Capítulo XLVIII: De nuevo despertar

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Egipto, algún lugar cerca de la ribera del río Nilo. 17 de enero, 1987.

El bamboleo del tren, que en un principio lo había arrullado, terminó por despertarlo, junto con el silbato ahogado por el traqueteo de los vagones.

Anochecía. Lo notó por los tonos azulados a su alrededor. Lo notó porque los pasajeros que lo acompañaban dormían, también. Sus amigos lucían calurosos y exhaustos pues, aunque quisieran negarlo, traían encima el peso de poco más de cuarenta días de viaje continuo, cercanos a convertirse en cincuenta.

Cincuenta días. ¿Qué tanto puede pasar en ese lapso?

Quizás cincuenta días no parecían mucho, era apenas la mitad de tiempo necesario para evaluar el desempeño inicial de un gobernante, el lapso mínimo para que una mujer sospechara -de manera temprana- de un embarazo, pero para Noriaki Kakyoin fue tiempo suficiente para forjar lazos de amistad, para fortalecerlos y estrecharlos, incluso para creer sentir amor y para pensar que podía desvivirse por esa persona, con todo el ímpetu que permitía su adolescencia.

Para Noriaki Kakyoin, esos cincuenta días lo fueron todo. Fueron la prueba fehaciente de que podía querer, amar, aborrecer, luchar, sentir...

Esos cincuenta días lo hicieron sentir más vivo que en sus quince años de existencia.

No recordaba cuando fue que el Sr. Joestar le hubiese prestado a Jotaro su walkman... mucho menos que le gustara la música en japonés. Kakyoin tenía en uno de sus oídos uno de los pequeños auriculares donde se escuchaba la melodía que se reproducía en la cinta. Hablaba de amor y sentimientos intensos como el sol de verano y algunas otras emociones. No era verano, pero sin duda, sus sentimientos se asemejaban al sol del Sahara.

Giró la vista y miró a Jotaro, profundamente dormido a su lado. Sus labios hacían un movimiento inconsciente muy leve, como si cantara en sueños.

Sonrió.

— ¿Estás despierto? —Preguntó el pelirrojo en un murmullo. Jotaro gruñó de forma suave y terminó roncando en voz baja. Quizás lo oyó sin escucharlo del todo.

Le provocó una ternura tan grande que apoyó la cabeza del joven sobre su hombro con cuidado y lo besó con fervor en la sudorosa frente. Suspiró.

Buscó su mano entre la oscuridad y se aferró a ella con fuerzas.

Era hermoso. La luz de las estrellas se reflejaba en el cristal e iluminaba tenuemente el rostro de su amado. ¿Estaría soñando? Todo se sentía auténtico, vívido...

Real.

De forma repentina, la locomotora se detuvo por completo sin hacer mucho escándalo. Jotaro dio un cabeceo brusco y abrió los ojos un tanto alarmado.

— ¿Qué sucede? —Preguntó con voz ronca. — ¿Se detuvo el tren?
—No sé qué pasa. —Dijo Noriaki. — ¿No te parece extraño?
—Lo es, pero ¿no nos estamos enfrentando ya a cosas extrañas? —El moreno se puso de pie y se puso el gakuran y su gorra, mientras que con un paso largo se ponía frente a su abuelo y le movía el brazo. —Oye, viejo. Despierta. La máquina acaba de detenerse sin motivo aparente.

Joseph carraspeó y casi se cayó del asiento al cabecear duro cuando despertó. Masculló un par de palabras en inglés apenas audible y volteó en todas direcciones, con los ojos muy abiertos, parpadeando.

— ¡JOTARO! —Gritó, terminando de despertar a Polnareff, Abdul e Iggy. — ¡¿QUÉ TE PASA!?
¡Sacrebleu! —Gruñó Polnareff, de muy mal humor. — ¡Dejen dormir al prójimo! —Se giró sobre el asiento mientras que Abdul se llevaba una mano a la cara, muy avergonzado. Iggy comenzó a ladrar de forma estridente, al mismo tiempo que el francés empezaba a gritarle y el Boston terrier se arrojó a su rostro, despidiendo flatulencias. Entre el disgustado "OH! MY! GOD!" de Joseph y Abdul tratando de negociar con Iggy por dejar a Polnareff en paz a cambio de un paquete de goma de mascar con sabor café, Jotaro suspiró y bajó la visera de su gorra, murmurando una frase con fastidio:

Sweet dreams (are made of this) -Jojo's bizarre adventure-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora