Harry. 7.º día despierto

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Cojo el Saturn VUE de mi madre, conocido también como Pequeño Cabrón, y pongo rumbo a casa de Louis Tomlinson por el camino de tierra que corre en paralelo a la carretera nacional, la arteria que cruza la ciudad de un extremo al otro. Piso el pedal del gas y el coche acelera mientras el velocímetro sube a ochenta, cien, ciento veinte, ciento cuarenta, la aguja tiembla cada vez más, el Saturn se esfuerza por parecer un coche deportivo en vez de un pequeño monovolumen de cinco años.

El 23 de marzo de 1950, el poeta italiano Cesare Pavese escribió: «El amor es verdaderamente el gran manifiesto; se quiere ser, se quiere ser importante, se quiere, si de morir se trata, morir con valentía, con clamor, perdurar, en suma». Cinco meses más tarde, entró en las oficinas de un periódico y eligió la fotografía de su necrológica de entre las varias que tenían en el archivo fotográfico. Se registró en un hotel y, días después, un empleado lo descubrió en la cama, muerto. Iba completamente vestido excepto los zapatos. En la mesita de noche había dieciséis cajas de somníferos y una nota: «Perdono a todo el mundo y pido perdón a todo el mundo, ¿de acuerdo? No cotilleéis mucho, por favor».

Cesare Pavese no tiene nada que ver con conducir a toda velocidad por un camino de tierra en Indiana, pero comprendo la necesidad de ser y de ser importante para alguna cosa. Y a pesar de que no estoy seguro de que descalzarse en la habitación de un hotel e ingerir un montón de somníferos sea digno de calificarse de morir con valentía y con clamor, es la idea lo que cuenta.

Aprieto el Saturn y lo pongo a ciento cincuenta. Solo pararé cuando llegue a ciento sesenta. Ni a ciento cincuenta y cinco. Ni a ciento cincuenta y ocho. A ciento sesenta o nada.

Me inclino hacia delante, como si fuese un cohete, como si yo fuera el coche. Y me pongo a gritar porque a cada segundo que pasa, más despierto me siento. Percibo la velocidad y luego... lo percibo todo a mi alrededor y dentro de mí, la carretera, la sangre, el corazón latiendo con fuerza en la garganta, y podría terminar ahora, en un valiente clamor de metal aplastado y fuego explosivo.

Piso con fuerza el acelerador y no puedo parar, porque soy más veloz que cualquier otra cosa de este mundo. Me precipito hacia el Gran Manifiesto y lo único que importa es esta aceleración y cómo me siento.

Entonces, en la fracción de segundo antes de que el corazón me estalle o el motor explote, levanto el pie y continúo avanzando por los trillados surcos del camino, el Pequeño Cabrón transportándome por su propia cuenta y riesgo, elevándose por encima del suelo y aterrizando con fuerza a varios metros de distancia, casi dentro de una zanja, y contengo la respiración. Levanto las manos y veo que no tiemblan. Están tranquilas, y miro a mi alrededor, miro el cielo estrellado y los campos, las casas durmientes y oscuras, y estoy aquí, hijos de puta. Estoy aquí.

Louis vive a una calle de Brad, en una casa blanca, grande y con una chimenea de color rojo, en un barrio del lado opuesto de la ciudad. Detengo el Pequeño Cabrón y lo veo sentado en la escalera de acceso, envuelto en un abrigo gigante; se la ve pequeño y solo.

 Se levanta de un brinco, se reúne conmigo en la acera y de inmediato mira más allá de mí, como si buscara alguna cosa.

—No era necesario que vinieras hasta aquí.

Habla en un susurro, como si fuéramos a despertar a todo el vecindario. Le respondo de igual manera.

—No es precisamente que vivamos en L.A., o ni siquiera en Cincinnati. Me habrá llevado poco más de cinco minutos llegar hasta aquí. Una casa muy bonita, por cierto.

—Mira, gracias por venir, pero no necesito hablar de nada. — Parece algo nervioso, sus ojos están fijos en el suelo —. Estoy perfectamente bien.

Broken Soul (L.S)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora