Enamorarse es un sentimiento extraño.
Sí, lo admito. Soy, bueno, más bien; era, y remarco ERA una de aquellas jóvenes que se leía cualquier novela romántica y se le hacían la boca y las bragas agua con aquel "perfecto" y apuesto príncipe azul que se escondía detrás de aquel chico malo. Hablo en pasado porque: uno; pienso cumplir mi propósito de año nuevo que consiste en no leer más novelas románticas empalagosas de "vivieron felices y comieron... Bueno... Comieron... Vamos, que comieron muchas cosas". Y dos; porque acabo de descubrir la gran mentira que se esconde detrás de estas novelas: estos chicos NO EXISTEN -siento el spoiler-.
Menuda pardilla. He dedicado los últimos ocho años de mi vida exclusivamente a este género literario y lo único que me ha aportado en mi vida -a parte de unas buenas oleadas de calor, ansiedad, odio, tristeza, y todos los efectos que experimenta al mismo instante una adolescente con una sobredosis de hormonas- ha sido señoras y señores, nada más y nada menos que enamorarme de un auténtico gilipollas.
Sí. Lo habéis leido bien.
Esperad, no. La gilipollas he sido yo, que por haberme creído que los gilipollas cambian me he vuelto una. No sé si ahora mismo llegaréis a entenderme...
Sólo quiero compartir con vosotros una historia de amor con un desdichado final -no, ninguno de los dos, o ninguna de nuestras mascotas, amigos o familiares se muere-. Pero quiero mostraros una realidad más allá de las novelas de amor que tan creidas tenemos.
Recapitulemos.
ESTÁS LEYENDO
Cándida
Teen FictionMenuda pardilla. He dedicado los últimos ocho años de mi vida exclusivamente a leer novelas de amor y lo único que han aportado ha sido: señoras y señores, nada más y nada menos que enamorarme de un auténtico gilipollas. Sí. Lo habéis leido bien. Me...