Una adolescente corría por los oscuros y sucios callejones de Santa Mondega. Oía tras ella a su perseguidor, sus pasos apagados en la nieve caída. No se había atrevido a mirar atrás desde que lo viera salir de las sombras para arrojarse sobre ella. Había visto claramente el blanco de sus ojos, destacados entre los manchurrones de pintura negra que le cubrían casi toda la cara. Vestido todo de negro, al principio parecía una sombra gigantesca con ojos. Pero entonces se fijó en sus dientes: enormes colmillos de vampiro. Y salió corriendo como alma que lleva el diablo. No podía gritar pidiendo ayuda, porque en la calle había más vampiros que humanos. Algo gordo estaba pasando en la ciudad, y gritar solo hubiera servido para atraer más no muertos. Necesitaba algún escondrijo seguro. Al salir a toda prisa del callejón a una de las calles principales de la ciudad vio el
lugar donde podría refugiarse.
La biblioteca municipal de Santa Mondega.Cruzó la carretera a toda velocidad y subió por los escalones de la
entrada principal. Las puertas estaban abiertas de par en par, como invitándola a pasar. Ella no perdió tiempo. Irrumpió en el vestíbulo de suelo de mármol y techos muy altos. El lugar debería resultarle familiar, porque sus padres se habían pasado meses animándola a ir a la biblioteca a estudiar para los exámenes. Justo delante de ella se alzaban unas grandes puertas dobles de madera, cerradas con una cadena y un candado. Eso le dejaba una sola opción, de manera que echó a correr hacia la escalera de la izquierda.
Al subir iba dejando un rastro de nieve. Si el vampiro la seguía, la
localizaría fácilmente. Sabía que al esconderse en la biblioteca se arriesgaba a quedar acorralada, pero no podía huir del vampiro toda la vida. Acabaría por alcanzarla. Si se parecía en algo a los vampiros de Crepúsculo, sería capaz de saltar por los aires, cubriendo con facilidad largas distancias, y la atraparía
cuando se le antojara. Tal vez aquel vampiro en particular estaba disfrutando del placer de la caza, excitado por el pánico que sin duda notaba en sus erráticos jadeos.Al final de las escaleras, se arriesgó a echar un vistazo a su espalda. No había ni rastro de su perseguidor. A lo mejor había renunciado a la caza, o había encontrado una víctima más fácil. Fuera como fuese, no estaba dispuesta a quedarse para comprobarlo. Entró a trompicones en la enorme sala de libros, esperando encontrar un laberinto de pasillos en el que esconderse. No había nadie en el mostrador de recepción, ni señales de que persona alguna estuviera buscando libros entre las altas estanterías. Justo delante de ella había una zona abierta, llena de mesas y sillas, también desierta. Se precipitó hacia la sección de Referencia y se agachó tras las estanterías. Aquella zona estaba oscura, y aunque eso probablemente no sería óbice para un vampiro, le pareció la mejor opción. Por lo menos eso pensaba, hasta que vio algo al otro extremo del pasillo que le heló la sangre en las venas. En el suelo, en un charco de sangre, yacía el cadáver de un chico. Le habían aplastado la cabeza hasta convertirla en una pulpa ensangrentada. Pero mucho más inquietante resultaba el hombre que se inclinaba sobre él, un hombre del que ella había oído rumores. Iba cubierto de la cabeza a los pies con un largo manto negro y tenía la capucha echada sobre la cabeza. Era Kid Bourbon. Advirtió que tenía las manos empapadas de la sangre del chico. Tras quedarse mirando fascinada aquellas manos ensangrentadas, Caroline alzó la vista. Y se cruzó con su mirada. Se quedó clavada, el cuerpo y el cerebro paralizados ante aquel notorio asesino. Vio horrorizada que Kid Bourbon se incorporaba y se metía la mano en el interior de su manto negro, de donde sacó una enorme pistola con la que le apuntó a la cabeza. El punto rojo de un visor láser brilló justo entre sus cejas. Caroline pensó que acababa de tomar su último aliento, cuando, antes de apretar el gatillo, Kid Bourbon pronunció dos palabras con una voz muy grave y peculiar que parecía salir de las profundidades del infierno:
—Al suelo.
Caroline siguió petrificada un instante. Pero al cabo reaccionó y se
agachó, enterrando la cabeza entre las rodillas de sus tejanos azules. Se tapó las orejas y cerró los ojos.¡BANG!
El estruendo del disparo fue casi ensordecedor, incluso con los oídos
tapados. Todavía resonaba en la enorme sala cuando ella se apartó las manos de las orejas. Oyó a sus espaldas el golpe de un cuerpo al caer al suelo, pero se quedó aún unos segundos agachada antes de abrir despacio los ojos y mirar a Kid Bourbon. El asesino había vuelto a guardar la pistola y miraba el cuerpo ensangrentado del chico muerto. Caroline se levantó despacio. Detrás de ella, tirado en el suelo, estaba el
vampiro que la había perseguido por las calles. Menos una gran parte de la cabeza, donde se abría un enorme agujero del que salía humo. La sangre se extendía por el suelo formando un creciente charco. Caroline se apartó de él y se volvió hacia Kid Bourbon.—Gracias —masculló—. Llevaba persiguiéndome mucho tiempo. No sé quién es.
Kid no respondió. Caroline se acercó un paso y habló en voz más alta.
—¿Tú sabes qué está pasando preguntó—. ¿Han matado los vampiros a ese chico?
Kid parecía haberse olvidado de ella, pero al oír su voz alzó la vista.
—El tipo que te perseguía era un panda.
—¿Un qué? ¿Un panda?
—Sí.
Caroline se quedó callada un momento. Aquello no tenía sentido.
—La pintura negra en la cara, en torno a los ojos, significa que es un
miembro del clan de los vampiros Panda. O al menos lo era hasta que le volé la puta cabeza.
Caroline oyó sus palabras, pero estaba distraída mirando el cuerpo del chico.
—¡Ay, Dios mío! ¡Es Josh! Va a mi colegio. ¿Le han hecho eso los pandas?
—No. Este no es el estilo de los vampiros.
—¿Entonces quién ha sido?
Kid se metió de nuevo la mano en el manto, sin hacerle caso, y sacó la
pistola con la que había matado al vampiro. Parecía a punto de usarla de nuevo.
Se acercó a Caroline, con la vista fija más allá de ella, como si no estuviera allí.
La chica se apartó hasta pegar la espalda contra la estantería que tenía detrás, en un esfuerzo por mantenerse lo más alejada posible de Kid. Pero él pasó de
largo, rozándole la pierna suavemente con la túnica. Se detuvo al final del pasillo y miró a ambos lados, con el arma preparada para disparar.
—¿Es seguro salir? —preguntó vacilante Caroline.
—Para mí sí.
—¿Puedo ir contigo? Me da miedo ir sola.
El la fulminó con la mirada.
—Estarás más segura aquí.
Caroline señaló el cadáver.
—¿Y el que mató a Josh?
Kid ya se encaminaba hacia la salida.
—El hombre que mató a Josh ya se ha ido —respondió sin detenerse.
—¿Tú sabes quién ha sido? ¿Lo vas a matar?
—Está en mi lista.
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El libro de la muerte
ParanormalQuerido lector, Has abierto El libro de la muerte. Las apariencias engañan. Lee con atención. - ANÓNIMO