Capítulo 3

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Olía a hiervas. Hyukjae respiró profundo dentro del cuarto ligeramente amoblado, con pisos de madera y paredes claras, casi de un amarillento desteñido. En el cuarto había una cama, un armario, una mesita de noche, un espejo, un escritorio y una silla. Aquellos muebles le recordaron vagamente a la casa de su abuela, y aquello irremediablemente le recordó su infancia, sin embargo los recuerdos volaron de su mente en un instante. No los quería allí, había tenido una infancia terrible, de hecho había tenido también una adolescencia terrible. Jamás había sido realmente aceptado, no con su aspecto físico y mucho menos con su personalidad. Pero ahora quería ser una persona diferente, no por el resto de su vida, no era lo suficientemente atrevido para eso, pero quería ser alguien distinto en esa casa, en esa pequeña fantasía. En esa pequeña bola de cristal.

Se paseó un momento haciendo retumbar las suelas de sus zapatos en el piso de madera. Lo primero que observó fue la ventana. El lugar completo olía a plantas viejas y podridas, aunque no era del todo un olor desagradable solo le era extraño y decidió abrir la ventana para que el viento corriera, notó entonces que desde allí podía ver el árbol enorme donde Donghae había estado hamacándose. Ahora el árbol estaba vacío y solo la hamaca se movía hacia delante y hacia atrás meneada por la ligera ventisca, Hyukjae de hecho también sintió el viento en su rostro y de inmediato cerró sus ojos. El viento le despeinó el cabello, le echó el flequillo para atrás, y de alguna forma, tanto superficial como subjetivamente, se sintió libre. Libre del pasado, libre de su infancia, libre de sus errores, libre incluso de sí mismo.

Volteó entonces encontrando tras él un enorme armario que abrió de par en par. La Señora Ruth le había dejado ropa, no era ropa nueva y él lo sabía, sabía que incluso aquellas prendas le habían pertenecido alguna vez al esposo de aquella excéntrica mujer y, sorpresivamente, el hecho de que las prendas le perteneciesen a un difunto no lo horrorizaba bajo ningún aspecto, le era totalmente indiferente, entonces se sonrió al darse cuenta cuan anestesiado se sentía, cuan abrumador era Donghae y a tal punto que ahora mismo el mundo tras su espalda podría arder  y a él le daría igual. En su cabeza y sus sentidos, ¡y de la forma más empírica posible!  sólo estaba Donghae.

Las prendas le calzaron a la perfección. El difunto esposo de la Señora Margot era evidentemente tan delgado como él, sin embargo aquellas ropas no le quedaban enormes como las suyas, le calzaban perfectamente, como si hubiesen sido hecho a medida. Hyukjae se observó en el único espejo que había en el cuarto, era un espejo de pie que casi abarcaba todo su cuerpo. Estaba vestido de pantalones grises y rectos, pero que hacían de sus delgados huesos dos largas y estilizadas piernas. La camisa blanca le iba tan bien como el pantalón y finalmente el ajustado chaleco pronunciaba su pequeña cintura dándole un aspecto casi femenino pero de una elegancia totalmente masculina. Hyukjae nunca antes le había encontrado valor a su delgadez, sin embargo en aquel momento no puedo evitar estar tan agradecido de aquello, la ropa era perfecta. Y fue extraño para él, totalmente superficial y banal, la manera en la que unas buenas ropas y una buena apariencia lo hicieron sentirse nuevo, totalmente diferente. Se vio incluso tomando una nueva postura. Tenía la espalda totalmente recta, la cabeza también, el mentón arriba y la mirada centrada tras los lentes. ¡Diablos, los lentes! Pensó y de inmediato se los quitó. Nublado. Sin sus lentes no tenía mirada, todo era un conjunto de cosas, formas, ruido hecho imagen, luego ruido real. Escuchó pasos, pasos ligeros y desalineados, como si corretearan. Y en su mente sólo pudo imaginar un bosque verde y húmedo, y hermosos cabellos castaños meneándose de aquí y allá. Donghae, claramente. Con sólo pensarlo el corazón pareció acelerársele, y de hecho así había sido, le latía el cuerpo casi literalmente. Luego los pasos quedaron ahogados en la distancia, perdidos en alguna parte del pasillo tras su puerta.
Su cuarto estaba en la otra ala de mansión, era el tercero entre una fila de al menos cinco cuartos de cada lado, todos ellos desocupados además del suyo. El cuarto de Donghae y la Señora Ruth estaban en el otro extremo de la casa, y pese a lo mucho que podría llegar él a fantasear con el cuarto de su Castaño, realmente agradecía la distancia. De algún modo la necesitaba. Respirar de Donghae podría llegar a matarlo, no literalmente claro, pero si lo aturdía, lo sofocaba, lo abrumaba y la intimidad que aquello le producía, indudablemente, llegaría a excitarlo.

Castaño de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora