Ya habían pasado 21 años desde su nacimiento, era un viernes santo y se encontraba caminando por la calles inhóspita y desoladas de su vecindario, por cuestión de tradiciones y ritos de semana santa, todas las calles estaban impregnadas de un olor a hierba quemándose, que llegaba a ser molesto; hacía mucha brisa, parecía que el viento tratara de detenerlo, presagiando con envidia lo que le iba a suceder. Ya iban a ser las 6, de a poco moría la tarde, Manuel se dirigía hacia lo desconocido, hacia lo perpetuable, quizás por eso su corazón se aceleraba y la ansiedad lo traicionaba haciendo que sus piernas temblaran y sus manos se bañaran de sudor. Llegó al lugar a donde lo habían citado, y allí estaba ella, una mujer esplendorosa, imperfectamente perfecta, era la imagen de lo utópico, de lo que siempre había soñado. Se paró frente a ella y con voz temblorosa y entrecortada. le dijo –hola. Ella tímidamente le contesto con una sonrisa angelical, que dejaba ver toda su pureza e inocencia. Con pasos inesperados caminaron juntos sin decirse nada, el silencio era cómplice de lo que estaban sintiendo, se observaron uno al otro de la cabeza hasta los pies, quizás ninguno podía creer lo que estaba viendo, por lo menos para Manuel era la mujer ideal, era una fantasía. Su nombre era Susan tenía el cabello negro de habano y largo como una cascada que cubría toda su belleza natural, tenía unos 16 años, casi que era una niña, pero eso no importaba él ya no se encontraba en este mundo estaba en el lugar más bello y placentero con una princesa que lo transportaba a lo irreal y lograba revelar esos sentimientos que tenía escondidos. Tal vez guardados para ella. Ya iban a ser las 7 de aquel mismo día en el que se había acabado la vida de aquel que inmortalizó su voz cantando su folclor. A Manuel se le venían aquellas letras a su mente y sentía que había vuelto a nacer desde el momento en que la había conocido y creía encontrar diez razones para amarla por siempre. Esas letras que lo hacían crear ilusiones, donde todo se hacía realidad y lograba crear amores junto a la mujer hermosa que tenía a su lado. Se sentaron juntos en la banca de un parque, de aquellas bancas que si pudieran, contarían las más grandiosas historias de amor. Conversaron durante unos minutos, aunque para ellos fue algo eterno, él nunca dejó de contemplar la gran musa que tenía al frente y que le lograba inspirar los más profundo sentimientos. Susan habló de su vida, pareciera que las casualidades eran cómplices de ese momento, por cuestione de supervivencia ella había salido de su país, Susan y su familia no soportaron más las vicisitudes que pasaban en el país del socialismo del siglo XXI, donde los pájaros hablan y los penes se multiplican. Con gran nostalgia hablaba de sus amigos y familiares que dejó en el ayer y pensaba en los buenos tiempos del mañana. Él con gran atención escuchaba y no dejaba de ver sus labios delgados y delicados llenos de frescura. Para Manuel era el manantial que lo salvaría de no morir en el desierto de su corazón. Ya eran la 8:30 la noche seguía despertando y el cielo se hacía más pardo y oscuro, ya era un poco tarde y los dos lo sabían, pero ellos no querían dejar de vivir ese momento. Después de conversaciones indigestibles y con poco argumento, llegó ese momento en el que las palabras fueron escasas y solo un acto de sublimidad logró romper el pudor del momento, Manuel se le acerco y sin decir nada puso sus labios sobre los de ella. Allí sintió como las nubes lo tocaban y lo saludaban llenas de emoción. Para él no era un beso cualquiera, de aquellos que estaba acostumbrado a dar, era algo diferente, de alguna manera sentía que era el día, era el momento, era el lugar, era la mujer, era el destino que lo obligaba a sentir ese beso extasiado, que nunca había probado en su vida, Susan sin ningún reclamo lo besó con gran plenitud, era el momento en el que se conectaban no solo dos labios sino dos almas, dos corazones, dos miradas que se empeñaban en hacer eterno lo pasajero. Se miraron uno al otro y con las mejillas sonrojadas separaron sus labios, Susan con una sonrisa justificaba el atrevimiento de su acto, mientras Manuel no dejaba de mirarla deseando que ese momento nunca acabara. Sin querer despedirse, y procurando no decirse nada de lo que había pasado, se levantaron de la banca en la que estaban sentados y se tomaron de la mano. Ya se acercaba las 8:40, Manuel recordando, que se encontraba lejos de su casa y debía marcharse, se despidió con un abraso muy fuerte, pasaron varios segundos y parecía que no la quería soltar, en Manuel se notaba que no quería dejar de contemplar tan maravillosa mujer, se dijeron adiós y con una mirada fugaz se dieron vuelta cada quien a su destino, a paso lento y con una sonrisa en su cara Manuel caminó hacia su casa recordando aquel beso, que quedó marcado en su alma y perpetuado en su memoria.
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reminiscencias de un beso sin par
RomanceCrónica de un beso sin par que no he vuelto a sentir.