Capítulo 4

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Los ruidos parecían provenir de su mismo cuarto. Hyukjae acababa de despertar y la oscuridad de la noche y su misma ceguera le impedían deslumbrar algo más que no fueran bultos al suave claro de la luna. Su oído entonces se agudizó y logró volver a escuchar pasos en su cuarto, un arrastrar de algo y el sonido de una respiración. Su corazón, sin darle tregua, se aceleró y lo obligó a dar un salto en la cama y voltear hacia la puerta. Había un bulto blanco o quizás gris en el medio de su habitación. Entrecerró sus ojos e intentó ver más allá. No había nada que él distinguiera y sólo su oído le servía de testigo. Había comenzado a oír una risa suave, muy suave, seguramente falsa. Donghae, diablos, pensó. Ese niño debía estar allí, tal vez envuelto en sábanas blancas. Estiró así su mano temblorosa y tanteó sobre la mesita de luz aquellos lentes que ansiaba encontrar, sin embargo el lugar estaba vacío. Frunció el ceño y entonces sus ojos, torpes y miopes, lograron ver un brillo vidrioso en alguna parte de aquel bulto blanco. Quizás eran sus lentes, quizás ese niño los había tomado, y como si aquel que estuviera allí parado hubiese advertido que había sido descubierto, salió corriendo tras la puerta que parecía haber estado abierta desde hace tiempo, Hyukjae recordaba haberle echado llave antes de acostarse. Se puso de pie entonces y tambaleó cuando sus ojos le jugaron una mala pasada. Caminó tanteando las paredes de su cuarto así como lo hizo con los del pasillo completamente obscuro. Sólo el bulto blanco se encontraba allí, al final de él, esperándolo. Cuando Hyukjae posó su borrosa mirada sobre él, el bulto, salió disparado por un costado, entonces corrió tras él intentando ignorar las miradas que parecían pegarse en su cuello aunque Hyukjae sabía que sólo era parte de su imaginación.
Lo persiguió sin despegar sus manos de las paredes de aquellos pasillos que por la noche parecían eternos y engañosos laberintos. Y el bulto blanco corría y aguardaba, lo esperaba y cuando él lograba divisarlo, aquel encubierto volvía a correr. Lo llevó así hasta el balcón de las escaleras, bajó de ellas, a través de la sala de estar y finalmente se detuvo en un cuarto casi vacío si no fuese por la mesa larga y las seis sillas iluminadas por el claro de luna que atravesaba la ventana e incluso las blancas cortinas. Hyukjae se detuvo frente a la mesa y se aferró de los bordes de ella. Había comenzado a preguntarse por qué estaba allí y no en su cama, había comenzado incluso a irritarse. Era tranquilo, sí, pero no porque tuviese paciencia, simplemente era tranquilo porque le era más fácil callar que enfadarse, gritar y tartamudear. Y temió hacerlo en aquel momento. Sentía la lengua rígida y agarrotada dentro de su boca. El bulto, por su parte, parecía comprender a la perfección el pacto de silencio y decidió moverse sigiloso por aquel cuarto hasta quedar al otro lado de la mesa. Hyukjae no llegaba a distinguir ningún rostro, sólo veía colores y luego el brillo vidrioso de sus lentes sobre la tabla de madera pulida e impecable. No, Hyukjae no podía verlo, pero imaginaba aquellos ojos color café y el invisible brillo rojo en lo más profundo de ellos. Y no, Hyukjae no podía verlo, pero podía imaginar como el muchacho con alma de niño y demonio sonreía, burlón, cínico... y de un momento a otro, el bulto blanco, se convirtió en una masa uniforme color carne, color piel; el color de la desnudez. Pero fue un instante, quizás segundos y el cuarto se llenó del correteo de un desnudo joven que en lo que duró un parpadeo había desaparecido tras el arco a su derecha y un pasillo tan oscuro como el que estaba tras su cuarto.

Cuando el sol se coló en su habitación y lo despertó por segunda vez vaciló antes de levantarse de la cama. Los recuerdos fugaces, borrosos y extraños de la madrugada aún lo abrumaban. Lo sentía lejanos, distantes y ajenos, como si hubiese estado ebrio y como si aquello hubiese sido un sueño. Pero Hyukjae recordaba el frío del mármol bajo sus pies, recordaba los granitos de pintura vieja de las paredes de los pasillos golpeando con la punta de sus dedos, recordaba incluso lo fría que estaba la mesa y lo caliente que creyó sentir aquel cuerpo desnudo.
Para su suerte el castaño se dijo indispuesto y no se presentó ni al desayuno ni al almuerzo. Hyukjae no esperaba que su ausencia fuese por un pudor herido, más bien creía que Donghae, en algún diabólico juego, sólo estaba haciéndolo esperar. Quizás el castaño era completamente consciente del deseo desmedido que su cuerpo infundía en Hyukjae, y quizás sólo lo torturaba con su ausencia. Sin importar cuál fuese la razón, él estaba agradecido por el piadoso destino y su extraña forma de responder a sus plegarias por piedad.

Pasaban veinte minutos de las dos, según el reloj de pared del cuarto de pintura. El sol estaba luminoso y espléndido sobre la muralla verde de ramas y hojas. Hyukjae esperaba ansioso delante de su atril y el lienzo blanco. Había esparcido por su paleta una suma de tonalidades al oleo de lo más básicas. Extrañamente, no estaba nervioso. Si algún sentimiento hubiese sido capaz de apoderarse de su cuerpo, habría sido la ansiedad. Y, sin embargo, cuando estaba delante de un lienzo en blanco, sólo la pasión era capaz de dominarlo. Creía incluso que ni siquiera el mismísimo Donghae habría tenido la habilidad de alterarlo. Claro, que toda sus ideas se perdieron como huellas en el mar cuando la puerta chilló y se abrió.

-¡Oh! Sabrá usted disculparme, Señor Lee, nos hemos demorado ¿Lleva tiempo esperando?- La señora Ruth acababa de entrar al cuarto con otro de sus abultados vestidos, con los ojos pintados de un verde esmeralda y los labios de un rojo carmesí; y tras de ella se asomó un muchachito tan pulcro y sano que, al menos a los ojos de Hyukjae, parecía un ángel caído del mismo cielo. Aunque distaba mucho de serlo.
El castaño vestía ropa blanca como las nubes de primavera, la única pizca de color era la camisa celeste clara que traía bajo del pequeño chaleco blanco. Además, su cabello estaba atado con un moño enorme con encaje y puntilla. Se veía hermoso, perfecto, radiante e irreal como un muñeco.
Donghae ni siquiera lo miró. Pasó a su lado y ocupó su puesto en la silla junto a la ventana.Tenía la vista en su madre que había tomado lugar en la banqueta del piano que había en el cuarto. El piano, la silla y el atril, eran lo único que llenaba la habitación.
La señora Ruth era muy precisa en la posición que en la que quería tener al castaño. Era como si en realidad estuviese intentando recrear una pintura ya existente y no el simple retrato de su hijo. Pero Hyukjae ya se había acostumbrado a sus excentricidades y no existía petición alguna que le sorprendiera.
Cuando finalmente estuvo todo en su lugar la Señora Ruth comenzó a tocar y el cuarto entero se inundó de un melodía suave y tranquila. Se sentía como el cielo, como morir y llegar al paraíso. Delante de él, su ángel, finalmente lo miraba. Sus ojos eran esta vez de un color azul. Donghae parecía aburrido, decepcionado y triste, quizás. Hyukjae incluso notó como su rostro llevaba encima una capa blanca poco habitual, seguramente maquillaje. Se preguntó que imperfección habría cabido en un rostro tan perfecto que un polvo blancuzco debía cubrir. A Hyukjae la ropa misma le parecía un estorbo. Un cuerpo tan bonito debía lucirse como Dios lo había traído al mundo. Era como pintar un atardecer con un telón negro delante. Que desperdicio, pensó e hizo chasquear sus dientes antes de echar mano sobre el pincel. Lo primero que hizo fue marcar las sombras. Un color tierra mucho más claro que el original comenzó a fundirse con el blanco de su lienzo delineando aquella recta nariz, el mentón, las sombras de esos finos labios, de esos hermosos ojos y la caída de los únicos dos bucles que le acariciaban el mentón al irreal castaño.
Donghae estaba completamente quieto. Sólo sus ojos, con el aleteo de sus largas pestañas, dotaban de movimiento a aquel cuerpo inmóvil . El resto del tiempo, el castaño permanecía con la espalda recta, una de sus piernas cruzada sobre la otra y las manos enredadas sobre ella. Hasta que finalmente sonrió. Sus labios rosáceos se habían estirado en una sonrisa tan imperceptible que el joven pintor dudó incluso de haberla visto. Lentamente la cabeza del castaño giró hacia su madre, para entonces sus ojos ya eran de color rojo.

-Querida madre, ¿recuerda usted aquella pieza que tanto me gusta?

La señora Ruth volteó con impaciencia, exaltada y excitada por la pregunta de su hijo.

-Por supuesto que sí, mi niño. ¿Ansías que la toque para tí?

- Me haria muy feliz, madre. - El castaño entonces volvió a mirarlo mientras la señora Margot entonaba en las teclas del piano una melodía lenta pero apasionada. Era como frenética, como si un loco la hubiese escrito. A Hyukjae le produjo un reencuentro de emociones que hicieron que su pecho cosquilleara y se oprimiera. Como un ataque de asma, pero placentero. - Es nuestra preferida - Siseó el castaño - Mi madre se olvida del mundo cuando la toca - concluyó y su cabeza lentamente se ladeó. Uno de sus bucles resbaló y acabó sobre sus labios. Hyukjae respiró profundo tras el atril e intentó despegar su mirada de él, pero el niño tenía la habilidad de ser hipnotizante, y en contra de su voluntad sus ojos siguieron el recorrido de una de aquellas delicadas manos que subió y tomó el bucle hasta que éste acabó tras la oreja de Donghae, entonces esa misma mano bajó delineando con uno de sus dedos el recto mentón, luego los finos labios y bajó por ese cuello blanco como la leche siguiendo el camino de botones celestes del chaleco hacia la ingle. Hyukjae tragó saliva y sintió su corazón dar vuelcos dentro de su pecho. El castaño, ajeno a sus delirios, abrió sus piernas y su dedo finalmente bajó y fué su mano completa la que acarició esa entrepierna, centro de los deseos más bajos e inmediatos que dominaban a Hyukjae. El castaño comenzó a acariciarse lenta y suavemente al mismo ritmo que seguía su madre en el piano. El pintor estaba enloqueciendo. Su puño aferraba con desesperación el pincel y se creía incapaz de dar una sola pincelada en el lienzo blanco. Quería salir huyendo, luego quería que el mundo se cerrara entre ellos dos y hundirse en ese cuerpo frágil y virgen. Besar cada centímetro de su piel y abandonarse en el deseo, en el pecado que el joven demonio de cabello castaño estaba ofreciéndole en las manos. Pero toda ilusión y fantasía posible se derrumbó cuando la señora Ruth acabó la canción. Donghae cerró sus piernas, dejó caer su bucle y enredó una vez más sus manos sobre su regazo. Luego la señora se volteó y le sonrió a ambos y ambos le sonrieron también.

El antiguo reloj de pared no demoró en dar las cuatro de la tarde. El sol comenzó a bajar y la tarde de pintura y deseos pareció acabar. El cuarto quedó vacío demasiado pronto. La señora Ruth y Donghae fueron los primeros en salir, Hyukjae ordenó las pinturas, los pinceles y respiró tanto como pudo del aire caliente que las cuatro paredes encerraba. Se impregnó del perfume dulce de Donghae, se sentó en su silla y siguió con sus manos y en su cuerpo, el recorrido que habían seguido las de Donghae. Luego sintió que necesitaba salir de ahí, que el deseo, el anhelo, el vacío y la ausencia de Donghae eran sentimientos irreconciliables, que no bastaría con masturbarse, que no acabaría allí su necesidad.
Sus pies lo llevaron fuera de aquel cuarto, recorrió los pasillos del ala opuesta a la suya y pasó delante del cuarto del castaño. Sólo su caja de música sonaba en el interior. Hyukjae se detuvo y pegó su oído a la puerta, ni el respirar de algún ser ni una voz pudo escuchar. Siguió adelante y recorrió el balcón de las escaleras hasta el pasillo del ala de la casa donde se encontraba su habitación y sin embargo se detuvo sobre el cordón que colgaba de la puerta del ático. No escuchaba risas, ni pies yendo y viniendo, sólo escuchaba un tarareo dulce y suave, como el de la caja de música en el otro cuarto. El pintor tiró del cordón y la puerta se deslizó dejando a sus pies una escalera plegable. Subió con paso firme y se encontró envuelto en oscuridad. El ático olía a tierra, polvo, humedad y a dulce. Luego avanzó escuchando el rechinar de la madera vieja, tropezando con un picaporte y pisando una muñeca de trapo hasta que la luz que entraba por una ventana redonda lo iluminó. El atico entonces se convirtió en laberinto de objetos de viejos. Vestidos en maniquíes, muebles antiguos, cunas, camas, cofres, montones de ropa, cuadros cubiertos con sábanas blancas y muñecos destrozados. Y frente a él un muchacho de prendas blancas y cabello color café. Donghae estaba de espaldas pintando una muñeca de trapo vieja. Le faltaba un ojo, un brazo y la mitad de su cabellera. El niño estaba sentado en lo que parecía un escritorio muy viejo, junto a él tenía una vela sin encender y el moño de encaje que había sacado de su cabeza.

-Eras tú el de ayer - Murmuró Hyukjae - Te escuché reír. ¿Te reías de mí?

El castaño ni siquiera se volteó.
-Tal vez - contestó, sin embargo.

-¿Qué haces aquí?

-Es mi casa - respondió el castaño y dejó caer la muñeca de trapo para finalmente voltear, levantar la mirada y verlo a los ojos - ¿Qué hace usted aquí, señor Lee?

El joven pintor parpadeó tres veces, luego bajó la mirada y se contempló las manos. El castaño sonrió.

-No se preocupe, Señor Lee. No es un pregunta que espero que responda, no hay nadie más aquí que usted y yo. Supongo que me ha oído y ha subido por curiosidad, quizás para comprobar que he sido yo y no las ratas, o para terminar lo que empecé hace un momento atrás - Hyukjae subió la mirada como un rayo. Sentía que las mejillas le ardían. Estaba avergonzado, pero esperaba que el ático estuviese lo bastante oscuro para no ser visto por el castaño - Oh, no se preocupe, tampoco espero que me responda esta vez. Digamos que no espero nada de usted, como le he dicho, sólo estamos nosotros dos.

-¿Tu madre sabe que estás aquí?

Donghae elevó una ceja.

-No. - respondió en seco - ¿Ha sido alguna vez lo que su madre quería de usted? - Madres, Hyukjae odiaba hablar de la suya.

-No, no lo creo.

-Tampoco yo - respondió el castaño. - He nacido humano, me temo - Donghae se había echado a reír - Pero, ¿sabe? Ni mi madre ni la suya están aquí... y, aunque la mía suele decir que Dios es el único que puede juzgarnos, yo nunca lo he visto y dudo que Dios me haya visto alguna vez. Sin embargo los ojos humanos siempre estan sobre nosotros, son ellos los únicos capaces de juzgar... ¿y sabe una cosa, Señor Lee? - Donghae caminó hacia él y se paró delante, tan cerca que Hyukjae podía sentir como el calor que ese cuerpo pequeño y frágil emanaba penetraba en el suyo - Los únicos ojos humanos que tengo sobre mí son los de usted, señor Lee, lo que lo hace el único ser, dentro de éste ático, capaz de juzgarme. Entonces, ¿lo hará?

El pintor hizo alterar sus pestañas alterado por la cercanía del castaño y sus palabras, luego lentamente meneó su cabeza en una dubitativa negativa.

-Entonces tampoco yo lo haré.
Hyukjae se quedó inmóvil. Donghae era tan impredecible. Desataba pequeñas tormentas a su antojo y luego caminaba sobre las ruinas totalmente ajeno a ellas, ni siquiera volteaba a ver el desastre que dejaba tras su paso, mucho menos a Hyukjae. Era indiferente a lo que pudiese provocar en él, pero qué podía esperar el mediocre pintor, siempre había sido insignificante para el mundo, ¿por qué el castaño habría de interesarse en él? a Donghae parecía no producirle ni curiosidad ni morbo saber que había hecho Hyukjae anoche al volver a la cama, o qué pensaba respecto a su comportamiento en el cuarto del piano.

-¿Sabe? hace muchos años un pintor vino también. Él venía de la ciudad igual que usted -Hyukjae elevó una ceja, pero Donghae ignoró su deje de curiosidad y continuó - No creí que hubiese otros pintores en la ciudad, mi madre me ha dicho que más que una ciudad eso es un pueblo muy pequeño, pero... lo que intento decir es, dígame, ¿viviendo entre tanta miseria que la plaga ha dejado tras de sí, acaso hay sitio para el arte?

-No - respondió Hyukjae. No lo había en la real, mucho menos en la ficticia.

-Eso supuse - contestó Donghae y comenzó a caminar hacia la pequeña ventana redonda, junto a ella estaba el maniquí del cual colgaba un vestido enorme protegido del polvo y la suciedad, con una sábana blanca lo bastante sucia para ser gris ahora. - ¿pero ha pintado a otras personas antes?

-Algunas - respondió Hyukjae.

-¿A otros hombres? - Preguntó el castaño y volteó la mirada hacia él.

-Un par.

El castaño elevó una ceja y sus dedos jugaron con los botones azules de su pequeño chaleco blanco.

- Dígame, ¿alguna vez ha pintado a alguien desnudo?

Hyukjae tragó saliva y recordó la penosa clase en la universidad de bellas artes. Al modelo europeo que posó delante de todos sin una sola prenda encima.

-Una vez - respondió en susurros.
Donghae entreabrió sus labios y su rosada lengua resbaló sobre ellos dejándolos húmedos y brillantes.

-¿Era un hombre?

- Sí.

-¿Se quitó la ropa delante de usted?
Hyukjae parpadeó rápidamente e hizo memoria.

-No - murmuró. El modelo simplemente había dejado caer una bata y caminó hasta el centro del salón.
Donghae frunció el ceño.

-¿Y por qué no? ¿Qué sentido tiene entonces? Es decir... - La voz del castaño era un siseo suave que se deslizaba de sus labios y acariciaba los oídos de Hyukjae con delicadeza. Su voz era tranquila, sobria y sensual. - ¿El arte no se trata de sentir? ¿Y no es acaso la pasión el sentimiento más intenso que un pintor pudiese plasmar con pintura y un pincel? Oh, Señor Lee, ¿Y no es el deseo el mayor incitador de la pasión? ¿Y qué deseo existe más fuerte, humano y salvaje que el carnal? Y la desnudez, Señor, ¿no es acaso el epicentro capital de todos los anhelos de los cuales desprenden cualquiera de los demás deseos por el cual el hombre cae preso del arrebato de la lujuria? - Hyukjae sentía el fuego comenzar a arder en él - Entonces, Señor Lee, ¿por qué su hombre se presentó ante usted desnudo? ¿Qué gracia tiene la desnudez si no ha existido antes el pudor? -Y entonces el castaño quitó de un tirón la sábana blanca que cubría el vestido y la echó sobre la ventana. La suciedad había hecho de la tela, lo bastante oscura para que la luz quedara fuera del húmedo atico. La oscuridad se apoderó entonces de cada rincón. Hyukjae no alcanzaba siquiera a verse la punta de los zapatos. Lo único que podía percibir era el sonido de los pasos del castaño volviendo hacia él. Lo escuchó mover algunas cosas, luego escuchó el ruido de tela, como si estuviera deslizando su ropa fuera de su cuerpo. Hyukjae comenzó a sentir como su corazón se agitaba dentro de su pecho, como su sangre hervía y la fiebre bajaba de su cabeza a su entrepierna. No estuvo seguro de cuánto tiempo duraron los sonidos, sólo supo que se detuvieron al tiempo en el que escuchó una cerilla raspar contra su caja y encenderse, luego el fuego encendió la vela y el rostro de Donghae volvió a estar frente a la luz.
El cabello castaño le caía en desarmados bucles por los hombros desnudos. El muchacho sonreía y lo observaba con la mirada ardiente, con los ojos de un color violáceo intenso.

-El pudor, la represión, la oscuridad... ¿no es lo mismo acaso? Mi madre dice que la noche despierta los deseos porque los pecadores encuentran en ella los escondites más infames donde creen que Dios no puede verlos. Yo, sin embargo, no creo que la noche despierte los deseos por sus infinitos escondites, yo creo que lo hace porque la oscuridad nos rodea por fin... ¿y qué podríamos desear más que aquello que no se puede ver? ¿Cómo existiría el erotismo sin la existencia previa de lo prohibido? - Donghae ladeó su rostro y sus labios se estiraron en una media sonrisa - ¿Usted siente deseos, Señor Lee?

Hyukjae, simplemente, ya no podía pensar.
-Sí - respondió- y tú eres el epicentro de todos ellos.

El castaño entonces mordió su labio.

-Entréguese a ellos entonces, Señor Lee - susurró y la vela, lentamente, bajó.

Le iluminó el pecho desnudo, los rosados pezones, el abdomen, el ombligo. Hyukjae sentía la erección crecer en su entrepierna, apretarse bajo sus pantalones, doler en su bajo abdomen. Donghae dejaba que su mano libre recorriese su propia piel haciendo círculos invisibles sobre su cuerpo. La vela parecía detenerse largos segundos sobre cada parte de su ser, hasta que finalmente dejó entre ver los oscuros vellos que asomaron bajo el ombligo. Hyukjae jadeó.

-Donghae, por favor - murmuró. Ya no podía ver el rostro del castaño, pero lo oía sonreir - Dejame ver... - suplicó y el castaño comenzó a mover su mano libre hasta que ésta se hundió en la oscuridad. El pintor podía imaginarse a Donghae acariciandose lenta y suavemente, podía imaginar su rostro de placer, sus gemidos, sus jadeos; y sin embargo sus oídos se inundaron de una voz, una voz ajena alguno de los dos.

-¿Señor Lee? - La señora Ruth estaba abajo y él había dejado la puertecilla abierta.
Donghae de inmediato subió la vela, sopló y ésta se apagó. Un segundo después Hyukjae sentía que nadie más había estado allí, sólo él.
Se volvió en sus pasos, respiró profundo y bajó.

-¿Qué hacía ahí arriba? - Preguntó la señora Margot. - ¿Escuchó ruidos otra vez?

- Sí, eso creo - Respondió Hyukjae con lo que le quedaba de voz.

-¿Y encontró ratas acaso?

- No - contestó el pintor - Sólo los secretos que, en susurros, una casa vieja quiere contar.

Castaño de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora