78. Ángel de la muerte

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Dedicado a TODOS mis lectores.


—¿Qué pasó? —Volvió a preguntar Herón, su voz era imponente, tan terriblemente autoritaria que Azrael se sintió pequeño, cohibido y hasta torpe.

—No... no pude hacer nada.

—¿Qué quieres decir?

—No pude detener a Selah —balbuceó el recién llegado, apenas audible.

Para Herón, el ángel de la muerte era el pequeño Azrael. Ni más ni menos. Era el ángel que recibió su legado, todo lo que él mismo una vez fue. En Azrael yacía una responsabilidad enorme.

Los recuerdos distantes traían consigo la melancolía de su pasado. ¿Por qué últimamente estaba pensando en esa clase de cosas? ¿Por qué su pasado comenzaba a colarse entre su memoria más que nunca? Quisiera o no, era algo que Herón no podía controlar.

El demonio soltó un suspiro, mas no dijo nada. Azrael tan solo sonrió con penuria y armándose de valor, decidió agregar:

—Me gustaría ofrecerle un trato —comenzó a decirle.

Herón no se mostró expresivo, se limitó a escuchar y esperar que él prosiguiera.

—Si jura salvar a Selah en todos los sentidos posibles, yo haré cuanto pueda para cumplirle cualquier deseo —afirmó el ángel.

—Iré por ella —replicó Herón de inmediato—. Y tú, cumple eso que has dicho.

—¿Pero jura que la salvará? —volvió a indagar el ángel, inquieto—. Salvarla no es lo mismo que ir por ella al infierno, eso lo puedo hacer yo. Usted sabe más que nadie que los ángeles convertidos en demonios no merecen nuestro respeto ni una segunda oportunidad. Sin embargo, yo le guardo respeto a usted, de la misma manera en la que Selah le guarda amor. Y estoy dispuesto a darle la espalda si usted no jura salvarla.

—¿Qué ha hecho Selah? —Herón inquirió, observando a su acompañante con detenimiento. Estaba pensando en lo peor. No. En su mente albergaba un sinfín de posibilidades que podían ser tanto ciertas como falsas.

—Nada. Ella no hecho nada —respondió el ángel.

—No parece que sea de ese modo.

Azrael se removió intranquilo. Se trasladó con elegancia a un lado, para ocultarse del demonio y para evitar que indagara más allá de lo que tenía permitido confesar. Se ubicó a un costado del cadáver de Steven. Llevaba una túnica que parecía estar compuesta por miles de retazos de telas que se deslizaban por el suelo. Herón tan solo observó con arrogancia, con la cabeza alzada levemente.

Algo que mencionó Azrael le resultó sospechoso e inquietante, aunque no lo suficiente como para querer indagar más a fondo. Las palabras del ángel eran certeras, estaban cargadas de verdades dolorosas. Un monstruo como Herón ya no merecía segundas oportunidades ni una vida como ángel, incluso tener el amor de Selah debería ser abominable.

Herón bajó la cabeza.

—Asegúrate de cumplir con tu palabra —demandó una vez más mientras inhalaba aire y lo dejaba escapar lentamente—. Si no cumples, Azrael, juro que llevaré al mundo a la verdadera decadencia.

—Tiene mi palabra —respondió de inmediato el ángel.

Con un gesto desinteresado, Herón le restó importancia al asunto; no planeaba detenerse a pensar por qué las cosas habían llegado hasta ese punto o por qué había asegurado algo que tenía en mente hacer con o sin una promesa de Azrael de por medio. Salvaría a Selah y daría por terminada su miseria.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora