Capítulo 8: Secuestrada [segunda parte]

68 6 0
                                    

Ally continúa el relato.

Un ama de llaves llegó a "levantarme" indicándome que el desayuno estaba por servirse. Increíblemente carecía de hambre, pues no recordaba haber probado bocado alguno desde el día anterior a medio día.

Cuando salí de mi habitación, (ya cambiada con la ropa que me habían proporcionado, aunque esta era algo oscura y me apretaba un poco) el ama de llaves me llevó al comedor principal.

Me senté en una de las sillas del costado, dejando libre el asiento principal de la mesa. Delante de mí, había todo un banquete, lo que me dejó impresionada tomando en cuenta que apenas era el desayuno. Dos mayordomos se mantuvieron a mi lado todo el tiempo mientras comía, lo que resultaba bastante incómodo. Me abstuve de probar cualquier pedazo de carne que me encontraba en cada platillo, dudaba mucho que aquella gente comiera carne de algún animal.

¿Por qué me estaban dando esto? ¿Por qué me trataban como su invitada? ¿Acaso pretendían engordarme lo suficiente para después hacerme su cena? Descarté la idea de inmediato.

—¿No vendrá alguien más?—le pregunté a uno de los mayordomos que se encontraba a mi lado. El hombre se giró y detuvo a una sirvienta que iba pasando.

—¿Dónde están los jóvenes amos?—le susurró.

—Salieron temprano a tarea que les dio nuestro señor.

El mayordomo asintió y, a continuación, volvió a mi lado.

—Parece que por esta vez tendrá que comer sola, señorita—me explicó con seriedad y yo apenas y asentí con mi cabeza.

Después de eso, las cosas que hice a partir de ahí no fueron las más sorprendentes o emocionantes que digamos.

El tiempo pasaba demasiado lento, no me dejaban salir de mi habitación para nada, sólo para ir al comedor, que como siempre, me tocaba comer sola. Y escapar era prácticamente imposible, en el inmenso jardín (no, no era bello, pues todo en él estaba literalmente muerto), habían guardias por todos lados que cuidaban el perímetro, e incluso, había una muralla rodeando toda la mansión y la única forma de acceso era a través del imponente portón negro.

Una mañana que me encontraba mirando por la ventana de mi oscura habitación, contemplando el eterno cielo nublado, me decidí de una vez por todas salirme de la habitación y explorar al menos el lugar sin que me vieran. Aunque aquello significara un gran riesgo.

Abrí la puerta de madera con sutileza y me encaminé en el pasillo. Subí al tercer piso —la mansión consistía de cuatro y mi habitación se situaba en el segundo— y de tanto dar vueltas y vueltas, no sé cómo es que llegué a dos pasillos anchos, donde en cada uno había una bonita alfombra roja y dos puertas talladas de madera.

Me fui por el lado de la derecha, donde la primera puerta milagrosamente estaba abierta. Entré y me di cuenta de que era la habitación de un adolescente con severos problemas mentales como pude notar. En las paredes tenía cuadros pintados a mano de cuerpos mutilados, órganos humanos, y cuerpos en estado de putrefacción, parecían tan reales que incluso casi me daban ganas de vomitar.

Cerré la puerta de inmediato y me dirigí hacia la siguiente, que para mi desgracia, estaba bajo llave. Intenté mirar por la cerradura de la puerta pero me fue inútil.

Después me dirigí hacía el pasillo de la izquierda. Abrí la primera puerta y parecía ser la habitación de otra adolescente, más bien la recámara de una persona gótica, el cuarto parecía inhabitado pues en las cómodas se acumulaba una ligera capa de polvo y habían pequeñas telarañas en las esquinas del techo.

Tierra Escondida I: Más allá de un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora