Rojo fuego.
Así plasmé mi primer pensamiento de Jimin. Esos labios carnosos, sus ojos rasgados y expresivos, su sonrisa brillante que hace desaparecer sus ojos en forma de línea, ese lunar cerca de su clavícula, su cabello sorprendentemente sedoso y tan suave que hace que mis dedos se resbalen en él. Su mandíbula fina pero a la vez perfilada de manera masculina.
El sonido de su voz tan suave y reconfortante, su respeto por la vida, su amabalidad desbordante, esas pequeñas inseguridades que él no tiene idea que lo hacen radiante. Esa competitividad, perfeccionismo y dedicación que ponía en la más simple tarea.
¿Qué de todo lo anterior logró encender esa llama en mi interior?
El día en que nos conocimos él llevaba una camisa holgada color celeste, el tono frío hacía contraste con su cálida mirada y el calor que su cuerpo desprendió cuando me acerqué a él y nuestras manos se rozaron.
Y así fue como sentí ese rojo vivo llamear en nuestro interior.
Poco a poco empezamos a acercarnos más, de tomarnos las manos a besos en la mejilla, de besos en la comisura de los labios a uno que otro robado. De ahí a besarnos lenta y dulcemente hasta que llegamos a poseer nuestras bocas mutuamente. Y nuestros cuerpos.
Nos fundimos en un sólo ser aquella noche de invierno en dónde ni la más fuerte tormenta del año logró apagar nuestra pasión. Hicimos el amor hasta el cansancio, pensé haber tomado a Jimin pero fue él quién tomó todo de mí y jamás lo devolvió.
Él se fue para no volver.
Si hubiéramos muerto, o al menos él, ese día todo hubiera sido mucho más fácil pues es mejor asimilar que ya no podré ver más a alguien porque duerme en la muerte antes de verlo todo el tiempo siendo feliz con alguien que no soy yo.
Y no culpo a Jimin.
A pesar de la pasión que sentía nunca logré transmitirle esa chispa pues en su interior reinaba el frío de alguien más, tiempo después me di cuenta de su indiferencia. Y lo peor es que lo descubrí muy tarde pues ya le había dado mi corazón en bandeja de plata sin siquiera resistirme un poco.
Llegó un momento en el que quise alcanzar su mirada pero esta se me hacía borrosa por las lágrimas deslizándose por las mejillas de ambos. Las mías quemando mi piel al hervir y las suyas cristalizándose como hielo iluminado por el sol al amanecer.
Nos convertimos en amantes como el sol y la luna, tan lejos y opuestos, sólo uniéndonos como una transición de día a la noche durante el atardecer. Cuando nos besábamos o más allá de solo besos. Como si solo pudiera sentir a Jimin si estábamos piel con piel.
Pues después de tanto tiempo, los días felices que pasé a su lado llegaron al fin a ser simples recuerdos, memorias en algún hemisferio de mi cerebro.
Y a pesar de todos estos años sin ser correspondido realmente, sigo siendo el mismo, sigo aquí esperando, sin cambiar.
No importa qué tan bellas son las estrellas que me acompañan en mi agonía al recordarlo, porque sí, lo recuerdo y dolorosamente. Cada cosa bella me recuerda a Jimin y siento mi pecho estrujarse. ¿Será que si todas las cosas lindas desaparecen por fin podré olvidarlo?
Flashback
— Oye, Jimin.
— Dime, Kook.
Me quedé observándolo mientras estábamos recostados en el capó de mi auto en medio de la nada.
— Te ves muy bien a la luz de luna –dije en tono bajo y rasposo mientras depositaba un suave y húmedo beso en su hombro descubierto pues el cuello de su abrigo estaba estirado.–
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❝Flame of ℒove ❞ - Kookmin o.s
Conto-Los días de felicidad se convirtieron en memorias y yo sigo aquí, olvidado, sin cambiar. Quemando, brillante rojo vivo, llama de amor.- ➻ One shot inspirado en Flame of Love de Taemin (SHINee) ➻ No copiar, ni adaptar. ➻ No prometo mucho...