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Aquella noche se reproducía en mis sueños, por alguna razón desconocida. Una cabellera castaña y piel dorada cubierta de sudor embistiendo mi pálido cuerpo a movimientos rítmicos; jadeos y gemidos sonando por toda la habitación. Unas sábanas de seda violeta se arrugaban entre mis puños y un pequeño rechinar sonaba junto a toda la orquesta de ruidos ya mencionados. Lo siguiente, unos ojos verde oliva viéndome moverme por la habitación recogiendo prendas del suelo, con un leve ardor en la entrepierna. 

Súbitamente, un ruido atorrante cortó aquella película que se reproducía en mi cabeza. Me removí entre las sábanas de mi propia cama buscando a tientas con la mano mi celular para apagar aquella alarma. En mi mesa de noche, un vaso de agua y justo al lado, una prueba de embarazo positiva. 

Mis padres habían muerto en un accidente de auto del que yo apenas salí viva hacía dos años, cuando tenía solo dieciséis, y ellos no hubiesen querido que a mis dieciocho me viese sola y embarazada. Amy no era de mucha ayuda tampoco, ya que estaba muy inmiscuida en salvar su precoz e inestable matrimonio.

Y ahí me veía yo: sola, en un empleo que detestaba y ahora embarazada. ¿Quién lo diría?

Me levanté con pereza de aquella cama e intenté esfumar las ideas sobre bebés de mi cabeza, pero fue prácticamente imposible sentir la tentación de levantar mi blusa y observar mi vientre en el espejo de la peinadora. Pasé dos dedos a lo largo de mi vientre y miré con atención mi reflejo, como esperando ver algún cambio, aunque solo podía notar un par de ojeras enormes bajo cada uno de mis ojos azules y mi cabello naranja totalmente hecho un lío.

Decidí llamar a Alex, mi mejor amigo. La primera persona que debía saberlo era él. Cuando pensé que no lo tomaría, escuché su voz al otro lado de la línea.

–Hola peque, ¿Desayuno? –no pude evitar volver mi rostro en una sonrisa ante el sonido de la voz de la única persona con la que contaba.

–Claro. En donde siempre, en quince. Tengo que hablarte de algo.

–Uh, suena importante. Ahí nos vemos. 

Tomé una ducha y me arreglé lo más rápido que pude, siempre intentando no pensar en aquello de lo que debía hablarle a Alex. No era fácil dar una noticia como esta, y menos a Alex que me advirtió tanto sobre aquel chico. Tomé un taxi y le envié un texto avisando que estaba cerca. 

Al llegar lo vi ahí, en nuestro lugar de siempre, en la cafetería de siempre, con su elegancia de siempre. Entré al local y en seguida el olor a café me invadió las fosas nasales, mezclado con el habitual murmullo de las personas y los ruidos de tazas golpeando contra platos, todo se sentía muy familiar. Alex me hizo una seña con la mano para que tomase asiento frente a él y eso hice. 

–Hola. –le sonreí amablemente. –Teníamos unos cuantos días sin vernos, ya te extrañaba.

–Yo también te extrañaba, ¡Tengo tanto que contarte! –sonrió ampliamente, con un brillo especial en sus ojos. Sabía exactamente de qué se trataba esto.

–Háblame de él. 

–Cómo me conoces. –y así estuvimos al rededor de diez minutos hablando sobre el nuevo chico de Alex. Se llamaba Liam, era un par de años mayor que nosotros, estudiante de leyes, se conocieron por una de esas páginas de citas y habían quedado para ese día en la tarde. 

–Eso es increíble Alex, pero tengo que hablarte de algo. –asintió. –Pero tienes que prometer que no vas a entrar en pánico, ni gritar, ni hacer un escándalo. –dudó un segundo pero volvió a asentir. –Está bien. ¿Recuerdas a Drake, supongo? Aquel chico del que tanto insististe en que me mantuviese lejos. Bueno, en Aruba... Digamos que... Él y yo...

–Mia, ¿Te acostaste con él? –su expresión era seria. 

–¿Tal vez un poquito? –abrió los ojos como un par de platos. –Bien, sí, me acosté con él. Y antes de que preguntes, fue el mejor polvo de mi vida, pero ese no es el punto Alexander. El punto es que me embaracé. Y no sé qué haré ahora porque estoy sola y con un trabajo con una paga terrible y... –comencé a soltar una sarta de cosas inentendibles; las palabras se enredaban cual hilos en mis labios y comenzaba a tener problemas para modular.

En un segundo, me detuve a observar el rostro de Alex. Era una mezcla entre shock, sorpresa, emoción y molestia. Parecía a punto de llorar y a la vez en un intento de reprimir una sonrisa. 

–¿Embarazada, dices? –parpadeó un par de veces y yo asentí, silenciosa, esperando su respuesta. Tardó un par de segundos en decir lo que temía. –Tienes que decírselo.

–No, no y no. –negué efusivamente a la par que modulaba cada palabra. –Se fue a Los Ángeles a cumplir su sueño de ser músico y yo no le voy a arruinar su carrera.

Asintió, comprensivo. Me desestabilizó un poco su reacción. Esperó unos cuantos segundos y exclamó. –¡Por Dios, Mia! ¡Vas a tener un hijo! –chilló como quinceañera, con una gran sonrisa y ojos brillantes. –No dejo de estar en desacuerdo con tu decisión, pero todavía tengo derecho a estar emocionado sobre el futuro nuevo integrante de la familia. –tomó mi mano por encima de la mesa y me miró a los ojos, aún sonriendo. –Todo va a estar bien, vamos a salir de esta, como lo hemos hecho mil veces. ¿Cierto?

–Cierto. –y le devolví la sonrisa con gran alivio. 

Sorpresa, sorpresa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora