Capítulo 6. Mi partido y roto corazón.

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Iba caminando ensimismada en mí misma y sin prestar atención a mí alrededor, cuando de repente y sin venir a cuento cayó un rayo a tres metros de mi posición en el mismo camino y derribándome al suelo. Caí con las manos tapando mi rostro y las rodillas se me magullaron. Escuché una exclamación del interior de la casa y una Natalie alterada y vestida de ama de llaves a pareció a mí lado en segundos.

-¿Estás bien?- se arrodilló a mi lado, me ayudó a levantarme del suelo y limpió mis lágrimas con sus manos. Estaba conmocionada. No sabía cómo me había podido pasar esto cuando no hace más de dos horas el tiempo estaba perfecto. Estaba temblando. Yo convertida en un amasijo de nervios desquiciados sin saber qué hacer. Si seguir adelante o volverme a casa. Pero volver a casa no era una elección, así que agarré la mano de Natalie y dejé que me arrastrara hasta el interior de la casa. Su pregunta fue inutilizada. No encontraba el habla.

El jardín, que antes era maravillosamente verde y decorado con diversas flores, ahora estaba destrozado. El césped se volvió amarillento, las flores volaron tras el impacto junto con mi cuerpo. Todo quedó desprovisto de color. El cielo se tiñó rojizo.

Natalie tiró de mí. Estaba en shock, mi cerebro había jugado conmigo haciéndome creer que me había movido de lugar, sin embargo, me encontraba todavía en mi sitio. Entonces fruncí el ceño a mis piernas y recorrí el camino tras la musa de pelo rosa.

Me guió hasta el hall de la casa, luego me hizo sentarme en la silla que encontró más cerca y me dijo que cerrara los ojos. Era una petición extraña, lo sé, pero por algún motivo confié en ella, lo hice y al instante una calidez subió desde mis rodillas hacia mi rostro, finalizando en mis manos. Esto duró apenas veinte segundos pero podría jurar que fueron los veinte segundos más felices de mi vida. Cuando volví a abrir mis ojos me sentía como si hubiera vuelto a nacer. Natalie me devolvió una sonrisa antes de guiarme por un pasillo al servicio de la gran casa.

Esta vez me ayudó a asearme el resto de barro que había manchado mi pequeño cuerpo. Estaba confusa. No sabía que hacia Natalie en este lugar, no sabía que me había provocado aquella sensación tan placentera y ni mucho menos sabía como se me habían curado tan rápido las heridas. Me observé las manos tal y como lo hacen los recién nacidos: con extrañeza y a la vez ilusión; después mis rodillas que se encontraban más bien de lo que podía recordar.

Miré con sospecha a Natalie pero ella se limitó a sonreí y seguir limpiando. Mi confusión fue máxima. Pero eso no fue lo más confuso del día.

Después de ese incidente, tras ser limpiada y acomodada, con nuevas ropas y maquillaje por cortesía de Natalie. Mi apariencia se componía de: un vestido suave color lavanda, unos tacones de un amarillo pastel con maquillaje a juego.

Me condujo por varios pasillos de vuelta al vestíbulo de la casa y después de una pequeña vacilación por parte de mi compañera, me condujo hacia el comedor. Una mujer con el pelo recogido en un moño, blusa color marino, falda negra y unos gruesos tacones negros componían su vestuario. Concediéndole un aire sofisticado y elegante. Pero a mí solo me pareció una estirada.

-Oh, eres tú. La chica que ha solicitado el trabajo. ¿Crees realmente que te voy a dar este trabajo con el espectáculo que has montado allí fuera?- dijo la Señora de una forma resentida. Un destello plateado apareció en el pasillo, tras esto Dimitri hizo su aparición en la sala. ¿Un sorpresa? Quizá, aunque puede que persiguiese a Natalie donde fuera que esta estuviese. No lo sé. Solo sé que entró en la sala y susurró algo al oído de la señora aunque esta no pareció percatarse de su presencia. Hecho raro debido a su pelo y los andares arrogantes que arrastraba por la casa. Algo en su mirada me decía que se estaba divirtiendo pero de una manera en la que me gustaría. No quería saber qué había hecho.

-¿Qué espectáculo? ¿No ha visto el rayo que ha caído sobre mí?- pregunte un poco irritada.  No entendía nada de lo que estaba pasando y mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo. ¿Qué hacían aquí Natalie y Dimitri? ¿Qué había sido ese destello? ¿Por qué la mujer no se percataba de Dimitri? ¿Por qué no sabía lo del rayo que me había fulminado al suelo? No lo graba entender nada y las cosas iban cada vez a peor. Sin que pudiera hacer nada la mujer hizo que me barrieran a la calle como si fuera un excremento del que quisiera librarse y lo peor de todo no fue ni que me echaran, ni quedarme sin trabajo (de nuevo) sino la risa de Dimitri persiguiéndome desde la sala hasta la misma salida y la cara de consternación de Natalie cuando miraba a este.

Cuando la puerta se cerró tras de mí quedé tan aturdida que no pude moverme por unos segundos, sentía como si me hubieran humillado de la forma más miserable aunque no supiera cómo.

Caminé hacia mi coche, lo puse en marcha tras una pequeña vacilación y con la pena inundando mi alma partí a casa.

El amor y 10 cosas que temo. (Título provisional)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora