LA LLAVE

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Riiiiiing.

Lorena, Lore para las amigas, se revolvió en la cama aún dormida mientras farfullaba incoherencias.

Riiiiing.

Se giró hacia el otro lado y dio un manotazo a la almohada, que salió volando para quedarse suspendida entre la mesita de noche y el cabezal.

Riiiiing, riiiiiing, riiiiiing.

—Hay que joderse... — murmuró con un cabreo impresionante mientras se levantaba y acudía hacia el telefonillo—. ¡¡¡Qué!!!— gritó mirando con fijeza el aparato, medio dormida—. ¿Sabes qué hora es, pedazo de cabrón? ¿Por qué no vas a molestar a otro..?

—Lore, ¿puedes abrirme, por favor?

La voz masculina que oyó a través del altavoz del telefonillo la dejó ojiplática y temblorosa. Era su vecino, el cachas del segundo B, el que se paseaba en calzoncillos por la cocina mientras se preparaba el desayuno. No es que ella mirara (bueno, no mucho) pero era imposible no verlo a través del ventanuco que daba al patio de luces, justamente enfrente del suyo propio.

—Claro — dijo con una voz algo temblorosa y le dio al botón que abrió la puerta de la calle. A los pocos segundos, oyó el ruido del ascensor al moverse y cuando, poco después, oyó las puertas abrirse en su misma planta, el cabreo había vuelto a apoderarse de ella. ¡Por Dios, eran las cuatro de la madrugada!

Abrió la puerta de su apartamento de un solo tirón y se plantó en mitad del pasillo con los brazos en jarras.

—¿Se puede saber por qué narices llamas a mi puerta a estas horas? ¿Es que vas tan borracho que no has atinado a meter la llave en la cerradura? — medio gritó susurrando para no despertar al resto de vecinos de la planta.

Miguel, el cachas del segundo B, se paró de repente, se giró y la miró intensamente. Se acercó a ella, decidido, y Lore dio un par de pasos atrás hasta volver a entrar en su casa, pero antes que pudiera cerrar él traspasó el umbral y apoyó una mano en la puerta.

—Para tu información, vecina — dijo con aspereza, mostrándole un manojo de llaves y poniéndoselas ante los ojos— la llave se ha roto en la cerradura, y tú eres la única que conozco que no  tiene que madrugar para ir al trabajo. Por eso te he llamado a ti. Pero no te preocupes. La próxima vez preferiré dormir en el callejón de al lado antes que molestarte.

Lore miró primero la mano con la que tenía sujetas las llaves y después levantó la vista hasta toparse con los ojos de un azul intenso de Miguel, que la miraban enfurecidos.

—Tienes sangre en la mano — dijo en un murmullo. Miguel miró su mano y vio que, efectivamente, había una herida que estaba sangrando. No era nada, un simple rasguño en el pulgar que debía haberse hecho al romperse la llave, pero el sangrado era escandaloso.

—No es nada. Buenas noches.

Se giró para marcharse pero se detuvo de repente cuando la oyó a ella decirle con voz queda:

—Entra si quieres. Puedo curártelo.

            —No, gracias — contestó bastante avinagrado. Había tenido un día muy malo en el trabajo, lo habían obligado a ir de cena de empresa con un puñado de gilipollas cuya conversación le había levantado dolor de cabeza y, encima, cuando volvía a casa con ganas de meterse en la cama y dormir, se encontraba con la llave rota dentro de la cerradura.

Lore bufó.

—¡No seas así! Va, pasa. Déjame resarcirte por el griterío...

Miguel la miró y una sonrisa descarada ocupó su boca mientras echaba una ojeada a su vecina, recorriéndola con la mirada de arriba a abajo y después, de nuevo arriba.

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