Lujuria

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Sentiré arder tu cuerpo hundiéndose en el mio, sumergido en mis deseos, nadando entre mis piernas, bebiendo de mi ombligo. Caerás a mis pies suplicando hacerte mío, que te enrede en mis brazos, te bese el cuello y me pierda en tus labios.

                                                                                                                                     Asmodeo. 


Despertó en medio de la noche. La luna brillaba sobre el campo y atravesaba su cuarto con una franja color plata que salía de su ventana. Esta vez no habían sonidos que le perturbasen el sueño, ni bultos blancos correteando por los pasillos. Esta vez sólo sentía un escalofrío recorrer su espalda, acariciarle la columna vertebral y la piel suave de su cuello. Hyukjae estaba tumbado en dirección a la puerta y de un vuelco se volteó hacia la ventana. Vio el prado, el bosque en el horizonte, el árbol solitario y a Donghae.
El castaño se mecía con el viento en el columpio maltrecho. Hyukjae se puso de pie tan rápido como lo divisó. Donghae parecía estar mirándolo a los ojos, casi sin pestañear. Un par de minutos le bastaron para estar vestido de camisa y pantalón, Donghae, por el contrario, estaba en camisón blanco.
Hyukjae bajó las escaleras, atravesó el salón y el vestíbulo. No le sorprendió que la puerta principal estuviese abierta. Recorrió entonces la galería y rodeó la casa rápidamente hasta toparse con el árbol, el columpio y el castaño. Donghae seguía sentado, con la punta de los pies descalzos tocaba la tierra y sus ojos fríos lo observaban.

- Señor Lee, buenas noches - Dijo Donghae en un tono sobrio y elegante. Su rostro era una piedra, incluso apenas parpadeaba. -¿Qué está haciendo despierto?

Hyukjae parpadeó muy rápido y se volteó, observó la ventana de su cuarto, también su cama.
-Algo me despertó - Dijo entonces y se volvió a voltear. Con la mirada escrudiñó a Donghae, pero éste lucia indescifrable - Algo así como...

-¿Ruidos?

-No - susurró Hyukjae - Como alguien mirándome - Dijo finalmente y un escalofrío le besó el cuello.
Donghae entonces ladeó su rostro y sus oscuros ojos viajaron del rostro del pintor hacia la ventana, luego, como un rayo, volvieron a él.

- Que extraño, Señor Lee, llevo horas aquí y no he visto a nadie.

Cínico. Hyukjae jadeó y se miró las manos delgadas y huesudas, luego los zapatos. Era escalofriante. ¿En qué estaba pensando? Donghae era aterrador, perturbador e hipnotizante, fascinante y hermoso como un espectro, como un ángel y un demonio.
El pintor sacudió su cabeza y se obligó a girar sobre sus pies, emprender la marcha y volver a su cuarto. Se convenció de olvidarlo todo, de no caer en las redes de Donghae, de no ser otra vez una pieza en su partida de ajedrez. Y sin embargo, para cuando había logrado levantar la mirada, el castaño lo había vuelto a cautivar. Esos bonitos ojos color café brillaban color plata iluminados por la luna. Aquella noche tenía la piel más blanca que nunca y los labios rojos como el fuego. Hasta el mismísimo Asmodeo, demonio de la lujuria, habría caído preso y a sus pies.

- ¿Le gustan los caballos, Señor Lee? - Hyukjae simplemente asintió. Donghae no necesitó pedirle que lo siguiera, sólo le bastó con ponerse de pie y caminar para que Hyukjae lo siguiera por detrás. El castaño guió al pintor con pasos lentos y felinos, mientras el viento le meneaba el fino camisón y la luna dejaba entrever las siluetas de su cuerpo.
Donghae lo llevó detrás de la casa donde, sobre el campo, se levantaba un vallado de madera que cerraba un círculo casi perfecto y finalmente había un establo. Era una pequeña casa de maderas viejas y agrietadas, maltratadas por las lluvias, la humedad y el musgo. El castaño abrió la muerta y su pequeña silueta se hundió en la oscuridad, Hyukjae también se deslizó entre ella y una vez dentro el olor a animal, a hierbas y humedad le trajo el recuerdo amargo de su infancia.

-Ha montado alguna vez un caballo, Señor Lee - La voz de Donghae se oía en alguna parte del establo, luego una pequeña vela casi acabada lo iluminó, luego fueron otras dos más. Hyukjae entonces pudo ver al hermoso animal de pelaje blanco que lo observaba tras una improvisada valla de madera.

- Lo he hecho, sí- respondió Hyukjae y sus pies lo llevaron como hipnotizados hacia el animal. No le costó entender que, seguramente, el animal servía de transporte a la señora Margot.

-¿Tiene caballos?

-No, mi difunta abuela los tenía. Tres en total - contestó y levantó su mano para acariciarlo. El animal, dócil y sumiso, bajó su cabeza. -Cuando murió se lo heredó a sus nietos, a los tres mayores. Yo, siendo el más joven, sólo pude dejarlos ir.
Donghae guardó silencio un momento, luego el sonido de la paja resquebrajándose lo alertó de su presencia. El castaño estaba junto a él.

-No era el preferido, supongo. - Murmuró éste y levantó su mano para posarla sobre la cabeza del animal rozando con delicadeza los dedos del pintor.
Hyukjae sintió que toda su atención se concentraba en aquellos tres dedos que Donghae había tocado, y la sensación lo abrumó a tal punto que como un rayo bajó su mano y concentró sus dedos tomando y rasguñando las mangas de su camisa.

-Me temo que no - Contestó - Es una mentira ésta que dice que los menores son los preferidos.
Donghae sonrió y se volteó. Lo miró de frente y suspiró.

-Así es, Señor Lee. Nosotros, los más jóvenes, tenemos una gran cruz que cargar.
Hyukjae se subió los lentes que habían resbalado del tabique de su nariz.

-Pero tú eres hijo único, Donghae.

-Ahora lo soy, pero he tenido alguna vez un hermano. Uno que era perfecto, podrá imaginar. Claro, que su muerte no facilitó mi vida, al contrario, hizo de ella un infierno. - Donghae bajó la mirada y pareció dejar su mente en otro sitio y en otros tiempos, aunque sus ojos estaban fijos en sus propios pies.
-Lidiar con un mortal es fácil, un inmortal, me temo, es como un Dios.

Un hermano. Hyukjae estaba completamente perplejo. La señora Ruth jamás había hablado de él, ni en la casa había rastro alguno de otro ser.

- ¿Cómo era él? - preguntó Hyukjae. Donghae entonces levantó la mirada y elevó una ceja.

- Perfecto, le he dicho. Muy similar a mí, pero de piel tersa como la porcelana, cabello negros como la noche y labios rojos como la sangre. Era perfecto en el piano, la pintura, la lectura, la escritura, la danza y el violín. Además tenía la voz de un ángel. Mi madre lo amaba mucho más de lo que siquiera puede fingir amarme a mí. Él era perfecto, o casi al menos - El castaño se volteó y comenzó a caminar, sus pies quebraron las hebras de pajas doradas que el caballo había esparcido por allí en su desalineado masticar. - Tenía un solo defecto: era rebelde, impertinente y temerario. Eso lo llevó a la muerte.

Hyukjae tragó saliva y sintió que las manos comenzaban a sudarle. Quiso seguir los pasos de Donghae, pero estaba paralizado.

-¿Cómo falleció? - Donghae, que había estado de espaldas, se volteó de inmediato luego de oír su pregunta.

-Señor Lee, si desea saber sobre mi hermano, estoy seguro que mi madre le concederá una cita en la hora del té. Nada la haría más feliz que hablar sobre él. Pero por favor, si lo hace, avíseme con anticipación para comer la suficiente hierba y provocarme una indigestión que me permita no estar allí. - Donghae se oía enfadado y Hyukjae no puedo evitar bajar la mirada, entonces escuchó los pasos del castaño volver hacia él y luego su presencia lo hizo temblar. - No se preocupe, Señor Lee, no sienta culpa por ello. Entiendo que, aún sin haberlo visto jamás, mi perfecto hermano sigue conservando su encanto. No se culpe por sentirse cautivado - Entonces Hyukjae levantó la mirada y sus ojos se fundieron con aquellos otros que brillaban de color azul. Quiso tocarlo, acariciar ese rostro, besar esos labios, oler su cabello y enredar ese cuerpo con sus brazos hasta que su calor y el ajeno fuesen uno solo. Pero era incapaz de mover un sólo músculo y sin embargo su voz logró escapar de entre sus labios.

- Tu eres perfecto para mí, Donghae - El castaño abrió sus ojos como si jamás hubiese oído algo semejante. Hyukjae podía jurar que las mejillas pálidas del jovencito se habían enrojecido, pero luego pensó que era su imaginación.

-Aborrezco las mentiras de ese tipo, Señor Lee. Detesto que me las digan y por tanto no las digo. No vuelva a sentir lástima por mí, no la necesito de usted ni de nadie. - El castaño se volteó y retomó su camino hacia una mesa de madera hecha de tablas y troncos.

Hyukjae se sintió impotente, desconcertado e incapaz de reaccionar. Sólo su boca y su mente parecían dispuestas a remar su barca en semejante tormenta.
-Sabes que te deseo - jadeó - Tú me cautivas a mí y creo que eres perfecto.
Donghae, que ya había llegado hasta la mesa se detuvo.

-Lo sé - murmuró entonces - ¿Sabe que irá al infierno? - La pregunta lo estremeció.

-Eso dice la gente que habla de Dios - contestó.

-Eso dice Dios, Señor Lee. Usted se irá al infierno.

Hyukjae sentía las manos entumecidas y la punta de sus dedos doloridas. No había dejado de tironear las mangas de la camisa.
El infierno. Había sido religioso alguna vez en su vida, quizás no por convicción propia, era más bien una tradición, y el infierno siempre había parecido estar tendiéndole una mano hacia al abismo cuando sus deseos homosexuales se encendieron bien entrada su adolescencia. Antes de abandonar la religión, le había temido al demonio, a arder por toda la eternidad; ahora el infierno sólo le parecía un mal cuento para niños.

-En el ático... - volvió a hablar el castaño que seguía de espaldas revolviendo cosas en la mesa de madera - usted quería verme, me deseaba carnalmente... ¿no es así?

Hyukjae tragó saliva y evitó mirarse los pies, intentó que sus ojos no se despegaran del castaño y aguardó. No quería responder porque lo avergonzaba, quizás no tanto el sentir deseo, quizás la vergüenza no venía de un pudor de índole sexual, sentía vergüenza de siquiera haber soñado con tener un ser tan fuera de su alcance. No era digno de Donghae y el anhelo que sentía lo hacía verse ridículo, incluso podía imaginar a Donghae riendo frente a él, detallando cada uno de sus defectos, explicitando el adefecio que resultaba ser, escupiendo en su rostro y marchándose lejos de él por el resto de la vida.

- Así es - murmuró entonces con lo que le quedaba de voz.

-¿Sabe que la lujuria es uno de los siete pecados capitales?

-¿Acaso no has deseado nunca?
Entonces el castaño volteó su rostro y sus manos bajaron por todo su cuerpo.

-Nunca he deseado a nadie, Señor Lee. Sólo siento deseo por mí, sólo me importa mi propio placer- y segundos después tironeó de su camisón y este cayó a sus pies dejando el cuerpo desnudo de Donghae iluminado por los destellos de luna. Era sublime, magistral y digno de los deseos más oscuros del ser más infame y el más promiscuo. Las delicadas curvas moldeaban su espalda, sus nalgas y sus piernas. Hyukjae jadeó y sintió como su estómago se contraía y su entrepierna despertaba atraída por el demonio despiadado que tenía delante. Gimió cuando el castaño tomó un falo de madera que brillaba entre engrasado y aceitado. Su corazón latía en cada punto de su cuerpo, en su pecho, en su cabeza, sus manos y su miembro. La imagen que tenía delante era irreal, ni en su sueño más perverso habría sido capaz de imaginarse semejante situación.

-Lárguese - le ordenó Donghae y sin voltear su cuerpo acarició con el falo su muslo y su trasero. Hyukjae estaba hipnotizado. Seguía con la mirada cada movimiento, cada centímetro de piel y el rastro brillante que el falo dejaba a su paso.
- ¡Lárguese! - Gritó el castaño una vez más. El pintor entonces escapó de su encanto y sus pies comenzaron a moverse. Escapó del establo y cerró las puertas tras de sí. Su cuerpo cayó rendido contra ellas, segundos después un gemido desgarrador lo echó a correr.




Castaño de porcelanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora