Siento el fuego en mi rostro. El ambiente se ha teñido de colores rojizos y amarillentos y el calor es tan intenso que, aunque las llamas no tocan mi piel, los brazos y la cara me arden. Tengo que cubrirme la nariz y la boca para intentar inhalar el menor humo posible y evitar una intoxicación por monóxido de carbono y cianuro. Aún así, creo que las vías respiratorias se me están obstruyendo porque cada minuto que pasa me cuesta más hacer que el aire llegue a mis pulmones.
Estoy tendida en el suelo abrazando a mi hermano menor, Aslan. Tiene el pantalón agujereado por una de sus rodillas, tal vez a causa de la caída. No deja de llorar y un hilo de sangre ennegrecida le cae por la frente, manchando lo que antes era la blanca parte superior de su indumentaria. El mono que lleva fue hecho en el área textil de nuestra zona, en la fábrica que está ubicada a unos dos quilómetros de mi casa, donde se fabrica toda la ropa de trabajo para los obreros y estudiantes del radial (o nivel, como le llaman algunos ciudadanos) número siete hasta el número dos. Es curioso, tal vez nuestra madre realizó el bordado de la espalda. Mi madre; hace unos momentos aún podía reconocer sus preciosos ojos verdes, esos que tanta gente me ha dicho que he heredado, pidiéndonos con la mirada que aguantáramos, que sobreviviéramos. Ahora la capa de humo es ya tan intensa que solo puedo ver su mano, también en el suelo. Sé que es ella porque reconozco esas manos que tanto quiero, desgastadas y de piel cortada por el trabajo, y que tantas veces habían acariciado mi cara en gestos de cariño. También distingo la pulserita de color verde oscuro en su muñeca, con sus datos y un código de barras, y que es obligatoria para las personas que están casadas en Ngam. Podríamos decir que es el anillo de boda de nuestra ciudad.
Los gritos de miedo y dolor se mezclan con los que piden ayuda y con el crujir de mesas y carritos de metal, donde solo unos minutos antes estaban colocadas las diferentes latas de conservas, piezas de fruta, maíz, arroz y pan que tenían que ser distribuidos entre todas las familias obreras del radial número siete de la ciudad. El siete es el segundo anillo más profundo y más alejado del centro neurálgico de Ngam, la llamada Torre 13, y se aglutinan en él todos los trabajadores de las plantas textiles y de las minas, donde trabajaba mi padre. Mi padre; lo último que recuerdo de él es verle salir volando por los aires, envuelto en llamas, a causa de la onda expansiva de la segunda explosión en la Plaza del Mercado.
Mi hermano ha dejado de llorar y tiene los ojos cerrados. Creo que se ha desmayado a causa del humo. Sé que tengo que levantarme, cargar con él y salir de allí tan rápido como pueda, pero creo que no voy a poder. He intentado ya un par de veces ponerme en pie pero mi tobillo izquierdo me lo impide. Durante el caos que siguió a la primera de las explosiones la gente corrió en todas direcciones sin importarle lo más mínimo llevarse por delante a mujeres y niños en su intento por escapar. Alguien me dio un fuerte pisotón, acompañado de un golpe en el hombre que nos llevó al suelo a mí y a mi hermano. Está muy hinchado, y agudas punzadas de dolor me suben por la tibia hasta la rodilla cada vez que intento levantarme.
Ahora a la que le caen las lágrimas es a mí. La cabeza me empieza a dar vueltas y siento que todo se termina allí, en ese mismo instante. Las llamas siguen avanzando y ya ni tan solo puedo ver la mano de mi madre.
Aunque el olor a carne quemada es insoportable, hago bajar el cuello de la parte superior de mi mono hasta que deja al descubierto mi nariz y mi boca. Si tengo que morir prefiero que sea por intoxicación, quedándome dormida y no despertando nunca más. La simple idea de que mi vida acabe porque las llamas han abrasado poco a poco cada una de las partes de mi cuerpo me enloquece.
Cuando estoy a punto de desmayarme, noto algo húmedo encima de mí. Puedo ver algunas siluetas pero no reconozco a nadie. Nos cubren con lo que parecen ser unas sábanas mojadas y nos están levantando del suelo. Nos alejan de ese infierno y el calor disminuye poco a poco, al mismo tiempo que disminuye la claridad de mi vista, que se nubla hasta el punto de obligarme a cerrar los ojos y perder el conocimiento.
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Misantropía
خيال علميDespués de la gran catástrofe, la humanidad sobrevive como civilización en Ngam, una ciudad construida bajo tierra. Allí, Janna, que vive junto a su hermano Aslan, se encontrará sin quererlo en medio de acontecimientos que harán temblar los cimiento...