4. A little mess

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Supongo que siempre me voy a preguntar si alguna vez sentiste la curiosidad de saber a qué sabían mis labios.

Pasábamos noches enteras sentados en el sillón de tu amigo, hablábamos de muchos cosas pero nunca acerca de lo que verdaderamente nos importaba, a veces tenías un cigarrillo entre los labios. Yo quería estar en tus labios. Siempre me había quejado de las chicas de mi edad con sus hormonas a tope, enamorandose a cada segundo, cuando yo era igual o peor.
En una habitación de cuatro paredes llena de humo nos pasábamos un vaso y nos reíamos sin sentido, de vez en cuando nuestras miradas se cruzaban. Nos desafiabamos con los ojos. No necesitabas más que mirarme para tenerme, me tenías encerrada en un rincón de tu cuello.

Yo me sentaba en la cama y emanaba palabras de amor. Te rogaba con mis ojos etéreos que te acercases a mi, que de alguna forma terminaramos besándonos en ese sillón. Vos me mirabas desde el otro lado de la habitación, burlándote de mi.

Después te sentabas al lado mío, rozabas tu pierna con la mía o tocabas mis manos sin querer. Nuestra piel era de terciopelo. Y cuando estábamos tan cerca sentíamos el perfume del amor llenando de olor a rosas nuestros pulmones, sentías a la pequeña yo dándote besos en el cuello. Teníamos tanto miedo de mirarnos a los ojos. Nos queríamos tanto, y éramos tan estúpidos.
El corazón juvenil es tan fugaz.

Dos horas antes de verte bailaba en frente del espejo escuchando alguna canción de Lana. Me bañaba en perfume y me pintaba los labios rojos. Esperaba con ansias la hora de verte para que existiese la posibilidad de tenerte. Vos estabas como siempre hecho un desastre. Me encantabas. Tenías olor a alcohol y perfume barato, con la ropa arrugada y el cabello despeinado.

En las noches largas me cansaba de hacer pucheros y me encerraba en algún baño oscuro a llorar en silencio. Lágrimas llenas de brillitos corrían por mis mejillas mientras escuchaba canciones que me hacían peor. Melancólica, como siempre.
Salía del baño y andaba como un espíritu entre los pasillos nocturnos de aquella casa que usábamos como guarida, la luna seguía mis pasos en la ventana. Yo era un desastre disfrazado de paraíso. Con el cabello siempre despeinado, los ojos rojos de tanto llorar y las manos congeladas.

Una noche como cualquier otra salí del baño tras mi sesión de nostalgia y vos estabas ahí afuera. Apoyado contra la pared con un cigarrillo entre los dedos, parecía que vos también habías llorado. Para mi seguías siendo un misterio.
Te mire fijamente tratando de buscar alguna respuesta en tus ojos, pero estabas devastado. Me acerqué a vos lentamente. Tiraste el cigarrillo al suelo y me encerrarse en tus brazos. Estuvimos en silencio por unos segundos hasta que te escuche llorando, te apreté más contra mi pecho como si yo entendiese tu dolor. Nos miramos a los ojos brillosos. Éramos un desastre.
Miranos. Al final del día, sin tanto brillo y adornitos, somos todos iguales. Todos buscamos lo mismo. Un poquito de amor.


Los Chicos de los Corazones Rotos se Enamoran.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora