, tirado en un pantano para que se ahogue. Muerte triple. Aquel hombre de tiempos remotos había muerto de la misma forma violenta que Loras y Gaspar, había sido asesinado con la misma saña que el viejo Strabons. Un escalofrío me corrió por la espalda. ¿Cómo era posible? La fecha de la muerte se estimaba había ocurrido entre el año 2 antes de Cristo y el 119 después de Cristo. ¿Qué clase de macabra coincidencia era aquella? ¿Quién era aquel infortunado hombre?

—Su nombre era Alric— dijo una voz a mi lado. Di un salto hacia atrás, sorprendido, el corazón agitado, fuera de control.

—¿Humberto?— exclamé cuando pude controlar mi respiración—. ¿Qué hace...?

—Lo lamento, no era mi intención asustarte.

—Casi me causa un infarto. ¿Qué hace aquí?

Humberto ignoró mi pregunta.

—Alric era un buen hombre. Es horrible lo que le hicieron.

—¿Usted conocía al Lindow man? ¿Cómo?

—Lo conocí en el Círculo. Era un hombre extraordinario. Sabía varios idiomas y sabía también leer y escribir. Pero vivía en una comunidad retrógrada donde no era muy bien visto.

—¿Por eso lo mataron? ¿Por saber leer y escribir?

—No, no por saber leer y escribir, por intentar enseñar a leer y a escribir. Alric viajaba mucho entre los mundos. Se dice que inclusive tradujo obras de este mundo al antiguo dialecto de Yarcon para que su comunidad tuviera acceso al conocimiento de otras culturas. Copió mapas y dibujos que explicaban la distribución y la forma de vida de los pueblos de este mundo. Su idea era expandir el horizonte del conocimiento entre su gente. Pero el conocimiento es un elemento peligroso.

—El conocimiento lleva a la verdad y a la libertad— comenté.

—Las personas que gobernaban su comunidad no estaban muy felices. Nunca es conveniente que la gente común sepa demasiado, que encuentre la verdad y la libertad, porque así las autoridades pierden todo poder sobre ellos.

—Dio su vida para liberar a otros— murmuré.

—Sí— confirmó él.

—¿Alric era un Antiguo?

—No.

—Pero dijo que viajaba entre los mundos, debió usar los portales, debió ser uno de ellos.

—Alric era más que nada un historiador. Su sed de saber lo llevó a descubrir algo muy peligroso: cómo usar los portales a espaldas de Bress.

—Bress no debió estar muy contento con eso.

—Las autoridades de su comunidad lo delataron a Bress, quien se puso furioso y lo mandó a matar.

—¿Quién lo mató?

—¿Quién crees?

—Es la forma de matar de Hermes— murmuré—. Pero no tiene sentido, el cuerpo tiene más de dos mil años de muerto.

—Alric fue ejecutado con muerte triple y arrojado al mundo que tanto le había fascinado como ejemplo para quién se atreviera a seguir sus pasos. Hubo un desfasaje temporal de casi mil quinientos años cuando su cuerpo fue arrojado al pantano donde terminó.

—¿Fue intencional?

—Sí, sus obras fueron arrojadas también a ese tiempo remoto para que no pudieran servir a nadie.

Humberto recorrió el borde del vidrio con la punta de los dedos.

—Yo lo conocí. Éramos amigos. Me duele ver sus restos expuestos así en un museo.

—Lo lamento— le dije—. Humberto, ¿qué hace aquí?

—Vine a advertirte.

—¿Advertirme qué?

—Hermes está tras de ti.

—Eso ya lo sé. Me encontró en el bosque de Strabons, pero aún no ha podido dilucidar dónde vivo, y no creo que sepa que estoy en Londres.

—Hermes sabe que viajaste a Inglaterra. Sabe inclusive que irás a Hereford.

—¡¿Qué?! ¿Cómo?— le grité.

—Viajaste con un pasaporte a nombre de Augusto Strabons, no le fue difícil seguir tu rastro.

—Pero, ¿cómo sabe que voy a Hereford?

—Tu investigadora le mencionó tu nombre al encargado de relaciones públicas de la catedral.

—No, Juliana no haría eso.

—Lo hizo.

—En casi ocho años, Hermes no ha podido encontrarme en una ciudad pequeña, ¿cómo va a encontrarme en una ciudad monstruosa como Londres?

—Encontrarte en Londres es mucho más fácil. Esta ciudad está plagada de cámaras de seguridad.

—No lo creo, solo quiere asustarme.

—¡Lug! ¡Mírame! ¡Estoy a tu lado! ¡Yo te encontré! Solo tuve suerte de haberte encontrado antes que él. ¡Debes salir de aquí!— me gritó él, tomándome de los hombros.

Su exabrupto llamó la atención de un hombre de traje que se acercó a nosotros.

—¿Todo está bien señor?— me dijo en español con un fuerte acento italiano. Me volví hacia él, dando la espalda por un momento a Humberto.

—Sí— le confirmé—, todo está bien. Solo es un pequeño desacuerdo con...

Al darme vuelta para señalar a Humberto, ya no estaba.

—Soy Bruno— me dijo el hombre de traje, extendiendo su mano. La estreché distraído mientras paseaba la mirada por la sala, tratando de ubicar a Humberto.

—Allemandi me envió para protegerlo— continuó el extraño.

—¿Cómo dijo?

—Su abogado, él me envió. Trabajé muchos años protegiendo a su abuelo durante sus viajes. Es lamentable que perdiera la vida de una forma tan violenta. Si yo hubiera estado ahí, le aseguro que eso no habría pasado.

Me quedé mirándolo un momento sin saber qué decir. Allemandi nunca había mencionado a ningún Bruno. No sabía qué pensar. Si lo que decía Humberto era cierto, era posible que aquel hombre estuviera trabajando para Hermes. Tenía que deshacerme de él. Tenía que encontrar a Juliana y salir del museo.

—Le agradezco que vele por mí, Bruno— le dije, tratando de ser cortés—. Debo irme ahora.

—Por supuesto, aquí está mi tarjeta. Si se ve en problemas, llámeme— dijo Bruno.

Asentí nervioso, poniendo su tarjeta en mi bolsillo y me alejé.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora