Cicatrización física

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Muchas vendas. En todo su cuerpo, la rodeaban y la envolvían delicadamente. Estaban limpias. ¿Por eso su ángel no la había querido tocar mucho? Se avergonzó a sí misma por el mero pensamiento de que el ángel sientiera algo por ella. Y menos iba a ser cuando parecía una momia viviente, se horrorizó cuando vio una escena de ella envuelta en vendas mugrientas con cierta edad, perseguía a su ángel. Le daba pena esa idea pero también le divertía, se dio cuenta, dado que una sonrisa atarantada cubría su pequeña boca.

Ese día, luego de su momento del baño. No hubo más sorpresas o más gente. Ella descansó tranquila.

No eran ni las 2 am cuando un movimiento captó toda su atención. Una persona, alta, con la cabeza pequeña y poco cabello. No pudo verlo bien debido a que la luz proveniente fuera del cuarto estaba perfectamente ubicada para que la sombra la cubriera más que completamente el rostro. Ella no dijo nada y la persona se fue.

Al día siguiente, le iban a dar de alta. Y para no poner en riesgo la salida que su cuerpo tanto pedía, no dijo nada. Cuando se levantó de la cama, se topó con un ramo de rosas bonitas y rodeadas de pequeños pedazos de hierba verde decorando sus afueras. No supo quién o por qué las habían enviado, y cuando leyó la nota solo había escrita una sola palabra.

"Hierba"

Esas palabras le fueron indiferentes en cuanto el ángel entró por la puerta, despampanando en su traje blanco y adornado con su sonrisa.

Él miró las rosas que tenía en mano y sonrió tristemente.
—Veo que él ya ha vuelto por ti.
—¿Quién?
—Joon Pyo.
—No entiendo, ¿de quién me hablas?

Su mirada se revolvió en confusión y mientras las manos de ella sudaban de miedo, no entendía por qué tenía miedo, no había nada que pudiera lastimarla. En medio de su bruma, él se acercó a ella y la abrazó con toda la calidez posible. Ella quedó en shock y no respondió. Cuando él se estaba empezando a apartar y sus labios estaban pronunciando las primeras sílabas de una disculpa, ellá lo apretó en el más tierno y consolador abrazo que podía contener.
—No entiendo por qué pero no quiero salir de aquí, ángel.
—Entonces debo suponer que no me dejarás de llamar así.

Ella cayó en cuenta, horrorizada, de que probablemente no le gustara ser llamado así. Se separó del abrazó y se inclinó en señal de disculpa.
—Lo siento, no pensé que te disgustara. Ni siquiera pensé antes de llamarte así. Discúlpame.

Su mirada se suavizó y sus dientes perfectamente blancos iluminaron el momento. Le ofreció su mano y con toda confianza provocó seguridad en ella.
—Vamos, Jan Di. Es tu momento de volver a casa.

A pesar de que había estado disculpándose hace unos segundos, había sido olvidada en el shock inicial de su sonrisa. Asintió como tonta y siguió a su ángel.

Susurros de la memoria •PAUSADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora