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"Era un día nublado como todos los demás, un día perfecto para permanecer cabizbajo ante el mundo." Pensó.

Un autobús vacío, como su ser.

Unos asientos grises, como el cielo.

Y un chico pálido que veía por la ventana, una patada al corazón.


Se quedó inmóvil regalando miradas discretas y repletas de inocencia. Aquel castaño no lograba notar su presencia allí, justo detrás de su cabecera observando lo sublime que era su belleza exterior.

Se perdió en sus torpes pensamientos hasta que a lo lejos se podía divisar el aburrido instituto que lo sacaba de sus cobijas en un día de invierno.

Una chica de cabello largo y lacio tomó de el brazo de aquel chico de tez pálida. Ambos entraron al colegio, mientras un silencioso pelinegro seguía sus pasos.

Su nombre era Chae Hyungwon, un expectante más de la vida.

El chico castaño de tez pálida se perdió entre todos los adolescentes que rodeaban los pasillos, mientras un dudoso Hyungwon caminó sin compañía alguna por el pasillo adverso, tan vacío, tan apagado, tan deprimente. Hasta llegar a una puerta que le hacía cruzar a su salón.

Llegó a su banco y se sentó sin dar preámbulos. A los segundos los pasos del maestro se oyeron, un anciano con una calva cruzando gran parte de su cabeza. La primera hora de clases de el día lunes era tan monótona, Chae Hyungwon lo sabía todo, tan a la perfección, la gran virtud de un genio.

Estudiar, salir al mundo laboral, trabajar, y... Continuar trabajando.

¿Para cuando quedaba tiempo de vivir?

Procedió a sentarse cuando el maestro saludó sencillamente regalando unos buenos días a todos. No pasaron ni segundos, ni milisegundos. El anciano ya estaba cómodo en su silla dictando testamentos de dos mil palabras.

Pero a el pelinegro, todo, menos la clase, llamaba más su atención.

Sus párpados comenzaron a ser pesados, tan así, que sencillamente cayó sobre sus brazos y perdió todo sentido alguno.

Pero un chillido lo despertó.

Y gracias a su suerte, la clase había terminado.

Pero no ese sonido que lo sacaba de sus casillas; necesitaba consentir a su estómago.

Era enfermante.


Se dirigió al comedor, y la fila de espera le hizo tomar una bocanada de aire y exhalar de una manera exhausta.


Sin recoger nada, apresuró para encontrar un asiento aislado de la estúpida sociedad.

Tomó su móvil que yacía dentro de sus bolsillos y lo sacó fuera; en busca de su entretención cotidiana.

Solo, feliz y tranquilo profundamente jugando en el aparato, hasta que, un chico se sentó enfrente de el.

Un aroma extravagante, un cabello lacio y castaño, una tez pálida con un detalle rosa en las mejillas.

Junto a una chica que parecía acompañarlo a todas partes.

Ambos procedieron a sentarse enfrente de el autista pelinegro de mirada fugaz, analítica e indiferente.

Ellos parecían ser novios, a pesar de que se daban un trato como si fuesen los peores enemigos del mundo, pero ambos combinaban tan bien para ser pareja.

Aunque un instinto profundamente sordo, no quería que aquello fuese real.

Se quedó cabizbajo escuchando a ambos chicos discutir, sin prestar atención, totalmente con desinterés centrado en lo suyo.

Y como si el hambre en ese instante fuese lo peor, escuchar hermana por parte de su amor idealizado, lo sacó aún peor de sus limites.

De un solo suspiro se levantó de la silla y habló tornando sus ojos de cafeína;─¿Pueden dejar de discutir?─ Ambos niñatos inmaduros posaron sus miradas en él, cortando palabra alguna que pudiesen decir.─¿Son conscientes de lo que hacen, verdad?Es un lugar público, están estorbando, por lo que sea que estén discutiendo- Realmente no me interesa, sólo callarnos la boca un momento, niños caprichosos.


La chica lo miró incrédula. ─¡Me sacó mi leche, es mi desayuno!─ Exclamo resentida.

─¿Y eso a mi qué?─, Hyungwon suspiró. ─¿Sabes qué? Dame eso.─ La chica castaña torpemente obedeció y aquella caja de leche -quién lo diría que era el motivo de la discusión- yacía ahora en sus manos. Los hermanitos lo miraban atentos y él actuó por instinto; perforó la pequeña caja y bebió cada milímetro de el líquido tintado rosa.


Procedió a lamer parte inferior de su labio que quedaba manchado y botar el empaque al contenedor de basura. Finalizó por volver a tomar su teléfono celular que yacía en el comedor y marcharse de aquel lugar sin paz.

Los chicos lo seguían con la mirada, miradas impactadas y rencorosas que decían más de mil palabras:"Te voy a matar, mocoso" y él se concentraba en aguantar las carcajadas que querían salir desde lo más profundo de su ser.

Sonrío y de una vez, se marchó.

pero nadie dijo que la historia comienza aquí.

porcelain man. ↳ 2won'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora