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El primer día que la vi fue un viernes. Estaba tumbada en el césped, sola, mirando las nubes. Sus ojos brillaban. No pude evitar observarla durante unos minutos, completamente absorta por su esencia. Algunos la habrían comparado con una rosa, pero a mí me parecía más bien una margarita, o una orquídea.

Al final, sin decir nada, me tumbé a su lado.

—Esa nube tiene forma de estrella —me la señaló. Era cierto, aquella nube se parecía vagamente a una estrella.

—Aquella tiene forma de gato —le señalé otra nube, y la vi sonreír por el rabillo del ojo.

—A mí me parece más bien un conejo —ese fue mi turno para sonreír.

—Podría ser un gato con las orejas un poco alargadas.

—También un conejo con las orejas puntiagudas —ella se apoyó sobre su abrazo para mirarme, así que la imité. De cerca era todavía más hermosa. Sus ojos eran de un tono azul grisáceo y se le iluminaban cuando sonreía.

—Violet.

—Mae.

Intercambiamos una sonrisa antes de seguir mirando las nubes.

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