Del lado del balcón

45 5 41
                                    

El fresco aire de la noche golpeaba levemente su cara, roja y empapada de lágrimas.

Nada le dolía más que ser ignorado.

Primero fue su padre, quien empezó a hacer como si su hijo no existiera, luego fue su hermana, culpándolo insistentemente de la muerte de su madre aun cuando suicidarse fue una decisión que ella tomó. «Si no fueras maricón ella seguiría con vida»

En el colegio todos los que eran sus amigos habían decidido encontrar diversión molestándolo, lo cual hacían todas las mañanas.

Y Harry estaba cansado.

Finalmente llegó al pequeño departamento que había logrado alquilar, prefería vivir solo a vivir con gente que le hacía pensar que estaba muerto. Su nariz se contrajo al sentir el cálido aire que provenía de la calefacción.

«¿La he dejado encendida?» pensó y, encogiéndose de hombros, apagó la maquina que reposaba contra la pared.

Se sentía más solo que de costumbre, pues usualmente su vecino, un par de años menor que él, hacía fiestas a diario y se sonrojaba de encontrar confort en la música ruidosa. Aquella noche era la excepción, y además, su cumpleaños.

Desde que salió del clóset había decidido que nunca más celebraría su cumpleaños, ya que no encontraba razones para celebrar su nacimiento. «¿De qué sirve hacerlo si todos se encargan de recalcarme que soy un error?» se había escuchado pensar.

Después de dejar su destrozada mochila en el suelo del salón, caminó hasta la cocina y abrió la alacena, sacando un pequeño tarro con contenido oscuro dentro.

La cuchara de metal raspó el fondo del envase que contenía café en polvo, y Harry frunció su gesto cuando se dio cuenta que debía comprar más.

Una vez que tuvo la taza humeante entre sus manos, cambió su ropa sucia y algo mojada de la lluvia por un suéter largo que cubría hasta la mitad de sus muslos.

Se dirigió titubeante al pequeño balcón de su cuarto y se sentó en el suelo frío, admirando a las estrellas. Era algo que hacía todos los días; llegar, prepararse un café y sentarse en el balconcito a pensar todo lo que pudo haber logrado, y cómo nunca lo iba a lograr.

«Quizás es todo porque soy homosexual»

Podía escuchar las risas felices de unos niños —o quizás no tan niños— en la parte del estacionamiento, haciendo bromas, y cuando escuchó, totalmente sonrojado, aquel chiste sexual proveniente de un acento irlandés, se dio cuenta que definitivamente no eran niños.

Las voces siguieron hasta la entrada del edificio de al frente, el cual estaba bastante cerca del suyo y los balcones casi podían tocarse. Varios minutos después las luces de el balcón de enfrente se encendieron, y no estaba muy seguro de que alguien estuviera ahí, pues las cortinas gruesas no permitían el paso de su mirada curiosa.

«Debemos celebrar tu independencia, Lou»

Y cuando escuchó de nuevo aquel acento irlandés y el alto volumen de su voz se dio cuenta que tendría un nuevo vecino.

«... Y podemos ver películas a diario... En mi casa mi mamá decía que ustedes podían ir dos días a la semana...»

No debía sorprenderle, pero sin duda, lo hizo. A pesar de que no pudo escuchar más que un par de oraciones inconclusas, pensó que aquella voz que escuchaba definitivamente no pertenecía a un ser humano, nop.

Era aguda, y aún así, rasposa. Confortante y angelical, con el acento británico más bonito que Harry había podido escuchar en sus cortos años.

Del lado del balcón «l.s»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora