Capítulo 3

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Silencio. No hay nada. Solo un inmenso prado en penumbra. Las espigas de trigo acarician mi mano. La luna desapareció del lugar en el que debía estar. Me siento perdido. Desamparado. Las estrellas también se han escapado del folio negro en el que estaban. Oscuridad. Nada más. Como estar ciego. Perdido. No sé a dónde ir. No sé qué hacer. En mi corazón se alberga una sensación opresiva y que me llena de tristeza. Intento gritar, hablar, maldecir, pero de mi boca salen sonidos guturales. Lo único que puedo hacer es caminar. Seguir adelante. Tengo miedo. Corro y las hierbas van haciéndose más y más altas. Tocan y manosean mi cuerpo. Estoy atrapado en un lugar que no es mi mente. ¿Pesadillas? Demasiado real. Sudo. Me canso, pero continúo.

Allá, a lo lejos, emerge una luz. Todo es más frenético. Los insectos ascienden por mi piel. Luchan por meterse dentro de mí y contaminarme. Una casa con un gran jardín delantero, descuidado, se va acercando. Las ventanas están rotas. La verja, oxidada. La madera, carcomida. No hay vida. Es parecida a mi casa. Con un balcón en la parte delantera, ahora completamente destrozado, y una pequeña bodega al lado del edificio principal, toda de piedra, aunque se esté cayendo delante de mí a trozos. Todo está sumido en sombras. Cuando me acerco más, puedo observarme de arriba abajo. Estoy infestado de gusanos, ciempiés y cucarachas. Corretean por mis brazos, mi pecho, se esconden por mi pelo para salir después lentamente y acariciar mis labios. Repugnante. Me las intento quitar, asqueado. Vuelven al campo. Cada vez estoy más incómodo. Mis movimientos me parecen excesivamente lentos. La agudez mental que tan bien conservaba había explotado. Pom. Un viento gélido bailó con mis ropas. El frío me poseyó. Un paso, otro paso, y me encuentro abriendo la puerta que gime sin parar. Muebles rotos, libros tirados, paredes llenas de mensajes de sangre. No entiendo la lengua en que están escritos. Las imponentes escaleras que conectaban las alcobas con las zonas comunes ya no está. Sin duda, era mi hogar. Más antiguo, más destrozado, pero con los mismos gritos de dolor que algunas noches escucho. Retumbaban en mi cabeza voces desconocidas. Solo en el silencio y oscuridad que nuestra alma tiene aparecen. Y creo que en este lugar las sombras están vivas.

De la biblioteca sale la luz ansiada. Entro, y observo como varios focos alumbran a una Emma con la mirada perdida y sobre un fondo blanco. Tiene el vestido roto y una sonrisa congelada. Al verme grita, implora perdón, y de repente comienza a convertirse en arena roja que vuela con las ráfagas de aire. Me miro las manos. Manchadas. Horror. Lamo, y es sangre. Me gusta su sabor. Una voz espectral susurra a mi oído, tentándome. “Eso es, conviértete en uno de nosotros”. Su presencia me abruma. No lo veo, lo siento. Sé que está ahí, en la oscuridad de la habitación. Las sombras se mueven de un lugar a otro. Juega conmigo. “La sangre de gente que confiaba en ti sabe aún mejor”. Creo que mi cabeza va a reventar. Me siento atrapado y aturdido. Sus dedos invisibles aferran mi piel. Mis piernas reaccionan, y salgo de allí. No quiero mirar atrás. La calle se mantiene sumida en sombras. Las farolas se encienden. En cada una de ellas cuelga un cuerpo. “Los has matado tú”. Escucho. Lágrimas. Terror. Jamás haría eso. Esto no es el mundo real. No soy un asesino. Corro hacia delante. La casa de Emma arde completamente. Llueve. Pero no es agua. Cenizas, sangre. Cae sobre mí y tinta mis ropas, sádicamente. Empapa mis cabellos, moja mis labios. Ayuda. Me cuesta respirar. No es humano. Los cuerpos colgados cada vez están más maltratados. Cercenados, quemados, olvidados.

“En el mundo de los sueños podemos hacerte daño. A ti y a todos. Nadie escapa de nuestra mano negra”.

¿Quién eres? ¿Qué quieres? Déjame en paz, por favor. Quiero descansar. Salir de aquí.

Un denso bosque aparece ante mis ojos. Una brisa mueve las copas de los árboles cada vez con más violencia. Aúllan. También les duele esto. Las farolas se apagan, el fuego también. Vuelve la penumbra. Me rodea y atrapa. Doy un paso. Otra luz, dentro del profundo ejército de árboles. Seguir. Esperar a que me despierte. Nada más. Camino, y llego hasta las antorchas que destrozan la oscuridad. Hay un círculo de altas piedras manchadas de sangre. Todo huele a ella. Ya no llueve. En medio aparece una mesa con una cabra encima, atada y moviéndose, nerviosa. Un cuervo grazna y se posa en una de las piedras. La figura de un encorvado y anciano hombre entra en escena. Su ropa está rasgada y sucia. Mantiene la cara tapada, pero una larga barba cae hasta su cintura. Desenvaina de su funda un rudimentario estilete de hueso y piedra, y abre el vientre del animal. Vuelvo a sentir las manos de él. Un dolor recorre mi muslo. “Podemos hacerte mucho daño. Es nuestro mundo. Y todas las noches lo visitáis…” Caigo al suelo. No estoy bien. Soy su juguete. Uno más. No quiero seguir viendo nada.

Lo que alberga la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora