Voces en la niebla (Adelanto gratuito)

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UN BUEN TIPO

Marc R. Soto

(Adelanto gratuito)

Primera parte

En la niebla (1)

Había niebla. Mucha niebla. Blanca, densa y pegajosa niebla. Y, surgiendo de la niebla, las voces:

—Eh, la mierda de cabra abunda. Y la mierda de la cabra es…

¡El caviar más sabroso del mundo!

Risas distorsionadas, subacuáticas. Risas a través de la niebla.

Vagamente, Enrique reconocía que una de aquellas risas era la suya.

A veces, la niebla se disipaba un tanto y entonces él alcanzaba a distinguir formas borrosas, movimientos a través del velo blanco. En una de aquellas ocasiones se había visto volando. El suelo se deslizaba hacia atrás metro y medio por debajo de él. Una puerta blanca se abrió milagrosamente cuando se detuvo ante ella. Al otro lado, un tramo de escaleras descendía hacia la oscuridad. Trató de decir algo, pero de su garganta sólo escapó un gruñido sin fuerza. Un brazo apareció de la nada y le apretó un pañuelo contra la nariz. Entonces la niebla volvió.

—¿Papi?

Y con ella las voces.

A Enrique no le importaban las voces, ni las risas, porque la niebla era buena. Blanca y buena. Se interponía entre él y el mundo. Ponía distancia, y eso le gustaba. Sentía que podía ser feliz ahí, flotando en aquella nada, sin gritos, sin hambre, sin dolor.

Por eso, cuando la niebla comenzó a disiparse de nuevo, trató de aferrarse a ella con todas sus fuerzas, aunque sin ningún resultado. Se sintió pesado de nuevo, grávido, y comprendió que estaba sentado.

—No te engañes —dijo a su derecha una voz que no conocía. Las palabras sonaron arrastradas y confusas como si la niebla siguiera allí. De pronto escuchó algo más, el zumbido de un taladro eléctrico.

—A pesar de las apariencias soy un buen tipo —dijo la voz.

El zumbido aumentó de volumen y luego se volvió apagado, chapoteante. Alguien profirió un grito. El zumbido se convirtió en un chirrido; el grito, en un alarido. Un penetrante olor a virutas de hierro y carne quemada impregnó el aire.

—Calla —murmuró la voz a su derecha—. Cállate y estate quieto.

De pronto, el chirrido volvió a convertirse en un zumbido que no tardó en extinguirse por completo, al igual que los gritos.

Silencio.

Enrique entreabrió los ojos. La luz de un flexo le golpeó en el rostro. Algo se movió a su lado. Alcanzó a ver un fragmento de tela azul con salpicaduras rojas y grises.

—¿Ar… Arturo? —balbuceó.

La forma a su derecha se giró al oírle. Un instante después Enrique notó cómo algo blando y húmedo le tapaba la nariz y la boca.

El telón de niebla volvió a caer y esta vez fue como un puñetazo. Cuando su cabeza cayó hacia delante, la realidad se alejó a la velocidad de la luz. Lo que taponaba su nariz y su boca se retiró, pero a Enrique le dio igual. Su nariz y su boca estaban en otro universo.

—Otra broca a la mierda… —Sonó otra vez la voz arrastrada del desconocido.

Enrique apenas sí reparó en ella. La niebla le envolvía de nuevo. Bendita niebla. Nada importaba en la niebla.

—Eh, no te quejes, la mierda de cabra abunda. Y la mierda de cabra es…

Voces.

—¿Papi? ¿Estás ahí, papi?

Voces en la niebla (Adelanto gratuito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora