Primer encuentro

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Octubre del año 1940.

Nos encontramos en Varsovia, capital de Polonia, en plena Segunda Guerra Mundial.

Los alemanes invadieron el país el 1 de septiembre de 1939, y desde aquel momento las calles siempre estaban repletas de Nazis, partidarios de Hitler.

Adolf Hitler Pölzl, aquel hombre ahora tan famoso por sus atroces acciones contra la humanidad, no sobrepasaba los 1.70 m de estatura, y defendía a toda costa su sangre alemana, cuando él en realidad no era tan siquiera plenamente alemán. Irónico, ¿verdad?. Además, en aquel tiempo puso de moda el feo bigote estilo "cepillo de dientes", el cual era exactamente igual que el del conocido cómico Charles Chaplin, y lo que hacía aún mas "cómica", si se le puede llamar de alguna manera, la situación es que se hacia llamar "führer", el líder.

"Izabella, tienes la suerte de no haber nacido judía". Mis padres, ambos polacos, se encargaban de hacerme recordar esta frase todos los días.

Sin embargo y por desgracia, la frase anteriormente citada no se olvidaba fácilmente. Cada día al salir de casa camino hacia el instituto, era inevitable toparse en cada esquina con un soldado alemán humillando a un judío, el cual tenía que llevar en su brazo un brazalete con la Estrella de David para ser identificado. Y con humillación no me refiero a solo unas palabras despreciables, utilizaban la violencia e incluso, no era extraño ver a un anciano, un niño o a una mujer embarazada tendida en el frío asfalto por un disparo a quemarropa en la frente.

Para una adolescente de 16 años ver todo aquello no era nada fácil. Me resultaba repugnante pensar lo que puede llevar a hacer el odio de una persona hacia una raza. La xenofobia de Hitler llegó hasta el punto que hizo construir un Gueto ubicado en la capital, que se usaría para confinar allí a la población judía y posteriormente exterminarla. Este Gueto más adelante se convertiría en el mayor construido en Europa, el famoso Gueto de Varsovia. En el mismo año se construyó el también famoso Campo de Concentración de Auschwitz-Birkenau, que se convertiría en el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo.

Un día en el instituto durante el recreo, me encontraba en la biblioteca acabando unos apuntes para clase de matemáticas. Cuatro chicas que también se encontraban allí, se reían a carcajadas mientras miraban por la ventana al otro lado de la calle. Por supuesto, me hacía una idea de qué se burlaban. Al otro lado, se encontraba el Liceo Judío, al que estaban obligados a ir todos los niños judíos. El edificio estaba en muy mal estado y pedía a gritos una reparación, pero estaba segura de que eso no iba a pasar.

Yo asistía a un instituto femenino simpatizante del Partido Nacionalsocialista, por lo que la SS (Organización Militar) no se había atrevido a tocar aún la construcción. Os preguntareis: "¿Por qué asistía ella a un Instituto partidario de aquella monstruosidad?". Pues bien, según mis padres, lo mejor era actuar mostrándonos de acuerdo con aquellas ideas políticas para salvar nuestras vidas y no vernos involucrados. Pero eso de no verse involucrado en esta guerra iba a empezar a dejar de funcionar, ya que como he dicho antes, Hitler estaba en contra de cualquier otra raza que no fuera su amada raza aria, la alemana. Así que los polacos empezábamos a estar igualmente en peligro.

-¡Mira, mira! ¡Esa sucia niña judía se ha caído! -Dijo una de las chicas, burlándose.

Esas palabras hicieron que mi sangre hirviera. Dirigí mi mirada hacia el Liceo y vi a la pequeña en el suelo. Era una niña de unos cinco años que estaba alarmantemente delgada, su cabello era de un color rubio ceniza y llevaba un abrigo rojo muy sucio y roto. Su piel estaba empezando a tomar un color pálido y me temí lo peor.

En ese momento lo vi. Salió del Liceo corriendo y se agachó junto a la niña. Puso dos dedos en el cuello y por su reacción supe que la pequeña había muerto. La zarandeó intentando que despertara, pero no hubo ningún cambio en ella. De repente, entró en la calle un soldado alemán, lo reconocí inmediato por su característico uniforme. Sentí mi corazón apunto de salirse por mi boca. Cuando el soldado vio la escena, sin dudarlo, se dirigió hacia ellos con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.

Desvié instantáneamente la mirada como acto reflejo, lo hacía cada vez que veía a un soldado alemán. Pasaron unos segundos y volví a mirar, pero me arrepentí en seguida. El soldado, que había agarrado el pelo de la pequeña, la arrastraba por el suelo, cómo si de un saco de patatas se tratara, lo que hizo que la niña perdiera un zapatito rojo que hacía juego con su abrigo. El chico estaba intentando coger a la niña e impedir lo que poco después aquel horrible hombre haría. El alemán le dio un puñetazo en la cara y lo derribó al suelo. Puso a la pequeña en medio de la carretera y sacó lo que parecía ser un mechero con una estampa del símbolo nazi.

Metí mi puño en la boca para sofocar un grito, horrorizada, y no pude evitar empezar a llorar. Miré al chico mientras las lágrimas salían a montones por mis ojos. Por el rabillo del ojo vi el fuego, no lo pude soportar más, cogí mis libros y salí corriendo hacía la puerta del instituto.

El nazi ya se había ido y solo estaba la llamarada de fuego en medio de la carretera y él en el suelo, paralizado. El aire arrastraba el olor a carne quemada. De improviso se puso en pie y echó a correr. Me colgué la cartera a la espalda y le seguí, pero antes cogí el zapatito rojo, lo apreté fuertemente contra mi pecho y lo guardé.

Todavía estaba en shock y las lágrimas no me dejaban ver bien el camino, así que tropecé un par de veces. Pasamos por innumerables callejones, hasta que por fin llegamos a uno, un tanto sombrío. Le vi andar de un lado a otro y después pegar un grito desesperado, que hizo que se me erizara todo el vello del cuerpo, después se dirigió a una esquina del callejón, se acurrucó y empezó a sollozar.

Era muy guapo, su pelo era del mismo color que el de la niña, por lo que supuse que era su hermanita. Era alto y aunque estaba delgado, sus músculos estaban definidos. Me acerqué sigilosamente, me arrodillé en frente suyo y puse mi mano suavemente en su cabeza. Empezó a llorar más fuerte aún, levantó su rostro y me miró durante unos segundos. Sus ojos anegados en lágrimas eran de un precioso color celeste. A continuación, posó su cabeza sobre mi pecho y siguió sollozando.

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A la derecha teneis a Alex Pettyfer, el cual creo que es perfecto para reencarnar la aparencia de Alexander Prinz, cuando creé a Alexander así es más o menos como me lo imaginé.

Espero que os haya gustado el primer capitulo =^.^=

El amor secreto de IzabellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora