14. Disculpas a la Manada

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Corro, corro y corro. No sé qué tanto he corrido o tan si quiera a dónde me dirijo, o por qué estoy corriendo. Estoy descalza, un mono gris, y por alguna estúpida razón ando en un sostén de gimnasio, de esos con los que puedes andar sin camisa alguna y nadie te dirá nada. Lo raro es que yo los usaba solo para dormir.

Sigo corriendo y jadeo al instante. Me detengo un segundo al escuchar algo, no sé exactamente el qué pero sé que hay alguien cerca. Miro mi entorno y me doy cuenta que estoy en un bosque y mis pies están completamente llenos de lodo y suciedad, y algunas ronchas y sangre distinguible al haberme herido por estar descalza; y no solo en mis pies, sino también en mi abdomen. Y por si fuera poco, era de noche.

No sé qué sucede, no sé qué hago en el bosque. No sé cuándo llegue a estar ahí o porqué demonios ando con la misma ropa con la que me acosté a dormir anoche. Ni si quiera sé por qué tengo sangre y no siento dolor en lo absoluto.

No es como si hubiera querido salir así porque así a tener una rutina de ejercicio a mitad de la noche, y mucho menos descalza, ¡Y menos cuando no recuerdo cuándo llegué a parar aquí cuando ni si quiera sé dónde estoy!

Vuelvo a escuchar el ruido, esta vez proveniente de otro lado, haciéndome voltear rápidamente y a girar en mi propio eje con discreción y precaución, atenta a todo lo que oigo y sucede. Estaba segura que algo me había sucedido o esto era un maldito sueño para estar de esta forma. Y es entonces cuando lo veo.

La figura del Kanima frente a mí, mirándome detenidamente y parece estar sangrando un poco porque huelo ese distinguido olor metálico. Me quedo inmóvil sin saber qué hacer, porque él está al igual, solo que balanceándome en sus patas para intentar intimidarme, lo cual logra ligeramente pero no me inmuto a demostrarlo.

De pronto, ruge, dándome esa la señal de que debo continuar corriendo con toda la velocidad que puedo para que el Kanima no me lastime, porque está casi pisándome los talones. Veo al frente que hay una cuesta y al otro lado hay un río, por lo que sin pensarlo dos veces me tiro e intento caer en alguna piedra grande o al otro lado de la orilla, pero es entonces cuando caigo dentro del agua y me doy cuenta que estoy nadando a profundidad, lo cual era imposible porque el río parecía acaso si tocar las rodillas de las personas.

Comienzo a nadar desesperadamente al sentir que me estoy ahogando, y cuando logro encontrar el equilibrio paso mi mano por mi rostro y miro dónde estoy.

En una piscina. La piscina de mi nuevo hogar. Y por si fuera poco, era de día.

Miro mí alrededor aun estando dentro y es cuando recuerdo lo sucedido. Lo que era un sueño, un sueño extremada y perturbadoramente real. Recuerdo fragmentos. Un remolque; el grito de una mujer; el Kanima y yo peleando; sangre por doquier.

Busco aquel aire que necesito e inmediatamente nado hasta la orilla de la piscina para salir de ahí y poder entrar a la casa, cambiarme y poder pensar en el sueño tan extraño que he tenido sin razón aparente. Tal vez era una clase de señal indicándome que el Plan ha sido una completa estupidez y no debimos haber encerrado a Jackson y atado dentro del camión que robamos.

O tal vez solo me estoy volviendo paranoica ante tanta información nueva e inexistente acumulada.

Llevo mis manos a mis hombros y brazos para frotármelos ante el frío que comienzo a sentir a pesar de que el sol esté ardiendo con su mayor intensidad, lo que quiere decir que apenas está amaneciendo. Me dirijo a la cocina porque la puerta trasera conduce a ella, y al instante reviso la hora en el microondas y me doy cuenta que faltan tres horas para la escuela comience, por lo que ruedo los ojos y expulso todo el aire de mis pulmones con desesperación a la vez que un escalofrío recorre mi cuerpo por esa acción.

El plan B - Teen Wolf (Stiles Stilinski)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora