Comienza el concierto, yo como maestro; primer integrante, las hojas. Segundo, el carbón. Ambos se besan con poderosos destellos anaranjados. La función ya ha comenzado, sin embargo, mi mano experta realiza un crescendo y el crepitar aumentó. Grande era mi gozo al sentir la calurosa acogida y mis ojos llenábanse de emotivas lágrimas, aunque tal vez fueran del humo; crujidos vivos y alegres, súbitos y ligeros. Las hojas, de verdes se tornaban raudas a carmesí, negras y cenicientas, unto como el ciclo del atardecer, anochecer y alba. Ejecuté otro crescendo a pesar de que la obra estaba en uno de sus puntos álgidos, sólo para disfrutar de la euforia salvaje, el siseo ahumado y los estrepitosos quejidos de tan hermosas ánimas alazanas y sus nidos. Del público, una voz estridente me distrajo de tal precioso concierto:
-¡Niño, deja ya la candela que vas a ahogar el fuego!
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El concierto en llamas
Historia CortaUn microrrelato que se me ocurrió hace ya tiempo.