ENTRE LOS VESTIGIOS Y LAS SIETE

8 0 0
                                    

Se mantiene alrededor del frívolo, sucio y oscuro círculo metálico, sobre una tapa susurrante de una común alcantarilla; vuelan diversas sombras siniestras que se pierden; por debajo de todas ellas, ensimismado, se encuentra Hanner, hombre delgado y agrio quien observa como el agua de la ciudad se vacía en los cinco hoyos en forma de cruz de la tapa, recordando una ingloriosa alcantarilla que traga el aguacero que alguna vez hubo de describir Gamboa en perdidos párrafos de una tragedia bien documentada. ¡Oh, afligido Nepdall! nuestra gris agua después de haber recorrido las calles de la ciudad, después de lavar la vivacidad regular. Atmósfera fúnebre.

Durante las siete de la mañana y las catorce horas la juventud se pavonea a merced de la luz matutina, homóloga de un brote. Hacia el ocaso un ejército de petrificados capullos invertidos comienza el avance sobre el concreto, llegan a la esquina y desaparecen entre ventanas y escritorios, siempre por fuera en dinamismo metamórfico pero concreto por dentro, nada cambia, nada trasciende. Al anochecer los vestigios salen por unos instantes y deslumbran la basura dejada por la vivacidad de los desfiles anteriores, entonces, y solo es entonces, que el cielo llora, lava y borra.

Durante las cero y las siete existe un silencio total, cada vez más ensordecedor, llega el momento en el que aparece el primer resplandor, y todo comienza de nuevo. Hanner sabía con certeza que durante las horas en la madrugada no existía nada, ni nadie. Siempre con ello en cuestión, trataba de imaginar la manera en la que se veía un espacio de tiempo semejante. Múltiples irrisorios intentos podemos recaudar, el primero fue la petrificación, camuflaje estando de pie, justo en el lugar donde el crujido (que anuncia el comienzo inminente de una reflexión molesta como una migraña) incapacitó a Hanner con sus enjambres de garabatos y ecos inútiles. Una vez más empezó a incursionar en esta incertidumbre del espacio temporal, entre las voces más sobresalientes y convincentes estaba una sugerencia curiosa.

-Congélate- le susurraban a todo volumen desde un silencioso interior que se hallaba en quien sabe cuál parte dentro de sus límites que lo separan de la realidad.

Hanner por fin cae en cuenta cuando los capullos se retiraban después de que le hubiesen enviado directo a casa. La segunda vez quiso intentar una vez más lo mismo, pero evitando a los inoportunos capullos, no obstante, se vio inmerso en un esfuerzo inconmensurable ¡Oh, Geathos tu sabes cuánto! tan descomunal que terminó por derribarlo, y ya dormido, no supo si fueron capullos o vestigios quienes lo llevaron a casa. Intentó una tercera vez, pero las premisas populares poco funcionan aquí, en la lucidez del cielo líquido y espeso como la brea en el tintero, por lo que su decisión de probar de nuevo toda esta receta que ha trabajado desde el primer intento concluyó en Hanner siendo lanzado a un cuarto que no era su casa, tampoco un lugar que vagamente lo arrulle en sus recuerdos, ni siquiera un pequeño resplandor de algo familiar que pudiese llamar "hogar". Y sin embargo, quienes lo habían lanzado a este abismo de cuatro paredes insistieron que efectivamente era propietario de dicho sitio o bien que él le pertenecía a este. Sépanse cuantos más intentos, saltar entre cabezas, volver a camuflarse, disfrazarse, esconderse, correr, saltar, nadar entre esos cuerpos grises y desentendidos de su contenido, nada, nada parecía funcionar.

El intento enésimo que ha dado sucesión al momento donde comenzamos toda esta situación se trata de una observación extraña que apareció enfrente de un momento a otro en una de esas avistadas centellantes que enfocan y deslumbran una inespecífica señal de la nada. Se trataba de una cotidianidad extraña, los capullos y vestigios pasaban de ello, jamás nadie se había sumergido (literal y abstractamente) en el alcantarillado, ni a observar esa tapa que se pierde en su pseudocamuflaje sobre el pavimento que la hace ser aún más ignorada. Así que decidió observar, no como método articulado para lograr cometido alguno en concreto, sino porque se desarrollaba una pura curiosidad a prestar tiempo de aquello que jamás fue avistado, aunque ciertamente ni Hanner sabría describirlo de una manera clara y concisa. Así, pasaron las horas y cerca de la media noche, Hanner seguía inmerso en la tristeza sordomuda de una indiferente ciudad (también desentendida de sus moradores) viendo todo lo que el agua acarrea de la ciudad hacia la alcantarilla sin retorno, se daba cuenta de lo difícil que es asimilar la magnitud de lo que es hacer y al mismo tiempo desechar todo el proceso de un día en ese mismo día. Se fijó de lo absurdo que era caminar entre capullos y vestigios; intentar evitarlos, ir contra ellos, estar con ellos, ser ellos, hacerse consciente de todo este sinsentido tan parecido a los garabatos y ecos, de alguna manera, todo era lo mismo. Esperó a que el alcantarillado abriese, lo cual jamás pasó. De un momento a otro despabiló, miró a su alrededor y vio como las calles desiertas se enfriaban, los faros comenzaron a fundirse no sin antes dejar ver un espeso vapor emanar y dar avance por el congelado pavimento, pronto, una oscuridad fue comiendo todo ¡Tragando todo! Pero en ese momento él no era capaz de sentir miedo, por el contrario, sintió elegancia en la incertidumbre que tanto lo ha carcomido puesto que irónicamente había una seguridad en la inminente llegada de la oscuridad. Se mantuvo de pie pero ahora victorioso encima de la tapa, esperando que esta abra, pero entre los ecos él ya no esperaba que lo hiciera hacia arriba (como lógicamente sería), en su lugar imaginaba un chirrido metálico en ruptura de bisagras, como una trampa ¡como todo este desengaño! pues sintió que la oscuridad acercándose lo volvía cada vez más y más pesado hasta hacer ceder de alguna manera la alcantarilla, se hizo de toneladas de un frío acero indestructible, pronto todo sería cubierto.

Cuando la oscuridad lo invadió por completo vio el primer rayo de luz. Hanner no estaba en casa, ni en una casa impuesta, estaba en una casa que al parecer le pertenecía pero en la que jamás había estado antes, el arrullo de sus recuerdos no rendía cuenta en las imágenes más en las venas se sentía el aroma de algo familiar. Despertó no como capullo, ni vestigio, ni joven, de todas formas él no habría de saberlo, algo de él también se había ido por la alcantarilla, algo más vital. Se levantó de su cama, miró el progresivo celeste dominando poco a poco el dorado amanecer y se preguntó cómo serían las horas entre la medianoche y las siete cuando los vestigios se diluían, cuando llovía al final del día y todo se iba por la alcantarilla, pero en cuanto salió de casa el sentimiento se esfumó. Salió de su ahora casa, tan familiar, como en todos los otros sitios anteriores en los que ha despertado pero que no puede recordar con claridad más que en una torpe nuca acariciada por la ambigua amnesia, caminó por la acera, y escuchó una caída de agua, progresiva, cada vez más fuerte, una estática acercándose angustiosamente, aproximándose a toda prisa desde el oriente recién amanecido, pasó hacia el poniente atravesando su cabeza, cruzando por los oídos, volteó incesantemente a todas partes para seguir y atrapar el sonido, ¡ahí estaba! ¡Se había ido por aquel sitio! ¿Acaso está jugando con él? ¿Estará burlándose? ¡Estaba cerca, se podía sentir! Y entre sacudidas y arrebatos, el sonido se había convertido en un chillido grave y agudo al mismo tiempo, insoportable. Pero un súbito silencio hizo absoluta una observación extraña que apareció enfrente de un momento a otro en una de esas avistadas centellantes que enfocan y deslumbran una inespecífica señal de la nada. Ya no había más ruido. Se trataba de una cotidianidad extraña, vio una tapa de alcantarillado y se echó a llorar sin razón ni voluntad aparente en anormal silencio total, en un ahora y para siempre silencio absoluto. El reloj designa el valor de un individuo. Un individuo que no esté en ningún otro tiempo permitido ¿Existe? Aún en su evidencia, siguió preguntándose, que se siente y que pasa cuando uno se va, desaparece, entre los vestigios y las siete.

Entre los Vestigios y las 7Where stories live. Discover now