Era un mediodía soleado, pero no con ese tímido sol de invierno que está sólo de vista, ni tampoco ese sol extrovertido de verano que quema los hombros, tampoco ese que está en los días fríos para salvarte tan hermosamente tibio, no daba un calor necesario, pero en el momento en que te tocaba no daba ganas de despedirse de él, no sólo era cuestión de temperatura, ese sol expresaba paz, seguridad, garantizaba que todo estaba en su sitio, hasta les hacía olvidar a todos los pobladores de esa hermosa ciudad que era domingo. Un benteveo surcó el cielo, posiblemente en busca de material para hacer un nido, ya que era la época en la que debían realizar tal trabajo. Dos hermosas circunferencias rodeaban sus curiosos ojos, pero no eran líneas negras plomo, sino un negro penetrante con un tizne de verde agua oscuro, lo cual no era común entre los de su especie. Un niño de la hermosa ciudad Hiedra lo contempló y vio como el ave se posó en una débil pero flexible rama que se meció por medio minuto de arriba abajo. El ave y el niño tenían la misma curiosidad por el otro. Kim, el pequeño, sabiendo que era época de crear nido le tendió ingenuamente un palo bastante grueso, al pájaro ni se le cruzó por la cabeza acercarse tanto a la mano de un hombre, pero sin embargo le pareció que el gesto no escondía ningún truco sombrío. Kim lanzó el palo un tanto lejos de él, el ave emitió un sonido de agradecimiento y lo tomó con su pico girando la cabeza de modo que le quedó paralela al suelo.
Trind, se le ocurrió llamar el niño al ave. Ahora el ave curiosa había girado la cabeza para el otro lado, al igual que un perro cuando pide comida al amo. Los distanciaba una escasa distancia. Kim agarró del bolsillo un pan y separó con sus hábiles manos un trozo. Se lo lanzó a una distancia media entre él y el pájaro, con sumo cuidado para no espantarlo y dijo
-¡Toma Trind! Cómelo, o dáselo a una hermosa benteveo... o a un hermoso benteveo, no sé bien que eres.
El ave no paraba de mover la cabeza para no perder más de cinco segundos de vista al niño o al pan. El niño tiró el resto del pan para tentar más a Trind. Por fin el animal se decidió y se lanzó a la comida casi totalmente confiado. Cuando estaba en medio camino de vuelo apareció una hermosa urraca azul que se robó todo el pan y desapareció. El niño se sintió frustrado, Trind se había ido asustado. Pero se había llevado el tronco consigo.
Kim volvió a su casa. Era el menor de cuatro hermanos, todos varones salvo la segunda. El opinaba que debía ser horrible ser hijo único, pero que más horrible era tener hermanos y que ninguno se fijara siquiera en él.
Ya estaba atardeciendo, el cielo se veía con matices violetas, rosados, naranjas y azules. El niño inclinó levemente la cabeza hacia abajo, intentando con ese gesto saludar al Sol. Luego se introdujo en su choza, la cual era como un tipi, también de paja, sólo que más sofisticado y poseía una estructura hexagonal y el techo estaba cubierto de hojas de liwem, no de las delicadas que crecen en los bosques de Prindëm, sino de las enormes que habitan cerca de Orquídea Azul, en Lindhera, en donde se encuentra Hiedra. Generalmente un cielo estrellado protegía a los habitantes de la ciudad por la noche, pero en esa ocasión el cielo estaba cubierto por una capa espesa de nubes, ya que se avecinaba una tormenta para esa noche. Esa noche era muy calurosa y pesada, que dificultaba el sueño, hasta que se descargó la primera llovizna y todos quedaron profundamente dormidos, menos Kim, el cual salió de su cama colgante luego de haber analizado la situación. El ruido de las gotas al hacer contacto con el suelo, luego de su largo viaje de caída ayudaba al niño a no ser oído. Estuvo a punto de tomar una hoja de liwem, que los pobladores utilizaban para transportarse resguardándose de la lluvia, pero luego decidió que esa vez no lo haría. Agarró una fruta de bristo que el mismo había recorrido la mañana anterior, escribió una nota en un papel de hoja de risia diciendo "Estoy vivo", lo dejó sobre su cama y salió a dar una caminata bajo la lluvia.